LECTURAS
- Hechos de los Apóstoles 5,27b-32.40b-41
- Salmo responsorial 29,2.4.5.6.11.12a.13b
- Apocalipsis 5,11.14
- Juan 21,1-19
En
primavera, el renacer de la vida en la naturaleza, en las plantas, nos alegra la vida a las personas; así
también, la Pascua nos habla de la nueva vida que brota de la muerte y
resurrección de Jesucristo, lo que debe
ser motivo de gran alegría y esperanza para el creyente en Cristo, porque
nos ha asociado a su nueva condición de Resucitado, como hemos afirmado en la
oración-colecta: “que la alegría de
haber recobrado la adopción filial, afiance nuestra esperanza de resucitar
gloriosamente.
Este pasaje lo mismo que los demás relatos evangélicos sobre la resurrección,
afirman que el Crucificado es el mismo Resucitado; el mismo Jesús con el que compartieron vida y misión es el que ahora se deja ver, asegurándoles que vive, llenándolos de alegría y paz, y dándoles
la fuerza de su Espíritu como les había prometido.
El
evangelio de hoy no pretende darnos noticia de un hecho como lo haría un periodista, sino que, además, nos transmite lo que los primeros
discípulos vivieron tras la muerte de Jesús, y no encontrando las palabras
adecuadas para expresar la realidad vivida, lo comunican con los relatos simbólicos
que leemos en el evangelio, de modo que lo que fue buena noticia para ellos,
que les cambió su vida por completo, lo ofrecen como buena noticia para quienes quieran escuchar y acoger.
Aquella
noche, los discípulos no habían cogido
nada; la noche representa la ausencia de la luz que es Jesús resucitado; sin Jesús todo se hace oscuro. A veces, en nuestra vida, parece
que todo se pone en contra y nuestras
“redes”, es decir, nuestra vida está vacía. Por ello, es importante preguntarnos:
¿Qué alimenta, sostiene y llena de sentido nuestra vida?
Jesús resucitado aglutina en torno a sí aquel grupo de discípulos junto al mar de Tiberíades, así también Jesús es el centro de todo grupo cristiano que forma parte de su familia, la Iglesia.
En primavera, el renacer de la vida en la naturaleza, en las plantas, nos alegra la vida a las personas; así también, la Pascua nos habla de la nueva vida que brota de la muerte y resurrección de Jesucristo, lo que debe ser motivo de gran alegría y esperanza para el creyente en Cristo, porque nos ha asociado a su nueva condición de Resucitado, como hemos afirmado en la oración-colecta: “que la alegría de haber recobrado la adopción filial, afiance nuestra esperanza de resucitar gloriosamente.
Este pasaje lo mismo que los demás relatos evangélicos sobre la resurrección, afirman que el Crucificado es el mismo Resucitado; el mismo Jesús con el que compartieron vida y misión es el que ahora se deja ver, asegurándoles que vive, llenándolos de alegría y paz, y dándoles la fuerza de su Espíritu como les había prometido.
El evangelio de hoy no pretende darnos noticia de un hecho como lo haría un periodista, sino que, además, nos transmite lo que los primeros discípulos vivieron tras la muerte de Jesús, y no encontrando las palabras adecuadas para expresar la realidad vivida, lo comunican con los relatos simbólicos que leemos en el evangelio, de modo que lo que fue buena noticia para ellos, que les cambió su vida por completo, lo ofrecen como buena noticia para quienes quieran escuchar y acoger.
Aquella noche, los discípulos no habían cogido nada; la noche representa la ausencia de la luz que es Jesús resucitado; sin Jesús todo se hace oscuro. A veces, en nuestra vida, parece que todo se pone en contra y nuestras “redes”, es decir, nuestra vida está vacía. Por ello, es importante preguntarnos: ¿Qué alimenta, sostiene y llena de sentido nuestra vida?
Jesús resucitado aglutina en torno a sí aquel grupo de discípulos junto al mar de Tiberíades, así también Jesús es el centro de todo grupo cristiano que forma parte de su familia, la Iglesia.