LECTURAS
- Jeremías 33, 14-16
- Salmo responsorial 24, 4bc-5ab.8-10.14
- 1 Tesalonicenses 3, 12-4,2
- Lucas 21, 25-28.34-36
Al decir de la
venida de Jesucristo, hablamos de dos momentos. El primero es la venida en la
historia, encarnándose, haciéndose hombre, viviendo con sencillez y humildad, entregándose
a los demás hasta la muerte y resurrección. Es el acontecimiento que celebramos
el día de Navidad, y que es un regalo para cada uno de los hombres y mujeres, y,
por tanto, para todos los pueblos de la tierra.
El segundo será
el retorno de Jesucristo en su gloria y majestad; será la “venida de nuestro Señor
Jesús con todos los santos”, como hemos escuchado en la segunda lectura. No será
el fin del mundo creado, sino el retorno visible de Cristo victorioso, poniendo
fin a este mundo injusto y de muerte, instaurando el Reino del amor, la
justicia y la paz, como es la vida de Dios, y entonces será la realización
plena y definitiva de la obra salvadora de Dios. Esto lo expresa el evangelio de
hoy cuando dice: “Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran
poder y gloria”.
Además, el tiempo de Adviento, debe avivar nuestra esperanza, que no es simple esperar a que llegue la fiesta, sino esperanza activa, y por ello, Jesús en el evangelio nos advierte: “Tened cuidado vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida”. Como vemos es una llamada a estar vigilantes, es decir, vivir sabiendo que cada momento de nuestra vida es importante, que cada decisión nuestra es respuesta a la llamada escondida de Dios, y que una respuesta puede construir o destruir. El Adviento es también llamada a hacer frente a un peligro de nuestro tiempo, como puede ser el desencanto de todo, o la convicción de que” no hay nada que hacer”.
La Palabra de
Jesús no nos evita los problemas, pero nos ayuda a hacerles frente. Nos dispone
a la escucha, a la mirada vigilante, invitándonos a una dinámica de conversión,
liberándonos así de los vicios e ídolos de los que nos rodeamos, dejando que el
Niño de Belén ocupe el centro de nuestra vida.