LECTURAS
En
el evangelio se hace patente el contraste entre la mentalidad religiosa anclada
en tiempos antiguos y la novedad
transformadora que impulsa Jesús, en quien prevalece el perdón y la
misericordia, ofreciendo la oportunidad de un cambio de vida.
Ante aquella situación de la mujer adúltera que ha sido llevada ante Jesús, y este pacientemente se inclina y escribe en el suelo. Todos están expectantes, y como le insistían, Jesús se levantó y dijo unas palabras que desarmaron a escribas y fariseos: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, frase que se ha convertido en dicho popular, con la que afirmamos que de alguna manera todos somos culpables de ciertos males y pecados sociales. Ya hemos escuchado en el evangelio, que “todos se fueron escabullendo, comenzando por los más viejos” porque todos sabían que en su larga vida habían pecado mucho, y por tanto, eran tan pecadores como la mujer a la que acusan.
Hoy,
también nosotros podemos preguntarnos si
somos tan buenos como para juzgar a
otros como malos. Todos tenemos nuestras incoherencias, debilidades, nuestros
pecados por acción o comisión.
Jesús perdonó a la mujer, no porque ella se lo pidiera, sino porque el perdón de Dios es siempre primero. Dios nos perdona antes de que nosotros pidamos perdón, con lo que una vez más, Jesús nos muestra que nuestro Dios es un padre compasivo y misericordioso. Ya lo vimos el domingo pasado con el hijo pródigo: esperaba a su hijo perdido y lo recibió con los brazos abiertos, tan contento de haber recuperado a su hijo. Dios nos ama, no porque nosotros le amemos, sino porque Dios es amor. Por parte nuestra, corresponde acogerlo y aceptar el amor que Dios nos ofrece.
San
Pablo nos ha dado su respuesta, que puede ser un modelo a
seguir: “todo lo considero basura, con tal de ganar a Cristo, con la esperanza
de resucitar con él”.
HOJA DOMINICAL DIOCESANA