LECTURAS
- Hechos de los Apóstoles 5,12-16
- Salmo responsorial
- Apocalipsis 1,9-11a.12-13.17-19
- Juan 20,19-31
Todos
los relatos evangélicos sobre la resurrección nos hablan de la
misma realidad:
a) Que Jesús se hace presente ante los
discípulos cuando menos lo esperan y eso sucede en la vida real o cotidiana, y
no de manera espectacular, ni en el marco grandioso del templo de Jerusalén,
sino cuando están reunidos, llenos de miedo por miedo a los judíos, o cuando
están pescando porque ya no esperaban nada más de Jesús, pensando que había muerto y todo había
terminado.
b) Siempre es Jesús quien lleva la
iniciativa: es Jesús el que se “deja ver”, con lo que se sugiere que lo que los discípulos experimentan no es invención subjetiva, fruto de su imaginación,
porque ¿cómo se les va a ocurrir a los testigos de un fracasado que ha muerto
en la cruz, afirmar que ha resucitado si
no hubiera sucedido realmente?
c) Jesús al hacerse “presente” lo hace con
presencia cercana, amistosa, lleno de interés por ellos, provocando en ellos
alegría y paz, y esto se expresa en el mismo saludo: “paz a vosotros”, en el
hecho de ”comer” con ellos y “estar juntos”.
d) En todas las apariciones hay un aspecto problemático: hay vacilaciones,
dudas. La incredulidad de Tomás nos quiere decir que fue difícil para todos los
discípulos aceptar la nueva realidad de Jesús resucitado, que les desbordaba,
pero que al mismo tiempo los llenó de alegría, de vida y valentía.
Jesús les dio el encargo expreso de ser sus testigos: “Como el Padre
me envió, así también os envío yo… Recibid el Espíritu Santo; a quienes
perdonéis los pecados les serán perdonados, a quienes se los retengáis, les
serán retenidos”.
Hay
mucha gente que dice: “yo creo en Dios, pero no creo en la Iglesia”. Y sin
embargo, Jesús ha encomendado su propia misión, la que realizó de parte de
Dios, a hombres y mujeres con defectos y pecados, con cualidades y virtudes. Así lo fueron los primeros
discípulos y así lo somos los
discípulos de ahora, que somos y
formamos la Iglesia de Jesús.
Anunciar el Evangelio que mueve a creer, y
perdonar los pecados por medio de los sacramentos es la misión que Jesús ha
confiado a la Iglesia.
Hoy
se repite lo del “día primero” que se dice varias veces en el evangelio, que es
el domingo, “día del Señor”, día en que la Iglesia es convocada para celebrar
al Señor resucitado.
Y
hoy Dios sigue dando el Espíritu Santo a la Iglesia, para que en medio del mundo en que le toca
vivir, experimente y viva los mismos
dones que el Resucitado nos da: la paz que edifica, el perdón de los pecados y la presencia del Espíritu que
empuja y alienta en el camino.
HOJA DOMINICAL DIOCESANA
Todos los relatos evangélicos sobre la resurrección nos hablan de la misma realidad:
a) Que Jesús se hace presente ante los discípulos cuando menos lo esperan y eso sucede en la vida real o cotidiana, y no de manera espectacular, ni en el marco grandioso del templo de Jerusalén, sino cuando están reunidos, llenos de miedo por miedo a los judíos, o cuando están pescando porque ya no esperaban nada más de Jesús, pensando que había muerto y todo había terminado.
b) Siempre es Jesús quien lleva la iniciativa: es Jesús el que se “deja ver”, con lo que se sugiere que lo que los discípulos experimentan no es invención subjetiva, fruto de su imaginación, porque ¿cómo se les va a ocurrir a los testigos de un fracasado que ha muerto en la cruz, afirmar que ha resucitado si no hubiera sucedido realmente?
c) Jesús al hacerse “presente” lo hace con presencia cercana, amistosa, lleno de interés por ellos, provocando en ellos alegría y paz, y esto se expresa en el mismo saludo: “paz a vosotros”, en el hecho de ”comer” con ellos y “estar juntos”.
d) En todas las apariciones hay un aspecto problemático: hay vacilaciones, dudas. La incredulidad de Tomás nos quiere decir que fue difícil para todos los discípulos aceptar la nueva realidad de Jesús resucitado, que les desbordaba, pero que al mismo tiempo los llenó de alegría, de vida y valentía.
Jesús les dio el encargo expreso de ser sus testigos: “Como el Padre
me envió, así también os envío yo… Recibid el Espíritu Santo; a quienes
perdonéis los pecados les serán perdonados, a quienes se los retengáis, les
serán retenidos”.
Hay
mucha gente que dice: “yo creo en Dios, pero no creo en la Iglesia”. Y sin
embargo, Jesús ha encomendado su propia misión, la que realizó de parte de
Dios, a hombres y mujeres con defectos y pecados, con cualidades y virtudes. Así lo fueron los primeros
discípulos y así lo somos los
discípulos de ahora, que somos y
formamos la Iglesia de Jesús.
Anunciar el Evangelio que mueve a creer, y
perdonar los pecados por medio de los sacramentos es la misión que Jesús ha
confiado a la Iglesia.
Hoy
se repite lo del “día primero” que se dice varias veces en el evangelio, que es
el domingo, “día del Señor”, día en que la Iglesia es convocada para celebrar
al Señor resucitado.
Y
hoy Dios sigue dando el Espíritu Santo a la Iglesia, para que en medio del mundo en que le toca
vivir, experimente y viva los mismos
dones que el Resucitado nos da: la paz que edifica, el perdón de los pecados y la presencia del Espíritu que
empuja y alienta en el camino.