LECFURAS
- Josué 5,9a.10-12
- Salmo responsorial 33,2.3.4-5.6-7
- 2 Corintios 5,17-21
- Lucas 15,1-3.11-32
El
contexto en el que Jesús expone la parábola del "hijo pródigo" lo propician los fariseos y escribas quienes murmuran contra Jesús
diciendo: “Ese acoge a los pecadores y
come con ellos”, palabras que hemos escuchado al principio del evangelio. Aunque
la lectura nos habla detalladamente de las
peripecias del “hijo alejado”, sin embargo, el protagonista de la parábola no es el “hijo” sino el “padre”, por lo que, bien se puede llamar parábola del “padre bueno”.
2.-
¿Qué nos dice el texto?
Se
nos habla de un padre bueno que tiene dos hijos. El padre simboliza a Dios. De los
hijos, el menor que se marcha con su herencia y vive perdidamente es símbolo de
los publicanos y pecadores; el hijo
mayor es símbolo de los escribas y
fariseos que critican a Jesús porque se acerca y come con pecadores.
El hijo menor, actualmente puede ser símbolo de toda persona que se aleja de
Dios y organiza su vida a su aire. Así, el
hijo menor simboliza nuestra naturaleza egocéntrica y narcisista que nos
domina y termina por destruirnos o amargarnos la vida. Es como la ola que se
cree capaz de vivir sin el océano, porque lo considera una cárcel. Pero, tarde
o temprano, descubre sus errores,
aparece el sinsentido y la inseguridad. Sólo retornará a su verdadero ser si acepta la mano tendida que le devuelve a la vida, como es el padre que nunca
dejó de quererlo y estuvo siempre esperándolo.
En el hijo “perdido” y que vuelve a la casa del padre se dibuja la persona que se convierte, y decide volver a la casa del Dios bueno que había abandonado. El
hermano mayor puede ser también prototipo
del cristiano que cumple los mandamientos y normas de la Iglesia, sin
embargo, le falta el encuentro personal
con el Dios que es compasivo y misericordioso, porque podemos sentirnos
cristianos y no experimentar el gozo del amor de Dios Padre y la alegría de ser
seguidores de Jesucristo.
Esta parábola es, también, es una invitación a la fraternidad, a la
comunión, al empeño de darle alegrías al Padre, trayendo a casa a los hermanos
que se fueron. O al menos, ¡que no los espantemos con nuestras actitudes!
HOJA DOMINICAL DIOCESANA
El contexto en el que Jesús expone la parábola del "hijo pródigo" lo propician los fariseos y escribas quienes murmuran contra Jesús diciendo: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”, palabras que hemos escuchado al principio del evangelio. Aunque la lectura nos habla detalladamente de las peripecias del “hijo alejado”, sin embargo, el protagonista de la parábola no es el “hijo” sino el “padre”, por lo que, bien se puede llamar parábola del “padre bueno”.
2.-
¿Qué nos dice el texto?
Se
nos habla de un padre bueno que tiene dos hijos. El padre simboliza a Dios. De los
hijos, el menor que se marcha con su herencia y vive perdidamente es símbolo de
los publicanos y pecadores; el hijo
mayor es símbolo de los escribas y
fariseos que critican a Jesús porque se acerca y come con pecadores.
El hijo menor, actualmente puede ser símbolo de toda persona que se aleja de Dios y organiza su vida a su aire. Así, el hijo menor simboliza nuestra naturaleza egocéntrica y narcisista que nos domina y termina por destruirnos o amargarnos la vida. Es como la ola que se cree capaz de vivir sin el océano, porque lo considera una cárcel. Pero, tarde o temprano, descubre sus errores, aparece el sinsentido y la inseguridad. Sólo retornará a su verdadero ser si acepta la mano tendida que le devuelve a la vida, como es el padre que nunca dejó de quererlo y estuvo siempre esperándolo.
En el hijo “perdido” y que vuelve a la casa del padre se dibuja la persona que se convierte, y decide volver a la casa del Dios bueno que había abandonado. El hermano mayor puede ser también prototipo del cristiano que cumple los mandamientos y normas de la Iglesia, sin embargo, le falta el encuentro personal con el Dios que es compasivo y misericordioso, porque podemos sentirnos cristianos y no experimentar el gozo del amor de Dios Padre y la alegría de ser seguidores de Jesucristo.
Esta parábola es, también, es una invitación a la fraternidad, a la
comunión, al empeño de darle alegrías al Padre, trayendo a casa a los hermanos
que se fueron. O al menos, ¡que no los espantemos con nuestras actitudes!