LECTURAS
- Josué 24, 1-2a. 15-17.18b
- Salmo responsorial 33,, 2-3.16-17. 18-19. 20-21. 22-23
- Efesios 5, 21-32
- Jn 6, 60-69
Con la
lectura del evangelio de hoy terminamos el discurso del “pan de vida” de Jn 6. Tanto
en el evangelio como en la primera lectura tenemos una pregunta que afecta a lo
más interior de toda persona: ¿a qué Dios queremos adorar? Elegir el Dios
al que queremos seguir no tiene ningún parecido con elegir entre distintos
productos que encontramos en el supermercado. Elegir el Dios al que queremos seguir
es elegir un camino con un estilo de vida preciso.
A lo largo
de la historia de la humanidad, encontramos muchos personajes, hombres y
mujeres, que marcaron el momento en que vivieron, como políticos, científicos, grandes
conquistadores, filósofos o pensadores. Sin embargo, ha
habido un personaje, que haya marcado la historia, con un antes y un después
como Jesús de Nazaret, quien nunca dejó indiferente a nadie, ni en el momento
de su vida terrena ni tampoco en nuestros días. Mientras recorría los caminos
de Palestina, a su paso por pueblos y aldeas levantaba pasiones y opiniones a
favor y también en contra. Nadie se quedaba indiferente. Como bien sabemos, sus
adversarios declarados, los responsables religiosos del pueblo judío lo rechazaron
condenándolo a morir en la cruz.
Y como hemos
escuchado en el evangelio, terminado el discurso del “pan de vida”, muchos discípulos
abandonaron a Jesús, quien, como en otro tiempo Josué, preguntó a los Apóstoles:
¿también vosotros queréis marcharos? Pedro, recogiendo el sentir de sus
compañeros, expresó su fe en Jesús diciendo: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú
tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo
de Dios”. Las palabras de Pedro indican que seguir a Jesús es el camino que
lleva a la vida con Dios, y que dejar a Jesús es caminar hacia el vacío y
sinsentido.
Seguir a
Jesús es seguir el camino del evangelio, haciendo propio el estilo de vida de
Jesús Después de su
muerte y resurrección, él se hace presente en los sacramentos, especialmente en
la Eucaristía, dónde se nos da como pan de vida; en la escucha y meditación de
su palabra, en la oración; también se hace presente en nuestro prójimo, que es sacramento
de Jesús, como él mismo indicó: “Lo que hagáis a uno de estos pequeños, mis
hermanos, a mí me lo hacéis”. Y está pasando cada día a nuestro lado, también en
las circunstancias históricas que vivimos, en los proyectos que realizamos,
como nos lo aseguró en su despedida: “Y sabed que yo estoy con vosotros, cada
día, hasta el final de los tiempos”.
Con la lectura del evangelio de hoy terminamos el discurso del “pan de vida” de Jn 6. Tanto en el evangelio como en la primera lectura tenemos una pregunta que afecta a lo más interior de toda persona: ¿a qué Dios queremos adorar? Elegir el Dios al que queremos seguir no tiene ningún parecido con elegir entre distintos productos que encontramos en el supermercado. Elegir el Dios al que queremos seguir es elegir un camino con un estilo de vida preciso.
Y como hemos escuchado en el evangelio, terminado el discurso del “pan de vida”, muchos discípulos abandonaron a Jesús, quien, como en otro tiempo Josué, preguntó a los Apóstoles: ¿también vosotros queréis marcharos? Pedro, recogiendo el sentir de sus compañeros, expresó su fe en Jesús diciendo: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. Las palabras de Pedro indican que seguir a Jesús es el camino que lleva a la vida con Dios, y que dejar a Jesús es caminar hacia el vacío y sinsentido.