LECTURAS
- Proverbios 9, 1-6
- Salmo responsorial 33,2-3.10-11.12-13.14-15
- Efesios 5, 15-20
- Jn 6, 51-58
¿Cómo puede
éste darnos a comer su carne? Se preguntaban los judíos, después de escuchar: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que
coma de este pan vivirá para siempre: Y el pan que yo daré es mi carne por la
vida del mundo”.
Para los judíos
del tiempo de Jesús (antropología judía), no había un término para designar lo
que nosotros llamamos alma sin el cuerpo o cuerpo sin el alma (idea propia de
antropología griega). Hablar de “cuerpo” era hablar de la persona entera. Por
ello, en la consagración cuando decimos. “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”, es
lo mismo que decir “Esto es mi persona, esto soy yo”.
Así, cuando
Jesús dice que tenemos que “comer su cuerpo y beber su sangre” está diciendo
que tenemos que apropiarnos de su persona y de su vida. La prueba de que está
hablando de símbolos, y no de palabras que hay que tomar al pie de la letra, está
en que unas líneas más abajo (domingo próximo) nos dirá: “El Espíritu es el que
da vida, la carne no vale nada”. El comer y el
beber son símbolos profundos de lo que tenemos que hacer con la persona de
Jesús: esto exige que su Vida tiene que pasar a ser nuestra propia vida, solo
así haremos nuestra la Vida de Dios. Estas palabras
de Jesús eran difíciles de entender para los judíos, como también son difíciles de
entender para nosotros.
En la
segunda parte del Evangelio, Jesús sigue hablando con el mismo tono y lenguaje
simbólico: “El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él”. Cuando
aplicamos estas palabras a la Eucaristía, tenemos tendencia a pensar: “yo
recibo a Jesús, y Jesús está en mí”. Sin embargo, Jesús con sus palabras nos
está diciendo que lo importante es que “yo esté en él”: “el que come mi carne y
bebe mi sangre está en mí”. Así pues, de nosotros depende hacernos como Jesús “pan
partido” para dejarnos comer, es decir, entregarnos a los demás dando vida como
nosotros recibimos la Vida de Dios en Jesús por medio del Espíritu.
El designio de
Dios es comunicarnos su Vida a través de Jesús. Y la actitud del que sigue a
Jesús, debe ser hacer lo que él mismo ha hecho con su Padre. Y al hacer
nuestra su Vida, hacemos nuestra la misma Vida de Dios. Cuando Jesús dijo: “Yo
y el Padre somos uno” está manifestando cuál es la meta de todo ser humano: identificarnos
con Dios.
LECTIO DIVINA DE LA PARROQUIA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA
¿Cómo puede
éste darnos a comer su carne? Se preguntaban los judíos, después de escuchar: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que
coma de este pan vivirá para siempre: Y el pan que yo daré es mi carne por la
vida del mundo”.
Para los judíos
del tiempo de Jesús (antropología judía), no había un término para designar lo
que nosotros llamamos alma sin el cuerpo o cuerpo sin el alma (idea propia de
antropología griega). Hablar de “cuerpo” era hablar de la persona entera. Por
ello, en la consagración cuando decimos. “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”, es
lo mismo que decir “Esto es mi persona, esto soy yo”.
Así, cuando Jesús dice que tenemos que “comer su cuerpo y beber su sangre” está diciendo que tenemos que apropiarnos de su persona y de su vida. La prueba de que está hablando de símbolos, y no de palabras que hay que tomar al pie de la letra, está en que unas líneas más abajo (domingo próximo) nos dirá: “El Espíritu es el que da vida, la carne no vale nada”. El comer y el beber son símbolos profundos de lo que tenemos que hacer con la persona de Jesús: esto exige que su Vida tiene que pasar a ser nuestra propia vida, solo así haremos nuestra la Vida de Dios. Estas palabras de Jesús eran difíciles de entender para los judíos, como también son difíciles de entender para nosotros.
En la segunda parte del Evangelio, Jesús sigue hablando con el mismo tono y lenguaje simbólico: “El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él”. Cuando aplicamos estas palabras a la Eucaristía, tenemos tendencia a pensar: “yo recibo a Jesús, y Jesús está en mí”. Sin embargo, Jesús con sus palabras nos está diciendo que lo importante es que “yo esté en él”: “el que come mi carne y bebe mi sangre está en mí”. Así pues, de nosotros depende hacernos como Jesús “pan partido” para dejarnos comer, es decir, entregarnos a los demás dando vida como nosotros recibimos la Vida de Dios en Jesús por medio del Espíritu.
El designio de
Dios es comunicarnos su Vida a través de Jesús. Y la actitud del que sigue a
Jesús, debe ser hacer lo que él mismo ha hecho con su Padre. Y al hacer
nuestra su Vida, hacemos nuestra la misma Vida de Dios. Cuando Jesús dijo: “Yo
y el Padre somos uno” está manifestando cuál es la meta de todo ser humano: identificarnos
con Dios.
LECTIO DIVINA DE LA PARROQUIA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA