LECTURAS
Apocalipsis 11, 19a.1-6a
Salmo responsorial 44, 10bc.11-12ab.16
1 Corintios 15, 20-27
Lucas 1, 39-56
La fiesta de la Asunción de la Virgen María es fiesta de la esperanza cristiana. En dicha Fiesta reconocemos que el gran regalo de Dios, la vida eterna que es la comunión definitiva con Dios, ya se ha dado en una de las "nuestras", como es María de Nazaret, madre de Jesús, Es decir, María, ser humano como nosotros, ya goza de la esperanza cristina, ya ha sido introducida en la vida divina a la que aspiramos. Y esto significa que toda su humanidad "fue elevada a la gloria celestial en cuerpo y alma", como afirma el dogma. No es la parte "espiritual" de María la que goza de la eternidad, no es solo su “alma”, sino toda su humanidad, todo lo que fue en esta tierra, toda ella, íntegramente.
Así pues, esta fiesta nos recuerda que estamos llamados a salvarnos íntegramente y que la vida futura que esperamos, no es de nuestra "alma" sino de todo lo que somos, sentimos, vivimos, deseamos, amamos.
Al finalizar el Concilio, Pablo VI pronunció un importante discurso, en el que proclamó a María “madre de la Iglesia”, es decir, madre de todo el pueblo de Dios. Si María es madre de Cristo, y Cristo es cabeza de su cuerpo, que es la Iglesia, y la Iglesia somos todos y cado uno de los creyentes, entonces resulta muy apropiado llamar a María madre de la Iglesia, o sea, madre de todos los fieles cristianos.
Esto tiene
consecuencias de cara a la manera de relacionarnos con ella. Los hijos no sólo
se sienten queridos y acompañados por la madre, sino que ella es para los hijos
una referencia constante. Los hijos se fijan en lo que hace la madre, y quieren
imitarla. Quieren imitarla porque la admiran, pero también porque está cerca de
ellos. Las dos cosas son necesarias: si solo nos quedamos con la admiración,
María deja de ser una referencia para nuestra vida. Por eso, Pablo VI, insiste
en que “María está muy próxima a nosotros”.
María, verdadera hermana
nuestra por su humanidad, y madre espiritual por decisión de Cristo, nos
acompaña en nuestro camino hacia la eternidad, invitándonos a vivir como
ella vivió, siempre colaborando y haciendo posible el amor de Dios entre
nosotros.