LECTURAS
- Deuteronomio 4, 1-2,6-8
- Salmo responsorial 14, 2-3a.3bc-4ab.5
- Santiago 1,17-18.21b-22.27
- Marcos 7,1-8.14-15.21-23
Lo que critica Jesús no es la Ley como
tal, sino la interpretación que hacían de ella los fariseos que, por una parte,
cumplían preceptos y más preceptos, pero les faltaba humanidad, sentido de la justicia
y falta de misericordia.
Toda norma o ley, y más las religiosas, deben
tener por fin primero el bien de la persona, porque lo que Dios quiere es el bien
de todo ser humano, como decía San Ireneo: “La gloria de Dios es que el ser
humano viva”, y también: “El Hijo Dios se ha hecho hombre (Jesucristo) para que
todo hombre y mujer lleguen a ser hijos de Dios”. Por eso, Jesús dirá que “él
no ha venido a destruir la Ley, sino a perfeccionarla y darle cumplimiento”.
Lo que Jesús denuncia y propone evitar,
es la incoherencia de vida; Él nos pide continuidad entre lo que creemos, decimos
y hacemos. Lo que da valor a nuestra existencia es que seamos personas
coherentes. Ya lo decían los escolásticos: “El obrar
sigue al ser”; es decir, lo que hay dentro de uno mismo, es lo que se
manifiesta en sus obras. Lo que sale de dentro es lo que determina la calidad
de una persona. Por eso la palabra de Jesús nos ayuda a regresar al camino
correcto, según el proyecto de Dios.
Nuestra sociedad actual nos lo pone
difícil. Y si miramos la historia, cada momento ha tenido sus dificultades que
han impulsado a hombres y mujeres a ser incoherentes en su fe y en su vida. La
mentalidad mundana actual no tiene valores permanentes y por eso todo lo
considera permitido, empujándonos hacia la incoherencia.
Si el cristiano es discípulo de
Jesucristo, entonces estamos llamados a ser personas al estilo de Jesús, pareciéndonos
a él; por eso, declaró: “Por los frutos se conocerá que sois mis discípulos; si
os amáis unos a otros como yo os he amado”. Viendo a Jesús en el evangelio, observamos
que siempre actuó buscando cumplir la voluntad del Padre, y todo lo que dijo e
hizo fue para enseñarnos cuáles son los caminos que Dios nos tiene preparados. Por
eso, no dudó en desautorizar a los fariseos, como hemos escuchado en el evangelio
de hoy. Tampoco se calló ni se escondió
por miedo a la reacción de las autoridades, como cunado declaró ante Pilato,
que Él ha venido para ser testigo de la verdad. Y precisamente esa fidelidad a
la voluntad de Dios y a la verdad le llevó a ser condenado a muerte en la cruz.
LECTIO DIVINA DE LA PARROQUIA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA
Lo que critica Jesús no es la Ley como
tal, sino la interpretación que hacían de ella los fariseos que, por una parte,
cumplían preceptos y más preceptos, pero les faltaba humanidad, sentido de la justicia
y falta de misericordia.
Toda norma o ley, y más las religiosas, deben tener por fin primero el bien de la persona, porque lo que Dios quiere es el bien de todo ser humano, como decía San Ireneo: “La gloria de Dios es que el ser humano viva”, y también: “El Hijo Dios se ha hecho hombre (Jesucristo) para que todo hombre y mujer lleguen a ser hijos de Dios”. Por eso, Jesús dirá que “él no ha venido a destruir la Ley, sino a perfeccionarla y darle cumplimiento”.
Lo que Jesús denuncia y propone evitar, es la incoherencia de vida; Él nos pide continuidad entre lo que creemos, decimos y hacemos. Lo que da valor a nuestra existencia es que seamos personas coherentes. Ya lo decían los escolásticos: “El obrar sigue al ser”; es decir, lo que hay dentro de uno mismo, es lo que se manifiesta en sus obras. Lo que sale de dentro es lo que determina la calidad de una persona. Por eso la palabra de Jesús nos ayuda a regresar al camino correcto, según el proyecto de Dios.
Nuestra sociedad actual nos lo pone difícil. Y si miramos la historia, cada momento ha tenido sus dificultades que han impulsado a hombres y mujeres a ser incoherentes en su fe y en su vida. La mentalidad mundana actual no tiene valores permanentes y por eso todo lo considera permitido, empujándonos hacia la incoherencia.
Si el cristiano es discípulo de Jesucristo, entonces estamos llamados a ser personas al estilo de Jesús, pareciéndonos a él; por eso, declaró: “Por los frutos se conocerá que sois mis discípulos; si os amáis unos a otros como yo os he amado”. Viendo a Jesús en el evangelio, observamos que siempre actuó buscando cumplir la voluntad del Padre, y todo lo que dijo e hizo fue para enseñarnos cuáles son los caminos que Dios nos tiene preparados. Por eso, no dudó en desautorizar a los fariseos, como hemos escuchado en el evangelio de hoy. Tampoco se calló ni se escondió por miedo a la reacción de las autoridades, como cunado declaró ante Pilato, que Él ha venido para ser testigo de la verdad. Y precisamente esa fidelidad a la voluntad de Dios y a la verdad le llevó a ser condenado a muerte en la cruz.