viernes, 30 de agosto de 2024

Día 1 septiembre de 2024. Domingo XXII del Tiempo Ordinario.

 

LECTURAS

  • Deuteronomio 4, 1-2,6-8
  • Salmo responsorial 14, 2-3a.3bc-4ab.5
  • Santiago 1,17-18.21b-22.27
  • Marcos 7,1-8.14-15.21-23


Lo que critica Jesús no es la Ley como tal, sino la interpretación que hacían de ella los fariseos que, por una parte, cumplían preceptos y más preceptos, pero les faltaba humanidad, sentido de la justicia y falta de misericordia.

Toda norma o ley, y más las religiosas, deben tener por fin primero el bien de la persona, porque lo que Dios quiere es el bien de todo ser humano, como decía San Ireneo: “La gloria de Dios es que el ser humano viva”, y también: “El Hijo Dios se ha hecho hombre (Jesucristo) para que todo hombre y mujer lleguen a ser hijos de Dios”. Por eso, Jesús dirá que “él no ha venido a destruir la Ley, sino a perfeccionarla y darle cumplimiento”.

Lo que Jesús denuncia y propone evitar, es la incoherencia de vida; Él nos pide continuidad entre lo que creemos, decimos y hacemos. Lo que da valor a nuestra existencia es que seamos personas coherentes. Ya lo decían los escolásticos: “El obrar sigue al ser”; es decir, lo que hay dentro de uno mismo, es lo que se manifiesta en sus obras. Lo que sale de dentro es lo que determina la calidad de una persona. Por eso la palabra de Jesús nos ayuda a regresar al camino correcto, según el proyecto de Dios.

Nuestra sociedad actual nos lo pone difícil. Y si miramos la historia, cada momento ha tenido sus dificultades que han impulsado a hombres y mujeres a ser incoherentes en su fe y en su vida. La mentalidad mundana actual no tiene valores permanentes y por eso todo lo considera permitido, empujándonos hacia la incoherencia.

Si el cristiano es discípulo de Jesucristo, entonces estamos llamados a ser personas al estilo de Jesús, pareciéndonos a él; por eso, declaró: “Por los frutos se conocerá que sois mis discípulos; si os amáis unos a otros como yo os he amado”. Viendo a Jesús en el evangelio, observamos que siempre actuó buscando cumplir la voluntad del Padre, y todo lo que dijo e hizo fue para enseñarnos cuáles son los caminos que Dios nos tiene preparados. Por eso, no dudó en desautorizar a los fariseos, como hemos escuchado en el evangelio de hoy.  Tampoco se calló ni se escondió por miedo a la reacción de las autoridades, como cunado declaró ante Pilato, que Él ha venido para ser testigo de la verdad. Y precisamente esa fidelidad a la voluntad de Dios y a la verdad le llevó a ser condenado a muerte en la cruz.


LECTIO DIVINA DE LA PARROQUIA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA
 



viernes, 23 de agosto de 2024

Día 25 agosto de 2024. Domingo XXI del Tiempo Ordinario.

 

LECTURAS

  1. Josué 24, 1-2a. 15-17.18b
  1. Salmo responsorial 33,, 2-3.16-17. 18-19. 20-21. 22-23
  1. Efesios 5, 21-32
  1. Jn 6, 60-69

Con la lectura del evangelio de hoy terminamos el discurso del “pan de vida” de Jn 6. Tanto en el evangelio como en la primera lectura tenemos una pregunta que afecta a lo más interior de toda persona: ¿a qué Dios queremos adorar? Elegir el Dios al que queremos seguir no tiene ningún parecido con elegir entre distintos productos que encontramos en el supermercado. Elegir el Dios al que queremos seguir es elegir un camino con un estilo de vida preciso.

  A lo largo de la historia de la humanidad, encontramos muchos personajes, hombres y mujeres, que marcaron el momento en que vivieron, como políticos, científicos, grandes conquistadores, filósofos o pensadores. Sin embargo, ha habido un personaje, que haya marcado la historia, con un antes y un después como Jesús de Nazaret, quien nunca dejó indiferente a nadie, ni en el momento de su vida terrena ni tampoco en nuestros días. Mientras recorría los caminos de Palestina, a su paso por pueblos y aldeas levantaba pasiones y opiniones a favor y también en contra. Nadie se quedaba indiferente. Como bien sabemos, sus adversarios declarados, los responsables religiosos del pueblo judío lo rechazaron condenándolo a morir en la cruz.

Y como hemos escuchado en el evangelio, terminado el discurso del “pan de vida”, muchos discípulos abandonaron a Jesús, quien, como en otro tiempo Josué, preguntó a los Apóstoles: ¿también vosotros queréis marcharos? Pedro, recogiendo el sentir de sus compañeros, expresó su fe en Jesús diciendo: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. Las palabras de Pedro indican que seguir a Jesús es el camino que lleva a la vida con Dios, y que dejar a Jesús es caminar hacia el vacío y sinsentido.

 Seguir a Jesús es seguir el camino del evangelio, haciendo propio el estilo de vida de Jesús Después de su muerte y resurrección, él se hace presente en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, dónde se nos da como pan de vida; en la escucha y meditación de su palabra, en la oración; también se hace presente en nuestro prójimo, que es sacramento de Jesús, como él mismo indicó: “Lo que hagáis a uno de estos pequeños, mis hermanos, a mí me lo hacéis”. Y está pasando cada día a nuestro lado, también en las circunstancias históricas que vivimos, en los proyectos que realizamos, como nos lo aseguró en su despedida: “Y sabed que yo estoy con vosotros, cada día, hasta el final de los tiempos”.


LECTIO DIVINA DE LA PARROQUIA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA

domingo, 18 de agosto de 2024

Día 18 agosto de 2024. Domingo XX del Tiempo Ordinario.

 

LECTURAS

  • Proverbios 9, 1-6
  • Salmo responsorial  33,2-3.10-11.12-13.14-15
  • Efesios 5, 15-20
  • Jn 6, 51-58

 


 ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Se preguntaban los judíos, después de escuchar: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre: Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo”.

Para los judíos del tiempo de Jesús (antropología judía), no había un término para designar lo que nosotros llamamos alma sin el cuerpo o cuerpo sin el alma (idea propia de antropología griega). Hablar de “cuerpo” era hablar de la persona entera. Por ello, en la consagración cuando decimos. “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”, es lo mismo que decir “Esto es mi persona, esto soy yo”.

Así, cuando Jesús dice que tenemos que “comer su cuerpo y beber su sangre” está diciendo que tenemos que apropiarnos de su persona y de su vida. La prueba de que está hablando de símbolos, y no de palabras que hay que tomar al pie de la letra, está en que unas líneas más abajo (domingo próximo) nos dirá: “El Espíritu es el que da vida, la carne no vale nada”. El comer y el beber son símbolos profundos de lo que tenemos que hacer con la persona de Jesús: esto exige que su Vida tiene que pasar a ser nuestra propia vida, solo así haremos nuestra la Vida de Dios.  Estas palabras de Jesús eran difíciles de entender para los judíos, como también son difíciles de entender para nosotros.

En la segunda parte del Evangelio, Jesús sigue hablando con el mismo tono y lenguaje simbólico: “El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él”. Cuando aplicamos estas palabras a la Eucaristía, tenemos tendencia a pensar: “yo recibo a Jesús, y Jesús está en mí”. Sin embargo, Jesús con sus palabras nos está diciendo que lo importante es que “yo esté en él”: “el que come mi carne y bebe mi sangre está en mí”. Así pues, de nosotros depende hacernos como Jesús “pan partido” para dejarnos comer, es decir, entregarnos a los demás dando vida como nosotros recibimos la Vida de Dios en Jesús por medio del Espíritu.

El designio de Dios es comunicarnos su Vida a través de Jesús. Y la actitud del que sigue a Jesús, debe ser hacer lo que él mismo ha hecho con su Padre. Y al hacer nuestra su Vida, hacemos nuestra la misma Vida de Dios. Cuando Jesús dijo: “Yo y el Padre somos uno” está manifestando cuál es la meta de todo ser humano: identificarnos con Dios.


LECTIO DIVINA DE LA PARROQUIA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA

 


jueves, 15 de agosto de 2024

Día 15 de agosto. Asunción de María.

 

LECTURAS

Apocalipsis 11, 19a.1-6a

Salmo responsorial 44, 10bc.11-12ab.16

 1 Corintios 15, 20-27

 Lucas 1, 39-56

La fiesta de la Asunción de la Virgen María  es fiesta de la esperanza cristiana. En dicha Fiesta reconocemos que el gran regalo de Dios, la vida eterna que es la comunión definitiva con Dios, ya se ha dado en una de las "nuestras", como es María de Nazaret, madre de Jesús, Es decir, María, ser humano como nosotros, ya goza de la esperanza cristina, ya ha sido introducida en la vida divina a la que aspiramos. Y esto significa que toda su humanidad "fue elevada a la gloria celestial en cuerpo y alma", como afirma el dogma. No es la parte "espiritual" de María la que goza de la eternidad, no es solo su “alma”, sino toda su humanidad, todo lo que fue en esta tierra, toda ella, íntegramente.

Así pues, esta fiesta nos recuerda que estamos llamados a salvarnos íntegramente y que la vida futura que esperamos, no es de nuestra "alma" sino de todo lo que somos, sentimos, vivimos, deseamos, amamos.

Al finalizar el Concilio, Pablo VI pronunció un importante discurso, en el que proclamó a María “madre de la Iglesia”, es decir, madre de todo el pueblo de Dios. Si María es madre de Cristo, y Cristo es cabeza de su cuerpo, que es la Iglesia, y la Iglesia somos todos y cado uno de los creyentes, entonces resulta muy apropiado llamar a María madre de la Iglesia, o sea, madre de todos los fieles cristianos.

Esto tiene consecuencias de cara a la manera de relacionarnos con ella. Los hijos no sólo se sienten queridos y acompañados por la madre, sino que ella es para los hijos una referencia constante. Los hijos se fijan en lo que hace la madre, y quieren imitarla. Quieren imitarla porque la admiran, pero también porque está cerca de ellos. Las dos cosas son necesarias: si solo nos quedamos con la admiración, María deja de ser una referencia para nuestra vida. Por eso, Pablo VI, insiste en que “María está muy próxima a nosotros”.

María, verdadera hermana nuestra por su humanidad, y madre espiritual por decisión de Cristo, nos acompaña en nuestro camino hacia la eternidad, invitándonos a vivir como ella vivió, siempre colaborando y haciendo posible el amor de Dios entre nosotros.

sábado, 10 de agosto de 2024

Día 11 agosto de 2024. Domingo XIX del Tiempo Ordinario

 

LECTURAS


  • Éxodo 16,2-4.12-15
  • Salmo responsorial 33,2-3.4-5.5-7.8-9
  • Efesios 4,17,20-24
  • Juan 6,24-35

     El ser humano, desde tiempos inmemoriales, se ha topado con el gran misterio de la muerte, y de ahí que generaciones y generaciones de hombres y mujeres se pregunten: ¿Hay algo después de esta vida? ¿Es la muerte el final de la existencia humana?

    Jesús ha dado respuesta clara a estas preguntas: él se hizo hombre como nosotros, hizo su camino en la historia, murió en la Cruz, murió como todo ser humano, pero resucitó, Con todo esto nos enseña que ni el dolor, ni la injusticia, ni la muerte son el final, sino que la última palabra la tienen siempre la alegría y la luz de la vida eterna. Así, vemos cómo Jesús, partiendo de la metáfora del pan material que comieron los judíos, les habla del alimento que da vida en plenitud: “el que cree en mí tendrá vida eterna, y yo le resucitaré en el último día”.  De este modo, Jesús anuncia que Dios nos ha puesto en la existencia para que participemos de su propia vida, que es la plenitud.

     Al hablar de “vida eterna”, dicha expresión nos puede resultar abstracta, y no saber por dónde cogerla, sobre todo, porque nadie de nosotros tenemos experiencia de haber gustado esa manera definitiva de estar con Dios. Creer en la vida eterna es creer que somos peregrinos en un mundo que pasa, y creer también que nuestra patria definitiva es el cielo. Sin embargo, esto no implica que los cristianos tengamos que desentendernos de nuestro mundo. Todo lo contrario, creer en la vida eterna nos obliga a tener los pies en el suelo, a trabajar por un mundo más justo y solidario, a no olvidar nunca a los más desfavorecidos, porque Jesús nos enseña que solo hay un camino para llegar a la vida eterna: vivir en nuestro mundo amando a los demás tal y como él nos amó.  “Lo que hagáis a uno de estos pequeños, mis hermanos, a mí me lo hacéis”, dijo Jesús.

     Y la Eucaristía que celebramos cada domingo es el alimento para el tiempo de nuestro caminar. Nos enseña a entregarnos a los otros como Cristo se entregó por nosotros, nos ayuda a ser solidarios con quienes más sufren. En la Eucaristía nos unimos a Dios, que es el Dios del amor.



 LECTIO DIVINA DE LA PARROQUIA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA
 

 

 

 


jueves, 1 de agosto de 2024

Día 4 agosto de 2024. Domingo XVIII del Tiempo Ordinario.

 

LECTURAS

  • Éxodo 16, 2-4.12-15
  • Salmo responsorial  77, 3.4bc.23-24.25.54
  • Efesios 4, 17.20-24
  • Juan 6, 24-35


    El evangelio del domingo pasado terminaba diciendo que “Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña, él solo”. Es decir, que Jesús observó que no habían comprendido el signo de los “panes y los peces” y por eso se aleja de la multitud. Jesús no fue un populista. Por eso, deja que pase la euforia del momento, y cuando la gente lo busca y lo encuentra, Jesús propone una reflexión que escuchamos en el evangelio de hoy, y que termina afirmando: “yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás”. Esta afirmación de Jesús presupone aquella otra: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. En el ser humano es fundamental la dimensión material y la espiritual; de faltar una de ellas se anda cojo.

  Para creer en Jesús y seguirlo hay que conocerlo, y para conocerlo, debemos poner medios por nuestra parte. La misión de la Iglesia es anunciar a Jesucristo, y proponer acciones “pastorales” que ayuden a cada cristiano a profundizar en el conocimiento de Jesucristo, para estar con él, escucharlo, amarlo, seguirlo, celebrarlo y anunciarlo a los demás. El conocimiento de Jesús exige conocer su vida, sus palabras, su trato con las personas, sus prioridades, su muerte y resurrección. Y, en consecuencia, ser cristiano es vivir como vivió Jesús ante la necesidad de los demás, teniendo en cuenta la voluntad de Dios.

   San Pablo conocía muy bien a los efesios, porque cuando él llegó a Éfeso, no había cristianos, y él comenzó a anunciarles a Jesucristo, y puso las bases de la primera comunidad cristiana en dicha ciudad. Por eso, algunos años más tarde, en la carta que les envía, y que leemos hoy, Pablo les dice que mantengan un estilo de vida coherente con su nueva condición de cristianos, contrapuesta a la que tenían anteriormente cuando eran paganos. Lo que les dijo a ellos, vale hoy para nosotros: “Renovaos en la mente y en el espíritu y revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios”. Es decir, nos pide que revisemos toda nuestra vida y que la orientemos según las enseñanzas del Señor y de su Evangelio.


LECTIO DIVINA DE LA PARROQUIA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA