LECTURAS
- Daniel 7, 9-10
- Salmo responsorial 96, 1-2.5-6.9
- 2 Pedro 1, 16-19
- Mateo 17, 1-9
La
transfiguración no fue una puesta en escena espectacular por parte de Jesús; no
era ese su estilo ni la forma de presentarse ante sus discípulos.
Parece más bien que, los discípulos al experimentar a Jesús resucitado descubren quién era realmente y esto lo expresan en este relato, que, a la hora de escribir el Evangelio, retrotraen a la vida pública de Jesús con la intención de manifestar que:
- Todo lo que
descubrieron en Jesús después de su muerte, su divinidad, estaba ya presente en
él cuando andaba por los caminos de Palestina predicando el Reino con palabras
y obras. Jesús es Dios desde siempre, solo que estaba oculto en su
humanidad, que desde nuestra humanidad no puede ser captado con los sentidos.
- Y, además, Jesús
vivió constantemente transfigurado, pero no se manifestaba exteriormente de
manera espectacular. La gloria de su divinidad se expresaba en su humanidad
cuando se acercaba a cualquier persona para ayudarle a ser ella misma, como
hacía cuando hablaba del reino de Dios, cuando curaba y perdonaba, cuando se
acercaba a los pobres y marginados. La luz de Dios presente en Jesús era la luz
del amor, y, por tanto, en la humanidad de Jesús se transparentaba Dios. Por
eso él decía: “el Padre y yo somos uno”, o “yo hago las obras del Padre”, o “quien
me ha visto a mí, ha visto al Padre”