LECTURAS
- Nehemías 8,2-4a.5-6.8-10
- Salmo responsorial 18,8.9.10.15
- 1 Corintios 12,12-30
- Lucas 1,1-4,14-21
Relata el evangelio cómo un sábado, la fiesta semanal judía de precepto, Jesús se presentó en la sinagoga
de su pueblo, Nazaret, como un asistente más, como solía hacer todos los sábados, y cuando el jefe de la sinagoga
invitó a los laicos a leer la Sagrada Escritura, él se puso en pie y le
entregaron el libro del profeta Isaías; y tras proclamar la lectura, Jesús actualizó
la lectura diciendo: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Lo
que había anunciado Isaías, seis siglos antes, Jesús lo actualiza y hace su programa: “Vengo a traer la Buena Noticia a
los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos, a devolver la luz a los
ciegos, a dejar en libertad a los oprimidos, y proclamar un año de gracia del Señor”. Haciendo
suyas estas palabras, Lucas nos
dice que Jesús es el Enviado definitivo
de parte de Dios, es el Ungido por el Espíritu Santo (Mesías), que viene a
proclamar la Buena Noticia de libertad y
la gracia de la proximidad de Dios. Esta es la misión que Jesús ha recibido, la misma que el trasmitirá
a sus discípulos tras su resurrección: “Como el Padre me ha enviado, así os
envío yo”. Es la misión que hemos recibido la Iglesia, y por tanto cada uno de nosotros.
El Papa Francisco instituyó hace unos
años el “Domingo de la Palabra de Dios” con la intención de que se celebrara
todos los años el tercer domingo del Tiempo Ordinario.Hemos escuchado en la 1ª lectura cómo todo el
pueblo de Israel escuchaba con gran atención y emocionado el Libro de la Ley.
En el evangelio, Jesús proclama la Palabra del profeta Isaías, y la actualiza indicando que lo anunciado se
realiza en él mismo. Lo que desea
el Papa es que leamos, meditemos e interioricemos la Palabra de Dios para dejarnos transformar por el Espíritu que la
inspira. La Palabra de Dios debería arder en nuestros corazones y llevarnos a
vivir más cerca de nuestros prójimos y cuidando más nuestro propio ambiente,
nuestro mundo, la naturaleza, erradicando todo tipo de injusticia,
individualismo, indiferencia. La Palabra debería estimularnos a emprender
nuevos caminos de solidaridad. Necesitamos conocer, escuchar,
meditar, personalmente y juntos, la Palabra de Dios. Ya lo decía San Jerónimo, santo del s. IV y traductor de
la Biblia Vulgata: “No se puede conocer a Jesucristo si no se conoce el
Evangelio”.
Relata el evangelio cómo un sábado, la fiesta semanal judía de precepto, Jesús se presentó en la sinagoga
de su pueblo, Nazaret, como un asistente más, como solía hacer todos los sábados, y cuando el jefe de la sinagoga
invitó a los laicos a leer la Sagrada Escritura, él se puso en pie y le
entregaron el libro del profeta Isaías; y tras proclamar la lectura, Jesús actualizó
la lectura diciendo: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.
Lo
que había anunciado Isaías, seis siglos antes, Jesús lo actualiza y hace su programa: “Vengo a traer la Buena Noticia a
los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos, a devolver la luz a los
ciegos, a dejar en libertad a los oprimidos, y proclamar un año de gracia del Señor”. Haciendo
suyas estas palabras, Lucas nos
dice que Jesús es el Enviado definitivo
de parte de Dios, es el Ungido por el Espíritu Santo (Mesías), que viene a
proclamar la Buena Noticia de libertad y
la gracia de la proximidad de Dios. Esta es la misión que Jesús ha recibido, la misma que el trasmitirá
a sus discípulos tras su resurrección: “Como el Padre me ha enviado, así os
envío yo”. Es la misión que hemos recibido la Iglesia, y por tanto cada uno de nosotros.
El Papa Francisco instituyó hace unos
años el “Domingo de la Palabra de Dios” con la intención de que se celebrara
todos los años el tercer domingo del Tiempo Ordinario.
Hemos escuchado en la 1ª lectura cómo todo el
pueblo de Israel escuchaba con gran atención y emocionado el Libro de la Ley.
En el evangelio, Jesús proclama la Palabra del profeta Isaías, y la actualiza indicando que lo anunciado se
realiza en él mismo.
Lo que desea
el Papa es que leamos, meditemos e interioricemos la Palabra de Dios para dejarnos transformar por el Espíritu que la
inspira. La Palabra de Dios debería arder en nuestros corazones y llevarnos a
vivir más cerca de nuestros prójimos y cuidando más nuestro propio ambiente,
nuestro mundo, la naturaleza, erradicando todo tipo de injusticia,
individualismo, indiferencia. La Palabra debería estimularnos a emprender
nuevos caminos de solidaridad.
Necesitamos conocer, escuchar,
meditar, personalmente y juntos, la Palabra de Dios. Ya lo decía San Jerónimo, santo del s. IV y traductor de
la Biblia Vulgata: “No se puede conocer a Jesucristo si no se conoce el
Evangelio”.