LECTURAS
- Eclesiástico 24, 1-4.12-16
- Salmo responsorial 147
- Efesios 1,3-6
- Juan 1,1-18
En
Navidad, además de celebrar el nacimiento en la historia del Hijo de Dios
encarnado, también celebramos lo que somos
por voluntad de Dios, “hijos por adopción”, gracia que nos llega por el Hijo
Único del Padre, Jesucristo, quien asumiendo nuestra humanidad nos hermana con
él y entre nosotros, y nos da capacidad (por la fe) de descubrir nuestra
condición de hijos de Dios y vivir como tales, siguiendo el modo de ser y hacer
de Jesús. Así lo afirma el evangelio: “A cuantos lo
recibieron les da el poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre”.
A
veces se dice de una persona: “es igual que su padre, o igual que su madre”,
que bien puede referirse al parecido físico, o también a las actitudes o modo de ser ético del
padre o de la madre. Los
discípulos de Jesús no dedujeron que Jesús era
Hijo de Dios porque llegaran a comprender su naturaleza divina a base de
razonamientos filosóficos, sino porque vieron que actuaba como Dios actúa.
Nacer de Dios es actuar como Dios, es parecerse a Dios. Esto mismo dice san
Juan en una de sus cartas: “Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y
todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1 Jn 4,7b)
Al futuro Mesías los profetas lo llamaban el “Emmanuel”, “Dios-con-nosotros”.
Para nosotros cristianos, el Mesías es Jesucristo, “Dios-con-nosotros”. Creer
esto significa creer que Jesucristo está en nuestro interior, que camina con
nosotros, que mediante el sacramento de la Eucaristía se hace presencia real
sacramental entre nosotros. De aquí que sea un privilegio participar en la
Eucaristía como los primeros discípulos participaron en la última Cena; este
privilegio es el que debe movernos a celebrar, cada domingo, el día del Señor junto con los demás hermanos
cristianos, porque somos hijos, discípulos, amigos e instrumentos del amor de
Dios, teniendo presente lo que Jesús hace con nosotros: “No hay amor más
grande que dar la vida por los amigos”.
En
Navidad, además de celebrar el nacimiento en la historia del Hijo de Dios
encarnado, también celebramos lo que somos
por voluntad de Dios, “hijos por adopción”, gracia que nos llega por el Hijo
Único del Padre, Jesucristo, quien asumiendo nuestra humanidad nos hermana con
él y entre nosotros, y nos da capacidad (por la fe) de descubrir nuestra
condición de hijos de Dios y vivir como tales, siguiendo el modo de ser y hacer
de Jesús. Así lo afirma el evangelio: “A cuantos lo
recibieron les da el poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre”.
A veces se dice de una persona: “es igual que su padre, o igual que su madre”, que bien puede referirse al parecido físico, o también a las actitudes o modo de ser ético del padre o de la madre. Los discípulos de Jesús no dedujeron que Jesús era Hijo de Dios porque llegaran a comprender su naturaleza divina a base de razonamientos filosóficos, sino porque vieron que actuaba como Dios actúa. Nacer de Dios es actuar como Dios, es parecerse a Dios. Esto mismo dice san Juan en una de sus cartas: “Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1 Jn 4,7b)