LECTURAS
- Ezequiel 2, 2-5
- Salmo responsorial 122
- 2 Corintios 12, 7-10
- Marcos 6, 1-6
El rechazo de
Jesús en su propio pueblo, Nazaret, es
un símbolo del rechazo de Jesús por parte del pueblo judío, lo mismo que
anteriormente rechazaron a profetas
enviados por Dios, como Ezequiel y
otros, como hemos escuchado en la 1ª lectura: “Hijo de hombre, yo te envío a
los hijos de Israel, es un pueblo rebelde
que se ha rebelado contra mí; a ellos te envío para que les digas: “Esto
dice el Señor”.
Hay un contraste entre la indiferencia del pueblo y
el amor constante de Dios que no abandona al pueblo, dándole siempre la
oportunidad de la conversión. ¿No podría ser esta también nuestra propia
historia? A nosotros nos puede pasar
lo mismo que a los paisanos de Jesús,
que pensamos que sabemos cosas de Jesús y no terminamos de descubrir la fuerza
liberadora del mensaje y no lo acogemos de verdad en nuestra vida.
Lo mismo que el
domingo pasado, el evangelista Marcos vuelve a insistir en la importancia de la
fe: La lección que sacamos del evangelio de hoy es que la predisposición humana
es necesaria para poder ver y descubrir la acción de Dios a través de Jesús y
de sus enviados.
Puede ocurrir que seamos
nosotros los que impidamos que Jesús actúe en nosotros, y diga de nosotros lo
que dijo de sus paisanos, como escuchamos al final del evangelio: “se extrañó
de su falta de fe”. Una extrañeza que Jesús seguirá teniendo sólo con mirar
cómo procedemos nosotros, cuando la indiferencia y las preocupaciones materiales
ocupan todo nuestro tiempo e interés.
Porque Dios siente tanto respeto por nuestra
libertad que si nosotros decimos ¡no!
Dios lo respeta totalmente; pero entonces no echemos a Dios la culpa de nuestros males y los de nuestra
sociedad, porque el mal que sufrimos es el fruto que genera el mal uso de
nuestra libertad.
Cuando fuimos
bautizados y ungidos con el Santo Crisma se nos dice una oración: “que el
Espíritu Santo te consagre con el crisma de la salvación para que entres a formar parte de su
pueblo y seas para siempre miembro de
Cristo, sacerdote profeta y rey”, lo que significa que estamos llamados a vivir y comunicar el
mensaje que hemos recibido.
Esto es lo que vivimos al reunirnos en la
celebración de la Eucaristía. Y así lo afirmaba san Agustín: “La Iglesia hace
la Eucaristía, y la Eucaristía hace la Iglesia”, lo que quiere decir que
celebrando la Eucaristía crecemos como Iglesia, pueblo reunido en torno a
Cristo, y en consecuencia debemos hacer de nuestra vida una Eucaristía, es decir,
ser agradecidos a Dios y entregados a
los demás.
LECTIO DIVINA DESDE LA PARROQUIA DE SAN ROQUE DE HELLÍN: EN CONTINUO VIAJE
El rechazo de
Jesús en su propio pueblo, Nazaret, es
un símbolo del rechazo de Jesús por parte del pueblo judío, lo mismo que
anteriormente rechazaron a profetas
enviados por Dios, como Ezequiel y
otros, como hemos escuchado en la 1ª lectura: “Hijo de hombre, yo te envío a
los hijos de Israel, es un pueblo rebelde
que se ha rebelado contra mí; a ellos te envío para que les digas: “Esto
dice el Señor”.
Hay un contraste entre la indiferencia del pueblo y
el amor constante de Dios que no abandona al pueblo, dándole siempre la
oportunidad de la conversión. ¿No podría ser esta también nuestra propia
historia? A nosotros nos puede pasar
lo mismo que a los paisanos de Jesús,
que pensamos que sabemos cosas de Jesús y no terminamos de descubrir la fuerza
liberadora del mensaje y no lo acogemos de verdad en nuestra vida.
Lo mismo que el
domingo pasado, el evangelista Marcos vuelve a insistir en la importancia de la
fe: La lección que sacamos del evangelio de hoy es que la predisposición humana
es necesaria para poder ver y descubrir la acción de Dios a través de Jesús y
de sus enviados.
Puede ocurrir que seamos
nosotros los que impidamos que Jesús actúe en nosotros, y diga de nosotros lo
que dijo de sus paisanos, como escuchamos al final del evangelio: “se extrañó
de su falta de fe”. Una extrañeza que Jesús seguirá teniendo sólo con mirar
cómo procedemos nosotros, cuando la indiferencia y las preocupaciones materiales
ocupan todo nuestro tiempo e interés.
Porque Dios siente tanto respeto por nuestra
libertad que si nosotros decimos ¡no!
Dios lo respeta totalmente; pero entonces no echemos a Dios la culpa de nuestros males y los de nuestra
sociedad, porque el mal que sufrimos es el fruto que genera el mal uso de
nuestra libertad.
Esto es lo que vivimos al reunirnos en la
celebración de la Eucaristía. Y así lo afirmaba san Agustín: “La Iglesia hace
la Eucaristía, y la Eucaristía hace la Iglesia”, lo que quiere decir que
celebrando la Eucaristía crecemos como Iglesia, pueblo reunido en torno a
Cristo, y en consecuencia debemos hacer de nuestra vida una Eucaristía, es decir,
ser agradecidos a Dios y entregados a
los demás.