viernes, 2 de julio de 2021

Día 4 julio. Domingo 14 del Tiempo Ordinario



 

LECTURAS

  • Ezequiel 2, 2-5
  • Salmo responsorial 122
  • 2 Corintios 12, 7-10
  • Marcos 6, 1-6



El rechazo  de Jesús en su propio pueblo, Nazaret, es  un símbolo del rechazo de Jesús por parte del pueblo judío, lo mismo que anteriormente rechazaron  a profetas enviados por Dios, como  Ezequiel y otros, como hemos escuchado en la 1ª lectura: “Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel, es un pueblo rebelde  que se ha rebelado contra mí; a ellos te envío para que les digas: “Esto dice el Señor”.

Hay un contraste entre la indiferencia del pueblo y el amor constante de Dios que no abandona al pueblo, dándole siempre la oportunidad de la conversión. ¿No podría ser esta también nuestra propia historia? A nosotros nos puede pasar lo mismo que a los  paisanos de Jesús, que pensamos que sabemos cosas de Jesús y no terminamos de descubrir la fuerza liberadora del mensaje  y no lo acogemos de verdad  en nuestra vida.

Lo mismo que el domingo pasado, el evangelista Marcos vuelve a insistir en la importancia de la fe: La lección que sacamos del evangelio de hoy es que la predisposición humana es necesaria para poder ver y descubrir la acción de Dios a través de Jesús y de sus enviados.

Puede ocurrir que seamos nosotros los que impidamos que Jesús actúe en nosotros, y diga de nosotros lo que dijo de sus paisanos, como escuchamos al final del evangelio: “se extrañó de su falta de fe”. Una extrañeza que Jesús seguirá teniendo sólo con mirar cómo procedemos nosotros, cuando la indiferencia y las preocupaciones materiales ocupan todo nuestro tiempo e interés.

Porque Dios  siente tanto respeto por nuestra libertad  que si nosotros decimos ¡no! Dios lo respeta totalmente; pero entonces no echemos a Dios  la culpa de nuestros males y los de nuestra sociedad, porque el mal que sufrimos es el fruto que genera el mal uso de nuestra  libertad.

 Cuando fuimos bautizados y ungidos con el Santo Crisma se nos dice una oración: “que el Espíritu Santo te consagre con el crisma de la salvación  para que entres a formar parte de su pueblo  y seas para siempre miembro de Cristo, sacerdote profeta y rey”, lo que significa  que estamos llamados a vivir y comunicar el mensaje que hemos recibido.

 Esto es lo que vivimos al reunirnos en la celebración de la Eucaristía. Y así lo afirmaba san Agustín: “La Iglesia hace la Eucaristía, y la Eucaristía hace la Iglesia”, lo que quiere decir que celebrando la Eucaristía crecemos como Iglesia, pueblo reunido en torno a Cristo, y en consecuencia debemos hacer de nuestra vida una Eucaristía, es decir, ser agradecidos a Dios y  entregados a los demás.

LECTIO DIVINA DESDE LA PARROQUIA DE SAN ROQUE DE HELLÍN: EN CONTINUO VIAJE