LECTURAS
- Hechos de los Apóstoles 9, 26-31
- Salmo responsorial 21
- 1 Juan 3, 18-24
- Juan 15, 1-8
En domingos pasados, el evangelio se centraba en la resurrección del Señor, fundamento de nuestra fe cristiana. Y el evangelio de hoy nos habla de las consecuencias que se derivan de dicha fe. Sólo si Jesús ha resucitado ha sucedido algo muy importante para el mundo y para toda persona: porque Jesús ha resucitado descubrimos que Dios nos ama y nos destina a participar de su vida y felicidad. Esto lo expresa Jesús en el evangelio de hoy con la imagen o parábola de la “vid y los sarmientos”. Como el sarmiento recibe la savia y vida de la cepa, así también el discípulo unido a Jesucristo recibe de él la vida de Dios, que lleva a la vida eterna.
Esta vida recibida de Dios nos la trasmite Jesucristo, como la cepa hace pasar la savia al sarmiento. Si estamos unidos a Jesús, su Palabra pasa a nuestra vida, dando el fruto que Dios quiere, y que nos es otra cosa que “amarnos unos a otros como él nos ha amado”. Permanecer en comunión con Jesús conlleva la exigencia de vivir como él vivió, y vivir así es dar fruto, el fruto que Dios quiere y espera de nosotros.