LECTURAS
- Hechos 3, 13-15
- Salmo responsorial 4
- 1 Juan 2, 1-5a
- Lucas 24,35-48
El
texto nos muestra lo difícil que
fue para los discípulos reconocer a
Jesús resucitado: los de Emaús caminaron con él varias horas, y sólo “lo
reconocieron al partir el pan”, María Magdalena lo confundió con el hortelano;
los discípulos creen que se trata de un espíritu o fantasma.
En el lenguaje del evangelio, Jesús se identifica mostrando manos y pies e
invitando a tocarlo. Es un modo de decirnos que el resucitado es el mismo que ha sido crucificado, Jesús, y que está
vivo. Por tanto, que se trata de un hecho objetivo, real, no fruto de la
imaginación o fantasía de los discípulos
que de ninguna manera estaban predispuestos
a esperar lo sucedido.
Jesús, en su vida histórica anunció que iba a sufrir la muerte y resucitar,
cosa que nunca entendieron ni quisieron entender los discípulos, y ahora al
dejarse ver, les recuerda: “Esto os lo dije mientras estaba con vosotros”. Una vez resucitado, su presencia ya no es como
cuando de manera física recorrían los
pueblos y caminos de Galilea. Ahora está en medio de la comunidad, y lo está de
manera más real, en la forma propia de Dios.
Hoy,
Jesús resucitado se nos hace presente en
los signos sacramentales que celebramos,
como en los discípulos de Emaús, que lo reconocieron “al partir el pan”, en alusión a la
Eucaristía. Por eso, los sacramentos son acciones sagradas de la Iglesia, en
los que por voluntad de Cristo, él se hace presente y actúa en la persona que
tiene fe. Así en el bautismo Jesús nos perdona, nos hace hijos de Dios y
miembros de su familia, la Iglesia; en el sacramento de la Reconciliación o Confesión, nos perdona; en la Eucaristía o
Misa, alimenta nuestra vida cristiana y nos asegura que está con nosotros y nos
acompaña, si nos dejamos acompañar, es
decir, si estamos en comunión con él.
La buena nueva de la resurrección lleva consigo también el perdón de los pecados. Por ello, Jesús les
invita a que sean testigos de su
resurrección, llamando a la conversión para el perdón de los pecados, predicando a todos los pueblos, comenzando por
Jerusalén. Por
esto mismo, san Juan (2ª lectura) nos
dice bien claro: “Quien dice: yo le conozco, pero no guarda sus mandamientos, es
un mentiroso”. San Juan no habla de un
conocimiento teórico, sino de identificación con Jesús. No basta con conocer perfectamente la doctrina
cristiana, sino que se trata de nacer a la Vida
que él vivió y hacerlo con la mayor intensidad posible.
LECTIO DIVINA DESDE LA PARROQUIA DE SAN ROQUE DE HELLÍN: LA PRIMERA IGLESIA
HOJA DOMINICAL DIOCESANA
El
texto nos muestra lo difícil que
fue para los discípulos reconocer a
Jesús resucitado: los de Emaús caminaron con él varias horas, y sólo “lo
reconocieron al partir el pan”, María Magdalena lo confundió con el hortelano;
los discípulos creen que se trata de un espíritu o fantasma.
En el lenguaje del evangelio, Jesús se identifica mostrando manos y pies e
invitando a tocarlo. Es un modo de decirnos que el resucitado es el mismo que ha sido crucificado, Jesús, y que está
vivo. Por tanto, que se trata de un hecho objetivo, real, no fruto de la
imaginación o fantasía de los discípulos
que de ninguna manera estaban predispuestos
a esperar lo sucedido.
Jesús, en su vida histórica anunció que iba a sufrir la muerte y resucitar, cosa que nunca entendieron ni quisieron entender los discípulos, y ahora al dejarse ver, les recuerda: “Esto os lo dije mientras estaba con vosotros”. Una vez resucitado, su presencia ya no es como cuando de manera física recorrían los pueblos y caminos de Galilea. Ahora está en medio de la comunidad, y lo está de manera más real, en la forma propia de Dios.
Hoy, Jesús resucitado se nos hace presente en los signos sacramentales que celebramos, como en los discípulos de Emaús, que lo reconocieron “al partir el pan”, en alusión a la Eucaristía. Por eso, los sacramentos son acciones sagradas de la Iglesia, en los que por voluntad de Cristo, él se hace presente y actúa en la persona que tiene fe. Así en el bautismo Jesús nos perdona, nos hace hijos de Dios y miembros de su familia, la Iglesia; en el sacramento de la Reconciliación o Confesión, nos perdona; en la Eucaristía o Misa, alimenta nuestra vida cristiana y nos asegura que está con nosotros y nos acompaña, si nos dejamos acompañar, es decir, si estamos en comunión con él.
La buena nueva de la resurrección lleva consigo también el perdón de los pecados. Por ello, Jesús les invita a que sean testigos de su resurrección, llamando a la conversión para el perdón de los pecados, predicando a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Por esto mismo, san Juan (2ª lectura) nos dice bien claro: “Quien dice: yo le conozco, pero no guarda sus mandamientos, es un mentiroso”. San Juan no habla de un conocimiento teórico, sino de identificación con Jesús. No basta con conocer perfectamente la doctrina cristiana, sino que se trata de nacer a la Vida que él vivió y hacerlo con la mayor intensidad posible.