LECTURAS
- 2 Reyes 4,8-11.14-16a
- Salmo responsorial 88
- Romanos 6, 3-4-8-11
- Mateo 10, 37-42
En el evangelio de hoy leemos unas
frases breves que nos sorprenden: es la manera semita de hablar por contrastes. Si entendemos tales
frases al pie de la letra, nos pueden jugar una mala pasada y entender lo que no dice.
Hemos escuchado: “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí,
no es digno de mí”. Esta frase suena bofetada. Ciertamente, el amor a Dios no puede entrar nunca en conflicto con el amor a una madre, a un padre o a un hijo. Pero el amor
abstracto no existe; Jesús mismo nos dice de “amar al prójimo”: “lo que
hicisteis a uno de estos pequeños, a mí me lo hicisteis”, y san Juan dice:
“quien no ama a su hermano, a quien ve,
no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4,20).
El evangelio no quiere decir que el amor a los
hijos o a los padres sea malo y que debemos olvidarlo para amar a Jesús o a
Dios. Sin embargo, nos advierte de que ese amor puede ser un egoísmo camuflado que
busca la seguridad material de uno mismo, sin tener en cuenta a los demás.
Así
pues, un verdadero amor nunca puede oponerse a otro amor auténtico. Cuando un
marido se encuentra atrapado entre el amor a su madre y el amor a su esposa,
algo no está funcionando bien. Si el “amor a Dios” está en contradicción con el
amor al padre o a la madre, o no tiene idea de los que es amar a Dios, o no
tiene idea de lo que es amar al ser humano.
Debemos
tomar conciencia de que todo egoísmo personal
que solo busca el bien material del individuo o la familia, nos lleva a
la deshumanización.