LECTURAS
- Deureronomio 8,2-3.14b-16
- Salmo responsorial
- 1 Corintios 10,16-17
- Juan 6,51-58
Toda la celebración de la Eucaristía es un tiempo sublime, “el culmen y centro de la vida cristiana”, la mejor
oración, porque es el encuentro con
Jesucristo y con los demás cristianos.
Seguir a Jesucristo es querer ser personas
como lo fue él, lo cual significa: ir moldeando nuestra vida y tomar decisiones en el ámbito familiar, político,
social, económico, laboral, guiados por lo que Jesús llamó el “mandamiento
nuevo” donde él se nos propone como modelo y ejemplo a seguir: “Amaos unos a
otros como yo os he amado”. Esta es la distinción del cristiano: amar, no de
cualquier manera, sino como lo hizo Jesús, que fue capaz de dar la vida por
todos nosotros.
En consecuencia, no se
puede salir de misa como si no hubiera pasado nada. Celebrar la Eucaristía es
comprometerse a ser para los demás. Una celebración de la Eucaristía compatible
con nuestros egoísmos, con nuestro desprecio por los demás, con nuestros odios
y rivalidades, con nuestros complejos de superioridad, no tiene nada que ver
con lo que Jesús quiso expresar en la última cena.
El día del Corpus es el “día de Cáritas”, en el que Jesús nos dice que miremos a nuestros hermanos menos favorecidos y también nos dice: “dadles vosotros de
comer”; es decir, compartir con otros más pobres lo poco o mucho que tenemos y que entregamos
a Cáritas, para que en nombre de todos, atienda a algunas familias de nuestra parroquia
y de nuestros barrios con más necesidad.
Toda la celebración de la Eucaristía es un tiempo sublime, “el culmen y centro de la vida cristiana”, la mejor
oración, porque es el encuentro con
Jesucristo y con los demás cristianos.
Seguir a Jesucristo es querer ser personas
como lo fue él, lo cual significa: ir moldeando nuestra vida y tomar decisiones en el ámbito familiar, político,
social, económico, laboral, guiados por lo que Jesús llamó el “mandamiento
nuevo” donde él se nos propone como modelo y ejemplo a seguir: “Amaos unos a
otros como yo os he amado”. Esta es la distinción del cristiano: amar, no de
cualquier manera, sino como lo hizo Jesús, que fue capaz de dar la vida por
todos nosotros.
En consecuencia, no se
puede salir de misa como si no hubiera pasado nada. Celebrar la Eucaristía es
comprometerse a ser para los demás. Una celebración de la Eucaristía compatible
con nuestros egoísmos, con nuestro desprecio por los demás, con nuestros odios
y rivalidades, con nuestros complejos de superioridad, no tiene nada que ver
con lo que Jesús quiso expresar en la última cena.
El día del Corpus es el “día de Cáritas”, en el que Jesús nos dice que miremos a nuestros hermanos menos favorecidos y también nos dice: “dadles vosotros de
comer”; es decir, compartir con otros más pobres lo poco o mucho que tenemos y que entregamos
a Cáritas, para que en nombre de todos, atienda a algunas familias de nuestra parroquia
y de nuestros barrios con más necesidad.