LECTURAS
- Eclesiástico 27,5-8
- Salmo responsorial 91
- 1ª Corintios 15,54-58
- Lucas 6,39-45
Jesús se dirige a sus discípulos, y por tanto, a nosotros, con una pregunta-proverbio: "Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? Todos entendemos el proverbio y sabemos la respuesta.
Un ciego fisiológico es una persona que no puede ver, que no ve la luz. LLevado el proverbio al plano espiritual que es en el que habla Jesús, significa que un ciego es el que no contempla la luz de Cristo, y por tanto, es incapaz de ver las realidades a la luz de Cristo.
Por desgracia, son muchos los bautizados que no tienen la luz de Cristo, bien porque la han perdido, bien porque no la han cultivado, de modo que aunque fueron iluminados, sin embargo, se han convertido en "miopes profundos" o con "cataratas" desde el punto de vista espiritual, porque de hecho no tiene una visión cristiana de la realidad. Son bautizados, pero como si no lo fueran, especie de "ciegos espirituales".
Las palabras de Jesús nos indican que el evangelio es para ser vivido. Y eso nos lo dice con otro proverbio: "No hay árbol bueno que dé fruto malo. Y no hay árbol malo que dé fruto bueno. Con este juego de palabras, Jesús nos dice que Dios nos ha hacho "árbol bueno", o como decía San Pablo: "hemos sido injertados en Cristo". Nuestras palabras y acciones son manifestación de los que somos, y la vida de los que seguimos a Jesús se manifiesta, no tanto por los buenos deseos, cuanto por las actitudes y actos concretos de nuestra vida de cada día.
Un ciego fisiológico es una persona que no puede ver, que no ve la luz. LLevado el proverbio al plano espiritual que es en el que habla Jesús, significa que un ciego es el que no contempla la luz de Cristo, y por tanto, es incapaz de ver las realidades a la luz de Cristo.
Por desgracia, son muchos los bautizados que no tienen la luz de Cristo, bien porque la han perdido, bien porque no la han cultivado, de modo que aunque fueron iluminados, sin embargo, se han convertido en "miopes profundos" o con "cataratas" desde el punto de vista espiritual, porque de hecho no tiene una visión cristiana de la realidad. Son bautizados, pero como si no lo fueran, especie de "ciegos espirituales".
Las palabras de Jesús nos indican que el evangelio es para ser vivido. Y eso nos lo dice con otro proverbio: "No hay árbol bueno que dé fruto malo. Y no hay árbol malo que dé fruto bueno. Con este juego de palabras, Jesús nos dice que Dios nos ha hacho "árbol bueno", o como decía San Pablo: "hemos sido injertados en Cristo". Nuestras palabras y acciones son manifestación de los que somos, y la vida de los que seguimos a Jesús se manifiesta, no tanto por los buenos deseos, cuanto por las actitudes y actos concretos de nuestra vida de cada día.