LECTURAS
- Samuel 5,1-3
- Salmo responsorial
- Colosenses 1,12-20
- Lucas 23,35-43
Jesús es icono y sacramento de Dios
misericordioso, que perdona siempre y a todos. Por esto mismo, el perdón y el
amor constituyen la identidad cristiana, como nos enseña Jesús en el
Padrenuestro: “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a
los que nos ofenden”.
Jesús ha venido para hacernos
saber y gozar de la bondad y misericordia de Dios. En consecuencia, el perdón
es clave para comprender el reinado y la salvación que Jesús ofrece. Jesús
ejerce su reinado desde la cruz, perdonando y abriendo las puertas del Reino de
Dios. El buen ladrón somos nosotros,
en cuanto que
nos recuerda nuestra condición pecadora. Por una parte, Dios nos ha adoptado
como hijos, pero nosotros, por el pecado nos alejamos de él y nos negamos a participar
de su bondad y amor. Pero como somos hijos, Dios siempre siente compasión por
nosotros.
Ante el Dios de Jesús todos somos el
“buen ladrón”, el “hijo pródigo”, el “publicano” de la parábola, la “mujer
adúltera”, o “Pedro que niega a Jesús” Pero no hay persona humana, por mal que
haya vivido, a la que Dios le niegue el perdón. Sólo hace falta que nosotros queramos
ser perdonados de corazón, como el buen ladrón que invocó a Jesús, quien
respondió: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”, o como el publicano Zaqueo, a
quien dijo Jesús: “Hoy ha entrado la salvación en esta casa”, o a Pedro que
lloró por su traición, y dijo a Jesús: “Tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”,
y Jesús le respondió: “Sígueme”. Donde está Jesucristo hay misericordia y
felicidad, como escribió el papa Francisco: “Quienes se dejan salvar por Jesús
son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con
Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (EG 1).
Terminamos recordando algunas
palabras de san Pablo, escuchadas en la 2ª lectura y que nos ayudan a entender
lo que celebramos cada domingo en la Misa: “Demos gracias a Dios Padre, que nos
ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo
de su amor, Jesucristo, por cuya sangre
hemos recibido la redención, el perdón de los pecados… Él es imagen del Dios
invisible,… Él es también la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia. Él es el
primogénito de entre los muertos y así es el primero en todo. Por él y para él
Dios quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo
la paz por la sangre de su cruz”. El reinado de Jesucristo no se
fundamenta en el poder y la fuerza, sino que es servicio y amor hasta la muerte
y una muerte en la cruz.
LECTIO DIVINA PARROQUIA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA
HOJA DOMINICAL DIOCESANA
RETIRO DE ADVIENTO: "CAMINANTES SEMBRANDO ESPERANZA"
Jesús es icono y sacramento de Dios
misericordioso, que perdona siempre y a todos. Por esto mismo, el perdón y el
amor constituyen la identidad cristiana, como nos enseña Jesús en el
Padrenuestro: “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a
los que nos ofenden”.
Jesús ha venido para hacernos saber y gozar de la bondad y misericordia de Dios. En consecuencia, el perdón es clave para comprender el reinado y la salvación que Jesús ofrece. Jesús ejerce su reinado desde la cruz, perdonando y abriendo las puertas del Reino de Dios. El buen ladrón somos nosotros, en cuanto que nos recuerda nuestra condición pecadora. Por una parte, Dios nos ha adoptado como hijos, pero nosotros, por el pecado nos alejamos de él y nos negamos a participar de su bondad y amor. Pero como somos hijos, Dios siempre siente compasión por nosotros.
Ante el Dios de Jesús todos somos el “buen ladrón”, el “hijo pródigo”, el “publicano” de la parábola, la “mujer adúltera”, o “Pedro que niega a Jesús” Pero no hay persona humana, por mal que haya vivido, a la que Dios le niegue el perdón. Sólo hace falta que nosotros queramos ser perdonados de corazón, como el buen ladrón que invocó a Jesús, quien respondió: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”, o como el publicano Zaqueo, a quien dijo Jesús: “Hoy ha entrado la salvación en esta casa”, o a Pedro que lloró por su traición, y dijo a Jesús: “Tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”, y Jesús le respondió: “Sígueme”. Donde está Jesucristo hay misericordia y felicidad, como escribió el papa Francisco: “Quienes se dejan salvar por Jesús son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (EG 1).
