Este domingo, 16 de noviembre, la
Iglesia celebra la Jornada mundial de los pobres, en el contexto del Año
Jubilar, con el lema: «Tú, Señor, eres mi esperanza» (cf. Sal 71, 5
El IX Informe FOESSA muestra que España mantiene una de las tasas de desigualdad más altas de Europa, con 4,3 millones de personas en situación de exclusión severa, un 52% más que en 2007. Ante esta realidad, el mensaje del papa León XIV alerta del riesgo de acostumbrarse y resignarse ante las nuevas oleadas de empobrecimiento. Frente a ello, invita a poner a los pobres en el centro de la mirada y a generar “nuevos signos de esperanza que testimonien la caridad cristiana”.
LECTURAS
- Malaquías 3,19-20a
- Salmo responsorial 97,5-9
- 2 Tesalonicenses 3, 7-12
- Lucas 21, 5-19
En el evangelio Jesús también advierte que llegarán
noticias de guerras y revoluciones. Es lo que da de sí este mundo, entonces y
ahora. Actualmente por los medios de comunicación vemos el desarrollo de
guerras y revoluciones, las injusticias y el hambre que toca de lleno a cientos
de millones de personas. Es el fruto del pecado, del egoísmo humano. Jesús dice que este tipo de mundo tiene fecha de caducidad. Todo eso que anuncia Jesús, lo
podemos palpar en nuestra sociedad, entre nosotros. Constatamos que vivimos en
una civilización “líquida” y nos amoldamos a todo, aunque sea contrario a
nuestras convicciones y fe.
A nuestra civilización actual se le denomina como "sociedad líquida": vivimos sin principios, sin cimientos sólidos. La verdad
depende de la ideología en que se milite, la justicia depende de los vientos
económicos y políticos que corran. Si miramos nuestro entorno en la "familia cristiana",
cuantas veces parece que queremos pasar desapercibidos, que no nos vean como cristiano, que no sepan que vamos a misa los domingos. O cuántas
veces, se asiste a un entierro, y da la impresión de que allí no hay ningún cristiano,
porque nadie responde, o responden 2 ó 3 por lo bajo como para que no se note. Seguimos
la corriente, en lugar de ser como la levadura en la masa", también "la luz del mundo;... la sal de la tierra”.
El mensaje que nos sugiere el evangelio
es que tomemos conciencia de que ser discípulo de Jesús conlleva la misma
suerte del maestro, es decir, la persecución, la incomprensión, la crítica, el
rechazo, incluso de los más cercanos. Pero, ante todo esto, queda la
confianza en que el Espíritu de Jesús nos sostiene y nada de lo vivido se
perderá. Por el contrario, dará frutos de eternidad, y finalmente será el
triunfo del bien sobre el mal, el triunfo de Cristo y de quienes le siguen.
LECTIO DIVINA PARROQUIA SAN ISIDRO DE ALMANSA
HOJA DOMINCAL DIOCESANA
En el evangelio Jesús también advierte que llegarán noticias de guerras y revoluciones. Es lo que da de sí este mundo, entonces y ahora. Actualmente por los medios de comunicación vemos el desarrollo de guerras y revoluciones, las injusticias y el hambre que toca de lleno a cientos de millones de personas. Es el fruto del pecado, del egoísmo humano. Jesús dice que este tipo de mundo tiene fecha de caducidad. Todo eso que anuncia Jesús, lo podemos palpar en nuestra sociedad, entre nosotros. Constatamos que vivimos en una civilización “líquida” y nos amoldamos a todo, aunque sea contrario a nuestras convicciones y fe.
A nuestra civilización actual se le denomina como "sociedad líquida": vivimos sin principios, sin cimientos sólidos. La verdad depende de la ideología en que se milite, la justicia depende de los vientos económicos y políticos que corran. Si miramos nuestro entorno en la "familia cristiana", cuantas veces parece que queremos pasar desapercibidos, que no nos vean como cristiano, que no sepan que vamos a misa los domingos. O cuántas veces, se asiste a un entierro, y da la impresión de que allí no hay ningún cristiano, porque nadie responde, o responden 2 ó 3 por lo bajo como para que no se note. Seguimos la corriente, en lugar de ser como la levadura en la masa", también "la luz del mundo;... la sal de la tierra”.
El mensaje que nos sugiere el evangelio
es que tomemos conciencia de que ser discípulo de Jesús conlleva la misma
suerte del maestro, es decir, la persecución, la incomprensión, la crítica, el
rechazo, incluso de los más cercanos. Pero, ante todo esto, queda la
confianza en que el Espíritu de Jesús nos sostiene y nada de lo vivido se
perderá. Por el contrario, dará frutos de eternidad, y finalmente será el
triunfo del bien sobre el mal, el triunfo de Cristo y de quienes le siguen.

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