LECTURAS
- Lamentaciones 3, 17-26
- Salmo responsorial 129, 1-8
- Romanos 14,7-9.10-12
- Mateo 25, 31-46
La razón y fundamento de nuestro ser cristianos es
nuestra fe en Jesucristo resucitado, como hemos escuchado en San Pablo y como proclama la Iglesia y confesamos en
el Credo: “Creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna”. Esta expresión “resurrección de la
carne” quiere indicar que es el mismo ser humano de la existencia terrena quien
resucita, con todas sus dimensiones, pero transfigurado como Cristo resucitado, quien fue maltratado, torturado, crucificado, y resucitó
al tercer día con esta carne nuestra. Con su resurrección Jesús entró con toda
su humanidad en la dimensión definitiva de Dios, llena de claridad y
transparencia, donde ya no hay debilidad, ni enfermedad, ni injusticia que
pueda afectarle.
La resurrección de Cristo Jesús es la
garantía de la resurrección de nuestra carne; una carne transfigurada, en la
que ya no será posible el engaño; carne gloriosa como nos decía ayer san Juan
(2ª lectura):”Somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado lo que
seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos
tal cual es”.
Jesús reveló a Marta: ”Yo soy la
resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está
vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. Y pocas horas antes de su muerte
anunció a los discípulos: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Cuando
vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy
yo, estéis también vosotros”.
Con la parábola que hemos
escuchado en el Evangelio se nos indica que el camino para ir a Dios pasa por el
ser humano. Por ello, dice Jesús “lo
que habéis hecho a uno de estos los más pequeños, a mí me lo habéis hecho”;
y, por el contrario, “lo que no hacéis a estos, los más pequeños, tampoco
a mí me lo hacéis”. Esta
enseñanza de Jesús nos ofrece las pistas de evaluación: criterios que
se verifican en el ejercicio de la misericordia, en el día a día, con los
hambrientos, forasteros, enfermos, marginados, ancianos y todo el que nos
necesita. El ejercicio de la misericordia adopta
formas diversas según las necesidades y problemas que surgen y que la vida
presenta.
LECTIO DIVINA SAN ROQUE DE ALMANSA
La razón y fundamento de nuestro ser cristianos es nuestra fe en Jesucristo resucitado, como hemos escuchado en San Pablo y como proclama la Iglesia y confesamos en el Credo: “Creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna”. Esta expresión “resurrección de la carne” quiere indicar que es el mismo ser humano de la existencia terrena quien resucita, con todas sus dimensiones, pero transfigurado como Cristo resucitado, quien fue maltratado, torturado, crucificado, y resucitó al tercer día con esta carne nuestra. Con su resurrección Jesús entró con toda su humanidad en la dimensión definitiva de Dios, llena de claridad y transparencia, donde ya no hay debilidad, ni enfermedad, ni injusticia que pueda afectarle.
Jesús reveló a Marta: ”Yo soy la
resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está
vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. Y pocas horas antes de su muerte
anunció a los discípulos: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Cuando
vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy
yo, estéis también vosotros”.
Con la parábola que hemos escuchado en el Evangelio se nos indica que el camino para ir a Dios pasa por el ser humano. Por ello, dice Jesús “lo que habéis hecho a uno de estos los más pequeños, a mí me lo habéis hecho”; y, por el contrario, “lo que no hacéis a estos, los más pequeños, tampoco a mí me lo hacéis”. Esta enseñanza de Jesús nos ofrece las pistas de evaluación: criterios que se verifican en el ejercicio de la misericordia, en el día a día, con los hambrientos, forasteros, enfermos, marginados, ancianos y todo el que nos necesita. El ejercicio de la misericordia adopta formas diversas según las necesidades y problemas que surgen y que la vida presenta.



