La cuarta vela de la Corona de Adviento representa el amor.
Esta luz nos llama a vivir en amor y a compartir ese amor con los demás, recordándonos que el verdadero significado de la Navidad reside en el amor que se manifiesta a través de gestos de bondad, compasión y solidaridad.
LECTURAS
- Miqueas 5, 1-4a
- Salmo responsorial
- Hebreos 10, 5-10
- Lucas 1, 39-45
El Evangelio de hoy nos pone delante a
dos mujeres: María e Isabel; dos mujeres que han encontrado a Dios y han aprendido
la lección de que solo el amor de Dios es importante.
La palabra “encuentro” es la clave del evangelio
de hoy. Cómo escuchamos el domingo pasado, el encuentro del Ángel Gabriel con
Maria, a quien le anuncia cómo Dios se ha fijado en ella, provoca la respuesta
de María, dando entrada a Dios en la humanidad, concibiendo, gestando y dando a
luz al hijo Jesús. Y ese encuentro de María con Dios lleva a María al encuentro
con Isabel, su pariente, que esperaba un hijo y ya estaba en el sexto mes de
embarazo.
En la joven María, embarazada y en camino,
atravesando Palestina de norte a sur para encontrarse con su parienta Isabel, se
muestra el amor traducido en servicio, “María que va a prisa hacia la
montaña” para compartir su alegría con una madre, Isabel, que había sido
estéril, y al mismo tiempo, servirla en aquellos meses delicados. El ejemplo de María nos motiva para ir al
encuentro de los otros, particularmente de los más necesitados. No se trata de
hacer “cosas grandes”. Quizás sencillamente ofrecer nuestra amistad a esa
persona hundida en la soledad o la depresión, estar cerca de ese joven que
sufre una incertidumbre frente a su futuro, tener paciencia con ese anciano que
busca ser escuchado por alguien, apoyar a alguien que no tiene trabajo, o bien
tratar de colaborar con un proyecto solidario.
Cada año, en el cuarto Domingo de
Adviento, el Evangelio pone ante nuestros ojos a María, que supo esperar y
abandonarse a Dios.
Este episodio, del encuentro de María
con Isabel, nos recuerda las visitas de Dios a nuestra vida, y nos recuerda
también, que Dios nunca nos deja solos cuando le necesitamos. Ya lo dijo Jesús
en su despedida de los apóstoles: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los
días, hasta el final de los tiempos”.
Dentro de tres días celebraremos la
Navidad, que es la fiesta de la Vida. Cristo ha venido para ser Vida y Luz para
todo hombre y mujer. Él nos da el poder de ser hijos de Dios, si lo acogemos con
fe.
Que al saludarnos y decir ¡feliz Navidad!
en estos días, lo digamos sintiéndonos hijos de Dios y hermanos unos de otros, y
no simplemente como una fórmula social. Que así sea, y ¡Feliz Navidad a todos!
El Evangelio de hoy nos pone delante a
dos mujeres: María e Isabel; dos mujeres que han encontrado a Dios y han aprendido
la lección de que solo el amor de Dios es importante.
La palabra “encuentro” es la clave del evangelio
de hoy. Cómo escuchamos el domingo pasado, el encuentro del Ángel Gabriel con
Maria, a quien le anuncia cómo Dios se ha fijado en ella, provoca la respuesta
de María, dando entrada a Dios en la humanidad, concibiendo, gestando y dando a
luz al hijo Jesús. Y ese encuentro de María con Dios lleva a María al encuentro
con Isabel, su pariente, que esperaba un hijo y ya estaba en el sexto mes de
embarazo.
Este episodio, del encuentro de María
con Isabel, nos recuerda las visitas de Dios a nuestra vida, y nos recuerda
también, que Dios nunca nos deja solos cuando le necesitamos. Ya lo dijo Jesús
en su despedida de los apóstoles: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los
días, hasta el final de los tiempos”.
Dentro de tres días celebraremos la
Navidad, que es la fiesta de la Vida. Cristo ha venido para ser Vida y Luz para
todo hombre y mujer. Él nos da el poder de ser hijos de Dios, si lo acogemos con
fe.
Que al saludarnos y decir ¡feliz Navidad!
en estos días, lo digamos sintiéndonos hijos de Dios y hermanos unos de otros, y
no simplemente como una fórmula social. Que así sea, y ¡Feliz Navidad a todos!