LECTURAS
- Exequiel 2, 2-6
- Salmo responsorial 122,1-2a.2bcd.3-4
- 2 Corintios 12, 7b-10
- Marcos 6, 1-6
La religión
se ha convertido para muchos en una especie de ideología más que en un estilo
de vida, ya que falta un encuentro personal con Jesucristo que transforma la
existencia. Así hay muchos que dicen: “yo soy católico de toda la vida”, o “soy
muy católico” pero, de hecho, no asisten más que a algunos actos religiosos de
carácter social, pero no son de práctica religiosa habitual, ni tampoco tratan
de vivir según los valores del Evangelio, porque tampoco los conocen.
En la segunda
lectura, escuchamos a San Pablo quien manifiesta cómo el centro de su vida es
Jesucristo, y todo lo demás lo considera basura, y por eso es capaz incluso de
dar su vida por el Evangelio, es decir, por Jesucristo, como así hizo. Y por
eso, nos dice:” Vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las
privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo.
Las lecturas
de este domingo, especialmente la primera y el Evangelio nos hablan de rechazo. El profeta
Ezequiel se dirige al pueblo de Israel, desterrado de Babilonia, al que llama “pueblo
rebelde”, cuyos hijos “son testarudos y obstinados”. Estos no hacen caso a las
palabras del profeta porque denuncia la situación pecaminosa en que vive el
pueblo que se ha alejado de Dios. Les molesta el mensaje del profeta Ezequiel.
400 años más
tarde, cuando Jesús, después de un tiempo predicando y curando por aldeas y
pueblos de Galilea, vuelve su pueblo, Nazaret, sus paisanos, que eran sus
compañeros y vecinos de toda su vida, lo rechazan, extrañados de que el hijo de
José, “el carpintero” y de María, dijera lo que estaban escuchando, y se decían
“¿de dónde saca esa sabiduría?” Estaban
convencidos de que conocían a Jesús, y precisamente por eso no lo escucharon, y
lo rechazaron lo mismo que hicieron con los profetas anteriores.
Nosotros
podemos decir que sí conocemos a Jesús. No lo hemos conocido en su adolescencia
y juventud, ni lo hemos visto físicamente, pero podemos afirmar que lo
conocemos por los evangelios, por la predicación de la Iglesia; conocemos su
palabra y sus milagros, y sabemos que por su muerte y resurrección él nos
incorpora a la familia de Dios, y nos ha enseñado a llamar a Dios “Padre”. Todo
esto lo confesamos en el Credo.
Pero el conocimiento
de Jesús no puede quedarse en una ilustración de su vida, de sus palabras, sino
que debe llevarnos a un modo de vida nuevo, a una vida según sus caminos y
según su voluntad, dejándonos conducir por él, que se manifiesta como camino, verdad
y vida, qué nos lleva a Dios. Conocer a
Jesús implica interiorizarlo en nuestra vida, dejar que Cristo viva en nosotros,
y tener una relación personal con él, mediante la escucha del Evangelio, la
celebración de la Eucaristía cada domingo, la práctica de los sacramentos, buscar
momentos de formación, y sentirnos también miembros vivos de la comunidad
cristiana, que es la familia de Jesús.
LECTIO DIVINA DE LA PARROQUIA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA
La religión
se ha convertido para muchos en una especie de ideología más que en un estilo
de vida, ya que falta un encuentro personal con Jesucristo que transforma la
existencia. Así hay muchos que dicen: “yo soy católico de toda la vida”, o “soy
muy católico” pero, de hecho, no asisten más que a algunos actos religiosos de
carácter social, pero no son de práctica religiosa habitual, ni tampoco tratan
de vivir según los valores del Evangelio, porque tampoco los conocen.
En la segunda lectura, escuchamos a San Pablo quien manifiesta cómo el centro de su vida es Jesucristo, y todo lo demás lo considera basura, y por eso es capaz incluso de dar su vida por el Evangelio, es decir, por Jesucristo, como así hizo. Y por eso, nos dice:” Vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo.
Las lecturas de este domingo, especialmente la primera y el Evangelio nos hablan de rechazo. El profeta Ezequiel se dirige al pueblo de Israel, desterrado de Babilonia, al que llama “pueblo rebelde”, cuyos hijos “son testarudos y obstinados”. Estos no hacen caso a las palabras del profeta porque denuncia la situación pecaminosa en que vive el pueblo que se ha alejado de Dios. Les molesta el mensaje del profeta Ezequiel.
400 años más tarde, cuando Jesús, después de un tiempo predicando y curando por aldeas y pueblos de Galilea, vuelve su pueblo, Nazaret, sus paisanos, que eran sus compañeros y vecinos de toda su vida, lo rechazan, extrañados de que el hijo de José, “el carpintero” y de María, dijera lo que estaban escuchando, y se decían “¿de dónde saca esa sabiduría?” Estaban convencidos de que conocían a Jesús, y precisamente por eso no lo escucharon, y lo rechazaron lo mismo que hicieron con los profetas anteriores.
Pero el conocimiento de Jesús no puede quedarse en una ilustración de su vida, de sus palabras, sino que debe llevarnos a un modo de vida nuevo, a una vida según sus caminos y según su voluntad, dejándonos conducir por él, que se manifiesta como camino, verdad y vida, qué nos lleva a Dios. Conocer a Jesús implica interiorizarlo en nuestra vida, dejar que Cristo viva en nosotros, y tener una relación personal con él, mediante la escucha del Evangelio, la celebración de la Eucaristía cada domingo, la práctica de los sacramentos, buscar momentos de formación, y sentirnos también miembros vivos de la comunidad cristiana, que es la familia de Jesús.