sábado, 22 de junio de 2024

Día 23 junio de 2024. Domingo XII del Tiempo Ordinario.

 

LECTURAS

  • Job 38, 8-11
  • Salmo responsorial 106, 23-24.25-26.28-29.30-31
  • 2 Corintios 5, 14-117
  • Marcos  4, 35-41

Leemos en el Evangelio que los discípulos, aun siendo algunos de ellos pescadores experimentados, sin embargo, sienten pánico ante aquella tormenta en el lago de Galilea; se ven perdidos, y acuden a Jesús que duerme plácidamente en el cabezal del barco, y lo llaman sobresaltados: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?

Y Jesús después de calmar el viento y las olas del mar, les dijo: “Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?

 Seguro que, si miramos nuestra vida, también hemos experimentado tormentas, y nos sentimos zarandeados por problemas que alteran nuestra vida personal, familiar, social y eclesial, por lo que hemos tenido que remar contra corriente, sintiendo a veces que todo se nos va a pique.

Incluso podemos pensar que Jesús duerme o que nos ha abandonado, y es entonces cuando “nos acordamos de santa Bárbara cuando truena”, y rezamos a Dios, a la Virgen, o al Santo de nuestra devoción, pidiendo: “Señor, ¡sácame de este problema!”, o “dame suerte en este trance o prueba”. Lo mismo que en el pasaje de la tempestad calmada, Jesús también hoy calma nuestras tormentas y apacigua nuestros miedos como frenó el viento y el oleaje en el mar de Galilea.

Como aquellos primeros discípulos, también nosotros tenemos una fe débil. No confiamos en Jesucristo todo lo que debiéramos. 

Si nos fijamos, en la celebración de la Misa estamos continuamente dirigiéndonos a Dios por Jesucristo, al que no lo vemos físicamente, pero que está con nosotros, en su condición de resucitado, como nos ha prometido. En la oración primera hemos pedido a Dios que nos dé fuerza para vivir nuestra condición de cristianos en el amor que él nos tiene; en el Credo, manifestamos nuestra fe en Dios y en la Iglesia, confesamos nuestra esperanza en la vida junto a Dios; tras la consagración proclamamos nuestra fe y esperanza, y en el Padrenuestro, además de reconocer a Dios como lo que es, pedimos que nos dé lo necesario para vivir, que nos conceda el perdón y la paz, y que nos libre del mal; cuando recibimos la Comunión, decimos “Amén”, que es un modo de expresar nuestra fe en Cristo resucitado, al que recibimos bajo el signo del pan consagrado.




domingo, 16 de junio de 2024

Día 16 junio de 2024. Domingo XI del Tiempo Ordinario.

 

LECTURAS

  • Ezequiel 17, 22-24
  • Salmo re3sponsoriual  91, 2--3.13-14.15--16
  • 2 Corintios 5, 6-10
  • Mc 4, 26-34


El Reino de Dios es la semilla divina sembrada en cada uno de nosotros; no se puede ver porque es una realidad espiritual; pero si está o no está en nosotros, eso se aprecia mirando las obras. Si mi relación con los demás es adecuada a mi verdadero ser, a lo que Dios ha puesto en mí, entonces mostraremos que el Reino de Dios está en mí. El apóstol Santiago dice: “muéstrame tus obras, y yo te diré cuál es tu fe”. Y San Juan, por su parte, también dice: “todo el que ama ha nacido de Dios porque Dios es amor”.

Y, por el contrario, si nuestra relación con los demás es inadecuada, estaremos demostrando que impedimos que el Reino de Dios se desarrolle en nosotros. Nuestros pecados son nuestra negativa a dejar que Dios realice su obra en nosotros, y de esta manera impedimos que la fuerza que Dios ha puesto en nosotros no crezca, no madure, no dé el fruto previsto. Por eso, dijo Jesús: “Por los frutos se conocerá que sois mis discípulos: si os amáis unos a otros”.

 La parábola del grano de mostaza nos recuerda que la vida es un regalo de Dios, y que Dios ha puesto dentro de nosotros toda una serie de potencialidades que, si colaboramos, haremos posible desarrollar, realizándonos como personas. Y, por tanto, la primera tarea es saborear la vida, vivir la alegría del Evangelio, y tener confianza en Dios que no nos deja de su mano. Lo que Dios nos pide es nuestra colaboración desde nuestra libertad, porque nuestra tarea consiste en acoger la acción del Espíritu de Dios que nos empuja a vivir los valores del Evangelio, y por eso nos dice Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”.

La parábola de hoy también nos enseña que como discípulos de Jesús estamos llamados a sembrar pequeñas semillas de humanidad en nuestro entorno: una sonrisa, un gesto de cercanía, un pequeño servicio, buscar el bien común, valorar todo lo que de positivo tiene cualquier persona. Esos pequeños detalles son signos del Reino de Dios presente en una persona.

LECTIO DIVINA DE LA PARROQUIA DE SAN ROQUE DE ALMANSA

HOJA DOMINICAL DIOCESANA

 




sábado, 8 de junio de 2024

Día 9 junio de 2024. Domingo X del Tiempo Ordinario.

 

LECTURAS

  • Génesis 3, 9-15
  • Salmo responsorial 129, 1-2.3-4.4.5-6.7-8
  • 2 Corintios 4, 13-5,1
  • Marcos 3, 20-35



Ciertamente, Jesús dejó casa y pueblo, madre y oficio, para comenzar a predicar de pueblo en pueblo. Eso llamó la atención porque no era habitual. En otra parte del evangelio se dice de Jesús que enseñaba con autoridad y no como los maestros de la ley, y lo mismo nos dice el evangelio de hoy que Jesús liberaba de sus males a las personas, lo que originó una discusión con los escribas,

Los parientes de Jesús no entienden la marcha que ha tomado Jesús. Probablemente, María recordó aquellas palabras de Jesús cuando de niño se perdió en Jerusalén, y cuando lo encontraron, le regañaron, a lo que él respondió: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre? Ante el anuncio de la gente a Jesús, “tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan”, Jesús responde diciendo: “el que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano, y mi hermana y mi madre”. Con estas palabras Jesús invita a su familia de sangre a ser una nueva familia, no tanto por los lazos tradicionales sino para cumplir la voluntad de Dios. Y así también anuncia que, muchos que no son de su familia según la sangre, pueden formar parte de la familia de Jesús que escucha la palabra de Dios y la práctica.

Nosotros somos la familia de Jesús, nosotros formamos parte de los parientes del Señor; por eso, nos llamamos “hermanos”, y lo somos por el bautismo; y porque cada domingo escuchamos la Palabra del Señor y recibimos la Comunión en la celebración de la Misa, y por eso rezamos en el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. María, la madre de Jesús, seguramente no siempre comprendía las palabras y acciones de su hijo, pero como nos dice varias veces el evangelio: “conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”, es decir, asimilándolas hasta llegar a creer verdaderamente en su hijo. Tampoco nosotros acabamos de entender todo el Evangelio, pero si lo conservamos en nuestro corazón, seguro que el Señor por medio del Espíritu Santo nos irá haciéndolo comprender y cumpliremos la voluntad del Padre Dios.

Retengamos la frase de Jesús “El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano, y mi hermana y mi madre”.


LECTIO DIVINA PARROQUIA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA

HOJA DOMINICAL DIOCESANA

 

 

sábado, 1 de junio de 2024

Día 2 junio de 2024. Corpus Christi. Día de Cáritas

 




LECTURAS

  • Éxodo 24, 3-8
  • Salmo responsorial 
  • Hebreos 9, 11-15
  • Marcos 14, 12-16.22-26


La solemnidad del Corpus Christi tiene por finalidad resaltar la presencia de Jesucristo en el pan y vino consagrados, es decir, en la Eucaristía. De algún modo, podríamos decir que esta celebración es un eco de la misa de la Cena del Señor del Jueves Santo. En el Triduo Pascual vivimos de modo concentrado la institución de la Eucaristía, la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesús. En aquellos días pasamos de un acontecimiento a otro con tanta rapidez, que casi no da tiempo para vivirlos con cierto sosiego interior. Así en este día del Corpus, revivimos la institución de la Eucaristía, fiesta que se remonta al siglo XIII, un tiempo en que algunos teólogos negaban la presencia de Cristo en la eucaristía. Ahora, 8 siglos después, no ha cambiado mucho el contexto: nuestra sociedad,  descristianizada, se muestra indiferente ante un Dios que ha querido permanecer como alimento para reponer nuestras fuerzas espirituales en el camino de la vida.

 El Evangelio de hoy está marcado por el gesto de Jesús en la última Cena, quien, tomando pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomad, esto es mi cuerpo”. Esta sencilla expresión tiene un significado claro: en la concepción judía del ser humano, el cuerpo indica toda la persona. Por ello, al decir Jesús: “Tomad esto es mi cuerpo" es como si dijera: “este pan que llevo en mis manos es mi propia persona, mi forma de vivir, y mi forma de morir por defender la dignidad de todos, poniéndome al lado de los pobres, de los enfermos, de los pecadores y los tirados en los márgenes del camino. Por tanto, el gesto de Jesús con el pan y el vino recoge todo lo que él ha hecho, rompiéndose, desgastándose, entregándose a los demás en el día a día, compartiendo con la gente su pan, su tiempo, su amistad, su fe en el Reino del Padre.

Cada celebración de la Eucaristía hace presente, sacramentalmente, a Cristo resucitado, el cual nos pide seguir sus pasos, lo que exige abandonar la codicia y ambición del poder, nos pide que sentemos en nuestra mesa a todos, y especialmente a los excluidos a causa del hambre que atormenta a millones de seres humanos, que trabajemos contra el drama de la pobreza, que tratemos de acabar con la angustia del paro, que acojamos a los inmigrantes, y que acabemos con toda exclusión social.

      Sabemos que no tenemos la solución a la pobreza, pero sí nos dejamos alimentar espiritualmente por la Eucaristía, no podemos quedar impasibles ante tantas personas que llaman y necesitan ayuda que les permita vivir un poco mejor.