DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA
LECTURAS
- 2 Macabeos 7,1-2.9-14
- Salmo responsorial 16,1.5-6.8b.15
- 2 Tesalonicenses 2,16-3,5
- Lucas 20,27-28
La
escena del evangelio de hoy se desarrolla en Jerusalén, a pocos días de la
pasión y muerte de Jesús, quien en el templo enseñaba a sus discípulos y a una
multitud que le escucha. Jesús es admirado por muchos, sus discípulos y otros. Pero también tiene sus críticos que le
hacen la oposición y buscan la forma de desacreditarlo ante el pueblo. Entre
sus enemigos están los saduceos que le interrogan buscando alguna contradicción para tener de qué acusarlo y condenarlo.
Entre
los judíos regía la “ley de levirato”, según la cual cuando una mujer quedaba
viuda, el hermano del marido podía tomarla por esposa para asegurar
descendencia, y también para evitar el que la mujer cayera en la
situación de pobreza y desamparo.
Es
lo que nos presenta el evangelio de hoy: los saduceos, que no creían en la
resurrección de los muertos, acuden a Jesús con una pregunta trampa: le presentan una cuestión retorcida que parece una broma de mal gusto: el caso de una mujer que,
se ha casado sucesivamente con siete hermanos por el hecho de haber muerto unos
tras otros sin dejar descendencia, haciendo la pregunta: ¿De quién de ellos será
mujer en la resurrección de los muertos?
Jesús no responde directamente a la pregunta que le hacen, sino que responde
afirmando que parten de un falso planteamiento, porque la vida futura no es
simple continuidad de la vida presente; y a continuación les asegura la
realidad de la resurrección, poniendo de relieve dos aspectos: por un lado, que
la vida de los resucitados es una vida transfigurada por Dios (son hijos de
Dios) y vivirán en presencia de Dios “como ángeles”, es decir, que están en el
ámbito de Dios. Ese modo de vida, más allá de esta vida terrena y después de la
muerte es inimaginable para nosotros todavía terrenos. No hay continuidad
física sino personal. Se trata de una vida nueva dada por Dios, donde ya no
existe la muerte, y donde no se casarán, y donde las relaciones humanas serán
unas relaciones nuevas, fundamentadas en el amor. Como
en la vida de la resurrección no se casarán como en el mundo terreno, carece de
sentido la pregunta de los saduceos, porque en el cielo, o vida en Dios, ni los
hombres serán dueños de las mujeres, ni las mujeres serán siervas de los
hombres.
Dios que es Vida ha creado la vida humana y nos la ofrece como regalo, fruto de su
amor hacia toda persona que viene al mundo. Lo que Dios ama no puede terminar,
porque el amor de Dios es para siempre. El
Dios que nos revela Jesucristo es Fuente de vida; Dios que crea la vida, la
sostiene y la lleva a plenitud. Por eso, donde ponemos vida allí está Dios,
cuando hacemos el bien estamos dando vida y allí está Dios.
Muy
frecuentemente, ante el misterio de la muerte, nos podemos preguntar: ¿es
posible que todo acabe en la nada? Nosotros los que creemos en Jesucristo nos
fiamos de su promesa: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree mí, aunque
haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá eternamente”.
La
escena del evangelio de hoy se desarrolla en Jerusalén, a pocos días de la
pasión y muerte de Jesús, quien en el templo enseñaba a sus discípulos y a una
multitud que le escucha. Jesús es admirado por muchos, sus discípulos y otros. Pero también tiene sus críticos que le
hacen la oposición y buscan la forma de desacreditarlo ante el pueblo. Entre
sus enemigos están los saduceos que le interrogan buscando alguna contradicción para tener de qué acusarlo y condenarlo.
Entre
los judíos regía la “ley de levirato”, según la cual cuando una mujer quedaba
viuda, el hermano del marido podía tomarla por esposa para asegurar
descendencia, y también para evitar el que la mujer cayera en la
situación de pobreza y desamparo.
Es lo que nos presenta el evangelio de hoy: los saduceos, que no creían en la resurrección de los muertos, acuden a Jesús con una pregunta trampa: le presentan una cuestión retorcida que parece una broma de mal gusto: el caso de una mujer que, se ha casado sucesivamente con siete hermanos por el hecho de haber muerto unos tras otros sin dejar descendencia, haciendo la pregunta: ¿De quién de ellos será mujer en la resurrección de los muertos?
Jesús no responde directamente a la pregunta que le hacen, sino que responde afirmando que parten de un falso planteamiento, porque la vida futura no es simple continuidad de la vida presente; y a continuación les asegura la realidad de la resurrección, poniendo de relieve dos aspectos: por un lado, que la vida de los resucitados es una vida transfigurada por Dios (son hijos de Dios) y vivirán en presencia de Dios “como ángeles”, es decir, que están en el ámbito de Dios. Ese modo de vida, más allá de esta vida terrena y después de la muerte es inimaginable para nosotros todavía terrenos. No hay continuidad física sino personal. Se trata de una vida nueva dada por Dios, donde ya no existe la muerte, y donde no se casarán, y donde las relaciones humanas serán unas relaciones nuevas, fundamentadas en el amor. Como en la vida de la resurrección no se casarán como en el mundo terreno, carece de sentido la pregunta de los saduceos, porque en el cielo, o vida en Dios, ni los hombres serán dueños de las mujeres, ni las mujeres serán siervas de los hombres.
Dios que es Vida ha creado la vida humana y nos la ofrece como regalo, fruto de su amor hacia toda persona que viene al mundo. Lo que Dios ama no puede terminar, porque el amor de Dios es para siempre. El Dios que nos revela Jesucristo es Fuente de vida; Dios que crea la vida, la sostiene y la lleva a plenitud. Por eso, donde ponemos vida allí está Dios, cuando hacemos el bien estamos dando vida y allí está Dios.
Muy frecuentemente, ante el misterio de la muerte, nos podemos preguntar: ¿es posible que todo acabe en la nada? Nosotros los que creemos en Jesucristo nos fiamos de su promesa: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá eternamente”.