LECTURAS
- 2 Reyes 5,14.17
- Salmo responsorial 97,1.2.3ab.3cd-4
- 2 Timoteo 2,8-13
- Lucas 17,11-19
Jesús
pone de relieve la fe-confianza que ha
manifestado uno de los leprosos, precisamente un samaritano. Y curando al
samaritano, Jesús está indicando que la salvación de Dios incluye también a los
extranjeros; Jesús, que era
judío, es crítico y cuestiona la idea que los judíos tenían de una relación con
Dios exclusiva y excluyente: pensaban que como ellos eran el pueblo elegido, la
salvación de Dios era para ellos y no para los
demás.
Este evangelio podemos aplicarlo a nuestra vida personal, identificándonos con
los diez leprosos, no porque seamos leprosos físicos, sino porque tenemos actitudes y pecados que nos hacen impuros ante Dios y que
lesionan la convivencia entre nosotros, creando divisiones, enfrentamientos,
faltas de confianza, dando lugar a una humanidad pecadora, como bien podemos apreciar si hacemos un
recorrido por nuestro mundo y ambientes
por donde nos movemos. Reconocer nuestras actitudes y pecados hace que tomemos
conciencia de nuestra pobreza ante Dios,
como aquellos leprosos que gritan ante Jesús: “Señor, apiádate de nosotros”. Cuando
reconocemos nuestra situación de debilidad y pecado, entonces hacemos posible
la acción curativa y gratuita de Dios
sobre nosotros, como hizo Jesús con aquellos leprosos. Recordemos
lo que decimos al inicio de la Misa por tres veces: “Señor, ten piedad,
Cristo ten piedad, Señor ten piedad”. Siempre comenzamos la Eucaristía reconociendo
la necesidad de ser acogidos,
perdonados y amados por aquel que
siempre permanece fiel, Jesucristo, como nos ha dicho san Pablo (2ª lectura):
“Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo”.
Del mismo modo, que podemos vernos reflejados en los diez leprosos, más
debemos identificarnos con el samaritano
que se vuelve para dar gracias a Jesús
y glorifica a Dios porque se siente no sólo
curado de la enfermedad, sino salvado y querido por Dios. Cada
uno podemos pensar en los motivos personales que tenemos para dar gracias a Dios: por el don de la
vida, por nuestra familia, por haber
conocido a Jesucristo y ser cristianos. Cada uno puede pensar en muchas circunstancias por las que dar gracias. Esto
es lo que hacemos cada semana, cuando venimos a celebrar la Eucaristía: que es
encuentro con Jesucristo resucitado, realmente
presente en el Sacramento, que
nos alimenta con su Palabra y con el Pan consagrado, que es su persona, y es encuentro con la familia de Jesús, la
Iglesia, reunida en la celebración eucarística.
Jesús pone de relieve la fe-confianza que ha manifestado uno de los leprosos, precisamente un samaritano. Y curando al samaritano, Jesús está indicando que la salvación de Dios incluye también a los extranjeros; Jesús, que era judío, es crítico y cuestiona la idea que los judíos tenían de una relación con Dios exclusiva y excluyente: pensaban que como ellos eran el pueblo elegido, la salvación de Dios era para ellos y no para los demás.
Este evangelio podemos aplicarlo a nuestra vida personal, identificándonos con los diez leprosos, no porque seamos leprosos físicos, sino porque tenemos actitudes y pecados que nos hacen impuros ante Dios y que lesionan la convivencia entre nosotros, creando divisiones, enfrentamientos, faltas de confianza, dando lugar a una humanidad pecadora, como bien podemos apreciar si hacemos un recorrido por nuestro mundo y ambientes por donde nos movemos. Reconocer nuestras actitudes y pecados hace que tomemos conciencia de nuestra pobreza ante Dios, como aquellos leprosos que gritan ante Jesús: “Señor, apiádate de nosotros”. Cuando reconocemos nuestra situación de debilidad y pecado, entonces hacemos posible la acción curativa y gratuita de Dios sobre nosotros, como hizo Jesús con aquellos leprosos. Recordemos lo que decimos al inicio de la Misa por tres veces: “Señor, ten piedad, Cristo ten piedad, Señor ten piedad”. Siempre comenzamos la Eucaristía reconociendo la necesidad de ser acogidos, perdonados y amados por aquel que siempre permanece fiel, Jesucristo, como nos ha dicho san Pablo (2ª lectura): “Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo”.
Del mismo modo, que podemos vernos reflejados en los diez leprosos, más debemos identificarnos con el samaritano que se vuelve para dar gracias a Jesús y glorifica a Dios porque se siente no sólo curado de la enfermedad, sino salvado y querido por Dios. Cada uno podemos pensar en los motivos personales que tenemos para dar gracias a Dios: por el don de la vida, por nuestra familia, por haber conocido a Jesucristo y ser cristianos. Cada uno puede pensar en muchas circunstancias por las que dar gracias. Esto es lo que hacemos cada semana, cuando venimos a celebrar la Eucaristía: que es encuentro con Jesucristo resucitado, realmente presente en el Sacramento, que nos alimenta con su Palabra y con el Pan consagrado, que es su persona, y es encuentro con la familia de Jesús, la Iglesia, reunida en la celebración eucarística.