LECTURAS
- Isaías 66, 18-21
- Salmo responsorial 116, 1.2
- Hebreos 12, 5-7
- Lucas 13, 22-30
Jesús en su predicación habla de la “salvación”, a la
que llama “Reino de Dios”. Y acoger la salvación es “entrar por la
puerta estrecha”, que es Jesús, lo que implica buscarlo, conocerlo, amarlo, tenerlo
como referencia en la propia vida, y darlo a conocer para que otros también lleguen a Dios: “Yo soy el camino, la verdad y
la vida, nadie va al Padre sino por mí”.
Entrar por la puerta estrecha exige conversión, esto es, abandonar la
mentalidad mundana incorporando a nuestra conciencia los valores
de Jesús, quien nos irá cambiando nuestro modo de pensar, querer y
actuar, hasta hacernos semejantes a él, en cuya vida y enseñanza se nos manifiesta Dios.
El proyecto de salvación de Dios
puede ser rechazado, como es el caso de quienes eligen vivir al margen de Dios,
y por tanto, se auto-excluyen del Reino que se nos ofrece totalmente gratuito. “Hay primeros que serán últimos” ha
dicho Jesús. El pueblo judío se creía que por ser el pueblo elegido y cumplir
la Ley mosaica ya tenían asegurada la salvación. A ellos Jesús les advierte del
riesgo de quedarse fuera, al decir: “Vendrán de Oriente y Occidente, del Norte
y del Sur y se sentarán a la mesa de Reino. Mirad: hay primeros que serán últimos y últimos que serán
primeros”.
Esta misma actitud del pueblo
judío se puede repetir también entre
nosotros los cristianos, cuando creemos que por
haber sido bautizados o participar en algún acto religioso de tiempo en
tiempo ya hemos cumplido. Quién se
limita a eso, como hemos escuchado en el evangelio, puede que escuche las
palabras de Jesús: “No sé quiénes sois”. Entonces comenzaremos a decir: “si yo me
bauticé y recibí la primera comunión, y
además en Semana Santa salía de
costalero en las procesiones, voy a
algunos entierros y funerales”. Si
nos limitamos a eso, puede que escuchemos: “No sé de dónde sois”. Porque tener fe significa acoger la
gracia del bautismo y vivir en consecuencia, es decir, escuchar el Evangelio y
meterlo en nuestro corazón y que se vean sus frutos en la vida de cada día. “Por
los frutos se conocerá quienes son mis discípulos, si os amáis unos a otros”,
dijo Jesús en su despedida en la última Cena. Esto significa que en nuestra
vida moral se manifiesta si tenemos fe
de verdad.
Jesús en su predicación habla de la “salvación”, a la que llama “Reino de Dios”. Y acoger la salvación es “entrar por la puerta estrecha”, que es Jesús, lo que implica buscarlo, conocerlo, amarlo, tenerlo como referencia en la propia vida, y darlo a conocer para que otros también lleguen a Dios: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie va al Padre sino por mí”.
Entrar por la puerta estrecha exige conversión, esto es, abandonar la mentalidad mundana incorporando a nuestra conciencia los valores de Jesús, quien nos irá cambiando nuestro modo de pensar, querer y actuar, hasta hacernos semejantes a él, en cuya vida y enseñanza se nos manifiesta Dios.
El proyecto de salvación de Dios puede ser rechazado, como es el caso de quienes eligen vivir al margen de Dios, y por tanto, se auto-excluyen del Reino que se nos ofrece totalmente gratuito. “Hay primeros que serán últimos” ha dicho Jesús. El pueblo judío se creía que por ser el pueblo elegido y cumplir la Ley mosaica ya tenían asegurada la salvación. A ellos Jesús les advierte del riesgo de quedarse fuera, al decir: “Vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur y se sentarán a la mesa de Reino. Mirad: hay primeros que serán últimos y últimos que serán primeros”.
Esta misma actitud del pueblo judío se puede repetir también entre nosotros los cristianos, cuando creemos que por haber sido bautizados o participar en algún acto religioso de tiempo en tiempo ya hemos cumplido. Quién se limita a eso, como hemos escuchado en el evangelio, puede que escuche las palabras de Jesús: “No sé quiénes sois”. Entonces comenzaremos a decir: “si yo me bauticé y recibí la primera comunión, y además en Semana Santa salía de costalero en las procesiones, voy a algunos entierros y funerales”. Si nos limitamos a eso, puede que escuchemos: “No sé de dónde sois”. Porque tener fe significa acoger la gracia del bautismo y vivir en consecuencia, es decir, escuchar el Evangelio y meterlo en nuestro corazón y que se vean sus frutos en la vida de cada día. “Por los frutos se conocerá quienes son mis discípulos, si os amáis unos a otros”, dijo Jesús en su despedida en la última Cena. Esto significa que en nuestra vida moral se manifiesta si tenemos fe de verdad.