LECTURAS
- Apocalipsis 11,19a; 12,1-6a.10ab
- Salmo responsorial 44,10bc.11-12ab.16
- 1 Corintios 15,20-27
- Lucas 1,39-56
Así
como Jesús resucitó y decimos que “está sentado
a la derecha del Padre”, expresión que significa que “vive en su condición de
Dios”, así también María, al finalizar su vida terrena, por gracia de su Hijo
Jesucristo es elevada, es “asunta”
al cielo en “cuerpo y alma”, es decir, en toda su integridad personal.
Esta
celebración tiene lugar en el centro del
verano, tiempo de vacaciones, que se aprovecha para descansar y viajar
desconectando de la vida rutinaria, entrar en contacto más estrecho con la
naturaleza, sea el mar o la montaña,
visitar lugares llenos de cultura y arte, búsqueda de lugares rurales o
exóticos.
Pues
bien, la fiesta de la Asunción nos invita a ir más allá, y poner nuestra mirada en el verdadero destino de nuestra vida que es el “cielo”. Por
“cielo” no entendemos un lugar físico, un recinto, sino que en Dios hay lugar
para nosotros, que Dios nos acoge como hijos a quienes nos adoptó por el
bautismo, dándonos entrada definitiva en su Reino como hijos de su propia familia.
En el evangelio, María hace una oración de alabanza a Dios, y lo hace mirando
la historia del pueblo de Israel; no se fija en las dificultades por las que pasó dicho pueblo
ni tampoco en las muchas infidelidades y pecados que le alejó de Dios, sino que se fija en la
huella que Dios dejó: “Su misericordia que llegó a sus fieles de generación en
generación”.
¿Cómo
miramos nosotros nuestra propia historia? A poco que nos examinemos veremos que
tenemos aspectos negativos y pecados, que nos lleva a sentirnos culpables
y desgraciados. Pero también
descubrimos aspectos buenos, positivos, que nos
hacen felices y nos llenan de satisfacción. Podemos
aprender a mirar nuestra vida como lo hizo la Virgen María, y ser capaces de
ver el paso de Dios por nuestra historia, de modo que aprendamos a integrar las cosas positivas y negativas, a través de los cuales Dios nos está diciendo algo:
sobre lo negativo y malo, nos dice que nos
convirtamos y orientemos nuestra
vida hacia el bien; en cuanto a lo positivo, nos
felicita, y nos pide que sigamos siendo trigo bueno.
María contemplaba el presente con esperanza, colaborando con Dios en favor de la humanidad. Por eso, indica María
que los hombres y mujeres la recordarán: “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el poderoso ha hecho obras grandes por
mí”. Es lo que estamos haciendo en esta fiesta: “felicitar”
a María porque ha colaborado con Dios para traernos a su Hijo Jesús, que es
nuestro hermano y Salvador, quien nos la entregó como “madre espiritual” a la
que rogamos para que nos proteja y ayude a caminar como discípulos de Jesús.
Así
como Jesús resucitó y decimos que “está sentado
a la derecha del Padre”, expresión que significa que “vive en su condición de
Dios”, así también María, al finalizar su vida terrena, por gracia de su Hijo
Jesucristo es elevada, es “asunta”
al cielo en “cuerpo y alma”, es decir, en toda su integridad personal.
Esta
celebración tiene lugar en el centro del
verano, tiempo de vacaciones, que se aprovecha para descansar y viajar
desconectando de la vida rutinaria, entrar en contacto más estrecho con la
naturaleza, sea el mar o la montaña,
visitar lugares llenos de cultura y arte, búsqueda de lugares rurales o
exóticos.
Pues
bien, la fiesta de la Asunción nos invita a ir más allá, y poner nuestra mirada en el verdadero destino de nuestra vida que es el “cielo”. Por
“cielo” no entendemos un lugar físico, un recinto, sino que en Dios hay lugar
para nosotros, que Dios nos acoge como hijos a quienes nos adoptó por el
bautismo, dándonos entrada definitiva en su Reino como hijos de su propia familia.
¿Cómo miramos nosotros nuestra propia historia? A poco que nos examinemos veremos que tenemos aspectos negativos y pecados, que nos lleva a sentirnos culpables y desgraciados. Pero también descubrimos aspectos buenos, positivos, que nos hacen felices y nos llenan de satisfacción. Podemos aprender a mirar nuestra vida como lo hizo la Virgen María, y ser capaces de ver el paso de Dios por nuestra historia, de modo que aprendamos a integrar las cosas positivas y negativas, a través de los cuales Dios nos está diciendo algo: sobre lo negativo y malo, nos dice que nos convirtamos y orientemos nuestra vida hacia el bien; en cuanto a lo positivo, nos felicita, y nos pide que sigamos siendo trigo bueno.