«Sigamos construyendo juntos. El Espíritu Santo nos necesita» es el lema y la invitación de la Comisión Episcopal para los Laicos, Familia y Vida para el Día de la Acción Católica y Apostolado Seglar que la Iglesia celebra el día de Pentecostés, este año el 5 de junio.
Un día, como recuerdan los obispos de esta Comisión en su mensaje, para destacar «el papel fundamental que tiene el laicado en la corresponsabilidad eclesial y en la misión evangelizadora, junto con los pastores y la Vida Consagrada».
LECTURAS
- Hechos de los Apóstoles 2,1-11
- Salmo responsorial 103,1ab.24ac.29bc.30.31.34
- 1 Corintios 12,3b-7.12-13
- Juan 20,19-23
La
fiesta de Pentecostés pone de relieve
que gracias al Espíritu, comienza algo nuevo. De la misma manera que la predicación y misión de Jesús comienza
con la fuerza del Espíritu que desciende sobre él cuando el bautismo en el
Jordán, capacitándolo para su misión, en
Pentecostés el Espíritu mueve y da
fuerza a sus discípulos para anunciar el
Evangelio y ser testigos con valentía, sin miedo al qué dirán y sin miedo a
las autoridades, anunciando a Jesús como
el Mesías y Salvador.
Si
miramos nuestra propia vida, enseguida
vemos nuestras limitaciones,
debilidades e inconsistencias, lo que
nos lleva a sentirnos inseguros, temerosos,
tristes. Si dejamos que el Espíritu de Dios actúe en nosotros, como los
primeros discípulos, entonces nos
renovará, provocando en nosotros seguridad, alegría, paz, ausencia de miedo.
Si dejamos que el Espíritu nos guíe, éste se percibirá en los dones que da: a unos les inspira a la vocación de sacerdote, diácono, vida consagrada (religiosos-as), a otros a diversos servicios dentro de la Iglesia como catequistas, servicio de Cáritas, pastoral de la salud, servicio litúrgico como lectores, y otros servicios necesarios para la marcha de la parroquia.
Pero
también hay otros dones y vocaciones que se realizan fuera del ámbito
estrictamente religioso: ser padre o madre, ser hijos; el don del trabajo hecho
con responsabilidad, la vocación a la
enseñanza, la vocación a la vida pública por el bien de los ciudadanos, con
especial atención a los más desfavorecidos.
Y
todo ello hay que hacerlo con caridad; si no hay caridad, no se actúa bajo la
acción del Espíritu, ni se busca el bien común, sino que primarán intereses
egoístas y particulares.