LECTURAS
- Hechos de los Apóstoles 14, 21b-27
- Salmo responsorial 144, 8-9.10-11.12-13ab
- Apocalipsis 21,1-5a
- Juan 13,31-33a.34-35
El Evangelio
de hoy se sitúa en el Cenáculo: Jesús se ha reunido con sus discípulos para la
última Cena; ha tenido el gesto insólito de lavarles los pies, y a continuación
tiene un largo y cálido diálogo con
ellos. Es su despedida, y como si se tratara de un padre que se despide de sus
hijos, les da un “encargo”: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis
uno a otros como yo os he amado”. Lo
“nuevo” está en
el “como
yo os he amado”.
La invitación
de Jesús no es una norma impuesta desde
el exterior, sino que ha de ser amor que
brota del interior de la persona que vive el amor que Jesús le tiene. Por ello,
Jesús es la referencia última para todo cristiano: amar como él nos ha amado.
Nos podemos
preguntar: ¿Es el amor mi distintivo como cristiano? No se trata de un amor
teórico, no vale decir “yo amo a todo el
mundo”, sino que se trata de un amor servicial a todo aquel que me necesita, y
no solo a los de mi círculo familiar, de
amistades o intereses, o mi círculo social y religioso. Por tanto, el signo de identidad
cristiano es amar al estilo de Jesús.
La
cultura imperante entre nosotros está
basada en el tener, dominar, disfrutar, sin reparar en tantos millones de
personas que lo pasan mal, porque no tienen acceso a los bienes de consumo, ni
acceso a la cultura, o están siendo masacradas por la guerra, la violencia, el
hambre, o que viven en condiciones
políticas y climáticas adversas. Por eso
nuestra cultura, tiene gran dificultad en hacer propio el mensaje de Jesús.
Incluso los que estamos bautizados, los cristianos, nos dejamos arrastrar por
la mentalidad mundana y no dejamos que
arraigue en nosotros la experiencia del amor y misericordia de Dios. Valoramos la forma de ser de Jesús, valoramos sus
palabras, pero con bastante frecuencia
seguimos la corriente y hacemos como todo el mundo, como los que no son
cristianos; hacemos como aquel joven del
evangelio que fue a pedir consejo a Jesús preguntando qué hacer para ser feliz,
y cuando Jesús le propuso que dejara sus cosas y lo siguiera como discípulo, se
volvió triste a su casa porque era muy
rico.
En definitiva, solo amando nos parecemos a
Dios. Así lo dijo Jesús: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced
en mi amor”; y así termina el evangelio: “en esto
conocerán todos que sois mis discípulos: si os amáis unos a otros”.
HOJA DOMINICAL DIOCESANA
PRIMERAS COMUNIONES
14 mayo de 2022
El Evangelio de hoy se sitúa en el Cenáculo: Jesús se ha reunido con sus discípulos para la última Cena; ha tenido el gesto insólito de lavarles los pies, y a continuación tiene un largo y cálido diálogo con ellos. Es su despedida, y como si se tratara de un padre que se despide de sus hijos, les da un “encargo”: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis uno a otros como yo os he amado”. Lo “nuevo” está en el “como yo os he amado”.
La invitación de Jesús no es una norma impuesta desde el exterior, sino que ha de ser amor que brota del interior de la persona que vive el amor que Jesús le tiene. Por ello, Jesús es la referencia última para todo cristiano: amar como él nos ha amado.
Nos podemos
preguntar: ¿Es el amor mi distintivo como cristiano? No se trata de un amor
teórico, no vale decir “yo amo a todo el
mundo”, sino que se trata de un amor servicial a todo aquel que me necesita, y
no solo a los de mi círculo familiar, de
amistades o intereses, o mi círculo social y religioso. Por tanto, el signo de identidad
cristiano es amar al estilo de Jesús.
En definitiva, solo amando nos parecemos a
Dios. Así lo dijo Jesús: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced
en mi amor”; y así termina el evangelio: “en esto
conocerán todos que sois mis discípulos: si os amáis unos a otros”.