LECTURAS
- Sabiduría 7,7-11
- Salmo responsorial
- Hebreos 4, 12-23
- Marcos 10, 17-30
El evangelio nos presenta a uno inquieto, que va al encuentro de Jesús
porque lo considera un maestro “bueno” y digno de fiar. Este hombre parece fiel a Dios,
cumplidor de la Ley y mandamientos, pero quiere algo más, y por ello pide el
consejo de Jesús: “Maestro, ¿Qué haré para heredar la vida eterna?, o lo que es
lo mismo: ¿Qué haré para ser feliz más allá de esta vida?
“Jesús
se quedó mirándolo, lo amó y le dijo: una cosa te falta; anda, vende lo que
tienes y dalo a los pobres, y ven y
sígueme”. El evangelio pone de relieve la “mirada” de Jesús, lo que significa
que aquella mirada impresionó a los allí presentes. Jesús le miró de un modo
nuevo, leyó el interior de su corazón y le mostró su aprecio.
Ante la petición de Jesús, dice el evangelio que el hombre “frunció el ceño y se marcho triste porque era muy rico”. Sus riquezas fueron el obstáculo para elegir lo mejor; prefirió volver a su vida rutinaria; no tuvo la valentía de dar el paso, creyó que lo mejor era la seguridad de sus riquezas, y se volvió a su casa a seguir como antes.
Como dice la 2ª lectura, “la Palabra de Dios es más tajante que espada de doble filo…juzga las intenciones del corazón”. En verdad, la Palabra de Dios es incomoda porque nos saca de nuestras casillas, de nuestros acomodos, de nuestros intereses personales. Y nos ocurre, casi siempre, pensamos que lo mío es lo mejor y de ahí no me muevo.
La mirada de Jesús sobre aquel hombre del evangelio es la mirada de Dios sobre todo ser humano; Dios que nos conoce por dentro más que nosotros a nosotros mismo, nos quiere a todos porque somos hijos suyos, y quiere que seamos felices. Ese es su proyecto desde siempre. Nosotros nos podemos ver reflejados en el hombre del evangelio: tenemos de todo o casi todo, y a pesar de ello, ¿qué nos pasa que se nos ve tristes? ¿por qué rechazamos la alegría del evangelio?
El “ven y sígueme” nos lo repite Jesús, una y otra vez, a cada uno de nosotros. Lo importante es que tengamos el corazón abierto a esa llamada. Jesús nos invita, pero no se impone, espera nuestra respuesta desde la libertad. Jesús es la Sabiduría de Dios, que nos da capacidad para discernir y elegir lo mejor. Solo Jesús, Dios hecho hombre, puede conducirnos por el camino hacia la felicidad eterna.
HOJA DOMINICAL DIOCESANA