LECTURAS
- Sabiduría 2, 12.17-20
- Salmo responsorial 53
- Santiago 3, 16-4,3
- Marcos 9, 30-37
La expresión “el Hijo del hombre”, es una imagen que presenta el profeta Daniel,
quien comunica que Dios mismo dará su
Reino a un misterioso “hijo de hombre”, representante del pueblo sometido al dolor y sufrimiento. Jesús se
autopresenta como el “Hijo del hombre”
que entrega su vida por toda la humanidad para liberarla del pecado, del
mal y de la muerte, dándole la posibilidad
de ser una humanidad según el proyecto de Dios.
Será
tras la resurrección, cuando los discípulos comprenderán las enseñanzas y
signos de Jesús, descubriendo que lo
fundamental es darse a los demás como
Jesús, quien dio su propia vida por la humanidad entera.
Los padres y maestros saben que para que los hijos y los alumnos se enteren de las cosas hay que repetirlas
varias veces y de forma breve. Los
técnicos en publicidad saben que un producto entra en le mente humana a
base de impactos cortos y repetitivos. También
Jesús repite hoy el mismo mensaje que el domingo pasado: “El Hijo del hombre
será entregado en manos de los hombres, lo matarán y al tercer día resucitará”.
A pesar de ello, los discípulos no se enteran, porque están en otra cosa. De ahí la pregunta
de Jesús: “¿De qué discutíais por el camino?
Discutían entre ellos quien sería el más importante.
Hoy,
2.000 años después, tal vez no hemos cambiado mucho: familias que se rompen,
disputas entre hermanos, entre compañeros
de trabajo, entre militantes de partidos políticos, entre miembros del gobierno.
También dentro de la Iglesia hay enfrentamientos clericales, búsqueda de
puestos de relumbrón, males que también pueden
aparecer entre los fieles en las parroquias buscando protagonismo, dando origen a envidias y rivalidades.
Jesús, como buen comunicador, también pronuncia un mensaje breve y categórico,
que debe quedar grabado en nuestra mente y que eche raíz en nuestro corazón:
“Quien quiera ser el primero, que sea el
último y el servidor de todos”. A esta frase lapidaria, Jesús añade una imagen: hace venir a un niño, lo pone en
medio de todos, y se identifica con él, diciendo: “El que acoge a un niño como
este en mi nombre, a mí me acoge”. Los niños en tiempos de Jesús, hasta los
12-13 años no contaban en la sociedad judía. Poniendo esta imagen, Jesús está
diciendo que quien acoge a los pequeños y humildes, a los que no
cuentan, los enfermos, ancianos, los
marginados, están acogiendo a Jesús mismo. El papa Francisco llama a nuestra sociedad: la
sociedad del “descarte”, porque al que no sirve o estorba se le tira o echa
fuera: el aborto provocado voluntariamente, la eutanasia, el abandono
de los ancianos, rechazo del inmigrante
del que, por otra parte, se abusa
dada su indefensión, son ejemplos ilustrativos.
Cuando
llegue el momento de la verdad, Jesús
nos dirá: “Lo que hiciste a uno de estos pequeños, mis hermanos, a mí me
lo hiciste”, que es lo mismo que “El que
acoge a un niño como éste, a mí me acoge”.
La expresión “el Hijo del hombre”, es una imagen que presenta el profeta Daniel,
quien comunica que Dios mismo dará su
Reino a un misterioso “hijo de hombre”, representante del pueblo sometido al dolor y sufrimiento. Jesús se
autopresenta como el “Hijo del hombre”
que entrega su vida por toda la humanidad para liberarla del pecado, del
mal y de la muerte, dándole la posibilidad
de ser una humanidad según el proyecto de Dios.
Será tras la resurrección, cuando los discípulos comprenderán las enseñanzas y signos de Jesús, descubriendo que lo fundamental es darse a los demás como Jesús, quien dio su propia vida por la humanidad entera.
Los padres y maestros saben que para que los hijos y los alumnos se enteren de las cosas hay que repetirlas varias veces y de forma breve. Los técnicos en publicidad saben que un producto entra en le mente humana a base de impactos cortos y repetitivos. También Jesús repite hoy el mismo mensaje que el domingo pasado: “El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres, lo matarán y al tercer día resucitará”. A pesar de ello, los discípulos no se enteran, porque están en otra cosa. De ahí la pregunta de Jesús: “¿De qué discutíais por el camino? Discutían entre ellos quien sería el más importante.
Hoy, 2.000 años después, tal vez no hemos cambiado mucho: familias que se rompen, disputas entre hermanos, entre compañeros de trabajo, entre militantes de partidos políticos, entre miembros del gobierno. También dentro de la Iglesia hay enfrentamientos clericales, búsqueda de puestos de relumbrón, males que también pueden aparecer entre los fieles en las parroquias buscando protagonismo, dando origen a envidias y rivalidades.
Jesús, como buen comunicador, también pronuncia un mensaje breve y categórico, que debe quedar grabado en nuestra mente y que eche raíz en nuestro corazón: “Quien quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos”. A esta frase lapidaria, Jesús añade una imagen: hace venir a un niño, lo pone en medio de todos, y se identifica con él, diciendo: “El que acoge a un niño como este en mi nombre, a mí me acoge”. Los niños en tiempos de Jesús, hasta los 12-13 años no contaban en la sociedad judía. Poniendo esta imagen, Jesús está diciendo que quien acoge a los pequeños y humildes, a los que no cuentan, los enfermos, ancianos, los marginados, están acogiendo a Jesús mismo. El papa Francisco llama a nuestra sociedad: la sociedad del “descarte”, porque al que no sirve o estorba se le tira o echa fuera: el aborto provocado voluntariamente, la eutanasia, el abandono de los ancianos, rechazo del inmigrante del que, por otra parte, se abusa dada su indefensión, son ejemplos ilustrativos.
Cuando
llegue el momento de la verdad, Jesús
nos dirá: “Lo que hiciste a uno de estos pequeños, mis hermanos, a mí me
lo hiciste”, que es lo mismo que “El que
acoge a un niño como éste, a mí me acoge”.