LECTURAS
- Isaías 50, 5-9a
- Salmo responsorial 114
- Santiago 2, 14-18
- Marcos 8, 27-35
En el evangelio de este domingo contemplamos dos escenas, muy cercanas
y a la vez opuestas: por una parte
Pedro, reconoce la identidad y grandeza
de Jesús, al confesar públicamente “Tú eres el Mesías”. Pero en la mente de Pedro está la misma concepción
que tenían los judíos de la época, que
entendían el Mesías como liberador del pueblo
de la opresión romana e instaurador de un reinado político en el que Dios se haría de respetar. De ahí
que, cuando poco después, Jesús habla de sufrimiento, muerte y resurrección,
Pedro intentó disuadirlo, diciendo a Jesús: “Aparta de ti tales pensamientos,
eso no te puede suceder”.
Tanto Pedro como el resto de los discípulos
no habían entendido el sentido de la misión de Jesús. Jesús
deja claro que su misión pasa por el sufrimiento, es decir, Jesús vive su
humanidad con todas sus consecuencias, y una de ellas es que habría quienes no
entenderían ni querían entender su
mensaje, y buscaron quitarlo de en medio, como así sucedió con su pasión y muerte.
Si alguien nos preguntara: ¿Quién es para ti Jesucristo? ¿Qué
has visto en él para seguirle y ser cristiano? Sin negar lo que dice el catecismo,
¿Qué respuesta daríamos desde un punto de vista vivencial, según yo siento a
Jesucristo en mi vida?
Decirnos
a nosotros mismos con nuestras propias palabras
quien es Jesucristo para mí, cómo afecta a mi vida, puede ser de gran
ayuda para crecer en la relación con él
y madurar en la fe.
Como al apóstol Pedro, nosotros también tenemos
necesidad de dejar que Jesús nos corrija la visión tal vez errónea que
podemos tener de él. Hay
que escuchar a Jesús para que corrija nuestras formas de pensar muy humanas, y a veces no precisamente de acuerdo con lo que
Dios quiere y espera de nosotros. Por eso, Jesús siempre nos dirá: “Si alguno quiere
venir en pos de mí, cargue con su cruz y me siga”, que dicho con otras palabras
equivale a decir: “Mira, yo voy hacia el Padre, si quieres salvar tu vida,
tienes que venir conmigo, porque yo soy el camino que conduce a la vida”. La cruz es nuestra realidad humana, incluyendo
la presencia del mal, presente en el mundo, al que tenemos que combatir,
incluso con sufrimiento, pero sabiendo que nuestra meta como la de Jesucristo
es la resurrección y la vida en Dios.
LECTIO DIVINA DESDE LA PARROQUIA DE SAN ROQUE DE HELLÍN:
HOJA DOMINICAL DIOCESANA
En el evangelio de este domingo contemplamos dos escenas, muy cercanas y a la vez opuestas: por una parte Pedro, reconoce la identidad y grandeza de Jesús, al confesar públicamente “Tú eres el Mesías”. Pero en la mente de Pedro está la misma concepción que tenían los judíos de la época, que entendían el Mesías como liberador del pueblo de la opresión romana e instaurador de un reinado político en el que Dios se haría de respetar. De ahí que, cuando poco después, Jesús habla de sufrimiento, muerte y resurrección, Pedro intentó disuadirlo, diciendo a Jesús: “Aparta de ti tales pensamientos, eso no te puede suceder”.
Tanto Pedro como el resto de los discípulos no habían entendido el sentido de la misión de Jesús. Jesús deja claro que su misión pasa por el sufrimiento, es decir, Jesús vive su humanidad con todas sus consecuencias, y una de ellas es que habría quienes no entenderían ni querían entender su mensaje, y buscaron quitarlo de en medio, como así sucedió con su pasión y muerte.
Si alguien nos preguntara: ¿Quién es para ti Jesucristo? ¿Qué has visto en él para seguirle y ser cristiano? Sin negar lo que dice el catecismo, ¿Qué respuesta daríamos desde un punto de vista vivencial, según yo siento a Jesucristo en mi vida?
Decirnos
a nosotros mismos con nuestras propias palabras
quien es Jesucristo para mí, cómo afecta a mi vida, puede ser de gran
ayuda para crecer en la relación con él
y madurar en la fe.
Como al apóstol Pedro, nosotros también tenemos necesidad de dejar que Jesús nos corrija la visión tal vez errónea que podemos tener de él. Hay que escuchar a Jesús para que corrija nuestras formas de pensar muy humanas, y a veces no precisamente de acuerdo con lo que Dios quiere y espera de nosotros. Por eso, Jesús siempre nos dirá: “Si alguno quiere venir en pos de mí, cargue con su cruz y me siga”, que dicho con otras palabras equivale a decir: “Mira, yo voy hacia el Padre, si quieres salvar tu vida, tienes que venir conmigo, porque yo soy el camino que conduce a la vida”. La cruz es nuestra realidad humana, incluyendo la presencia del mal, presente en el mundo, al que tenemos que combatir, incluso con sufrimiento, pero sabiendo que nuestra meta como la de Jesucristo es la resurrección y la vida en Dios.