LECTURAS
- Proverbios 31,10-13.19-20.30-31
- Salmo responsorial 127
- 1 Tesalonicenses 5, 1-6
- Mateo 25,14-30
Jesús
muestra en el evangelio de hoy que la ausencia o lejanía de Dios, simbolizada en el señor que parte de
viaje, no quiere decir que se
desinterese del mundo, sino que es un gesto de confianza, poniendo sus dones en
manos de la humanidad, dotada de libertad, para así cuidar, mejorar y hacer un mundo más humano y habitable para
todos.
Jesús no valora los resultados del trabajo, sino la actitud de los empleados:
El que ha producido 5 como el que ha producido 2 son elogiados igualmente
porque se emplearon con toda su capacidad y esfuerzo en gestionar lo que se les
había confiado. En cambio, se critica al que no hizo nada positivo, sino
simplemente guardar y no arriesgar, porque tenía miedo. ¡Atención!
Porque tenemos el peligro de parecernos
mucho a este último, cuando optamos por quedarnos como estamos, por miedo, por
comodidad, por el qué dirán; es lo que llamamos “pecado de omisión”, no hacer lo
que debemos hacer.
En este penúltimo domingo del año litúrgico, celebramos la “Jornada mundial de los pobres”, instituida por el
papa Francisco hace cuatro años. El lema de esta jornada es: “Tiende la mano al
pobre”. “Los
pobres los tendréis siempre entre vosotros”, dijo Jesús. Los pobres están bien
presentes en muestra sociedad, en nuestro país y fuera de él. Según
el informe FOESSA-2019, 8,5 millones de personas (el 18,4% de la población
española) está en situación de exclusión social. Son 1,2 de millones más
que antes de la crisis. También es importante descubrir y agradecer tantas manos tendidas que cada día
se dedican a servir a otros, de manera silenciosa, tantas manos dedicadas a
hacer el bien.
La
parábola del evangelio de hoy es una
llamada a vivir de manera fructuosa y corresponsable. Que nuestra fe nos lleve a
vivir un cristianismo que se manifieste
en una vida fraterna y solidaria, ofreciendo perdón y no rencor, compartiendo
nuestro tiempo y nuestros bienes con quienes más lo necesitan, de modo que
nuestra vida diaria sea un reflejo de
Jesucristo que entregó su vida por nosotros, hecho que celebramos en la Eucaristía, cada domingo.
Jesús
muestra en el evangelio de hoy que la ausencia o lejanía de Dios, simbolizada en el señor que parte de
viaje, no quiere decir que se
desinterese del mundo, sino que es un gesto de confianza, poniendo sus dones en
manos de la humanidad, dotada de libertad, para así cuidar, mejorar y hacer un mundo más humano y habitable para
todos.
Jesús no valora los resultados del trabajo, sino la actitud de los empleados: El que ha producido 5 como el que ha producido 2 son elogiados igualmente porque se emplearon con toda su capacidad y esfuerzo en gestionar lo que se les había confiado. En cambio, se critica al que no hizo nada positivo, sino simplemente guardar y no arriesgar, porque tenía miedo. ¡Atención! Porque tenemos el peligro de parecernos mucho a este último, cuando optamos por quedarnos como estamos, por miedo, por comodidad, por el qué dirán; es lo que llamamos “pecado de omisión”, no hacer lo que debemos hacer.
En este penúltimo domingo del año litúrgico, celebramos la “Jornada mundial de los pobres”, instituida por el papa Francisco hace cuatro años. El lema de esta jornada es: “Tiende la mano al pobre”. “Los pobres los tendréis siempre entre vosotros”, dijo Jesús. Los pobres están bien presentes en muestra sociedad, en nuestro país y fuera de él. Según el informe FOESSA-2019, 8,5 millones de personas (el 18,4% de la población española) está en situación de exclusión social. Son 1,2 de millones más que antes de la crisis. También es importante descubrir y agradecer tantas manos tendidas que cada día se dedican a servir a otros, de manera silenciosa, tantas manos dedicadas a hacer el bien.
La
parábola del evangelio de hoy es una
llamada a vivir de manera fructuosa y corresponsable. Que nuestra fe nos lleve a
vivir un cristianismo que se manifieste
en una vida fraterna y solidaria, ofreciendo perdón y no rencor, compartiendo
nuestro tiempo y nuestros bienes con quienes más lo necesitan, de modo que
nuestra vida diaria sea un reflejo de
Jesucristo que entregó su vida por nosotros, hecho que celebramos en la Eucaristía, cada domingo.