viernes, 13 de noviembre de 2020

Día 15 de noviembre 2020. Domingo 33 del Tiempo Ordinario

 

LECTURAS

  • Proverbios 31,10-13.19-20.30-31
  • Salmo responsorial 127
  • 1 Tesalonicenses 5, 1-6
  • Mateo 25,14-30

Jesús muestra en el evangelio de hoy que la ausencia o lejanía de Dios, simbolizada en el señor que parte de viaje, no quiere decir  que se desinterese del mundo, sino que es un gesto de confianza, poniendo sus dones en manos de la humanidad, dotada de libertad,  para así cuidar, mejorar  y hacer un mundo más humano y habitable para todos.

 Jesús no valora los resultados del trabajo, sino la actitud de los empleados: El que ha producido 5 como el que ha producido 2 son elogiados igualmente porque se emplearon con toda su capacidad y esfuerzo en gestionar lo que se les había confiado. En cambio, se critica al que no hizo nada positivo, sino simplemente guardar y no arriesgar, porque tenía miedo. ¡Atención! Porque tenemos el peligro  de parecernos mucho a este último, cuando optamos por quedarnos como estamos, por miedo, por comodidad, por el qué dirán; es lo que llamamos “pecado de omisión”, no hacer lo que debemos hacer.

 En este penúltimo domingo del año litúrgico, celebramos la “Jornada  mundial de los pobres”, instituida por el papa Francisco hace cuatro años. El lema de esta jornada es: “Tiende la mano al pobre”. “Los pobres los tendréis siempre entre vosotros”, dijo Jesús. Los pobres están bien presentes en muestra sociedad, en nuestro país y fuera de él. Según el informe FOESSA-2019, 8,5 millones de personas (el 18,4% de la población española) está en situación de exclusión social. Son 1,2 de millones más que antes de la crisis. También es importante descubrir y agradecer tantas manos tendidas que cada día se dedican a servir a otros, de manera silenciosa, tantas manos dedicadas a hacer el bien.

La parábola del evangelio de hoy es una llamada a vivir de manera fructuosa y corresponsable. Que nuestra fe nos lleve a vivir un cristianismo  que se manifieste en una vida fraterna y solidaria, ofreciendo perdón y no rencor, compartiendo nuestro tiempo y nuestros bienes con quienes más lo necesitan, de modo que nuestra vida diaria sea un reflejo  de Jesucristo que entregó su vida por nosotros, hecho  que  celebramos en la Eucaristía, cada domingo.