LECTURAS
- Isaías 55,10-11
- Salmo responsorial
- Romanos 8, 18-23
- Mateo 13, 1-23
Las
parábolas, hoy como entonces, se han de aplicar a la situación del momento
en que se escuchan, y llevarlas a la práctica para que den fruto en la
vida, que es el objetivo de Jesús al proponerlas; por eso dice Jesús: “El que
tenga oídos, que oiga”, y al final habla de resultados: “lo sembrado da ciento
por uno, o sesenta o treinta”. En
la Palestina del tiempo de Jesús un 30% era ya una producción buena.
Nosotros,
cada domingo, cuando venimos a la Eucaristía somos invitados a acoger la
Palabra de Dios que Jesús nos ofrece a través de su familia, la Iglesia. No solamente
son las lecturas o la homilía sino también las oraciones y el encuentro
comunitario; todo nos dispone a abrir nuestro corazón. La escucha y
participación activa hacen posible que
la semilla que Jesús siembra germine en
nuestra vida y dé su fruto.
En
la vida agrícola, entre el momento de la sementera y el de la recolección, hay
un tiempo intermedio, lo que exige al labrador “trabajo y paciencia” hasta recoger
los frutos. De igual modo, la plegaria y la reflexión necesitan su tiempo para pensar y tomar decisiones a partir de lo que Dios
nos propone.
Dios
siembra y riega, pero nosotros no podemos quedarnos de brazos cruzados: en
nuestra tierra, que somos cada uno, hay piedras que limpiar, zarzas que
arrancar, pájaros que ahuyentar, y todo eso hay que hacerlo porque es nuestra
colaboración al proyecto de Dios sobre nosotros.
“El que tenga oídos que oiga”, dijo Jesús. Esta
advertencia vale tanto para
nosotros como para quienes la oyeron de labios de Jesús. La
vida cristiana es un esfuerzo para hacer realidad lo que Dios espera de nosotros.
No estamos solos en la tarea; Jesús nos asegura “yo estoy con vosotros cada día
hasta el final de los tiempos”. Él está en cada Eucaristía, y en este encuentro
dominical de la Comunidad.
LECTIO DIVINA DESDE LA PARROQUIA DE SAN ROQUE DE HELLÍN: AVANZA
Las
parábolas, hoy como entonces, se han de aplicar a la situación del momento
en que se escuchan, y llevarlas a la práctica para que den fruto en la
vida, que es el objetivo de Jesús al proponerlas; por eso dice Jesús: “El que
tenga oídos, que oiga”, y al final habla de resultados: “lo sembrado da ciento
por uno, o sesenta o treinta”. En
la Palestina del tiempo de Jesús un 30% era ya una producción buena.
Nosotros,
cada domingo, cuando venimos a la Eucaristía somos invitados a acoger la
Palabra de Dios que Jesús nos ofrece a través de su familia, la Iglesia. No solamente
son las lecturas o la homilía sino también las oraciones y el encuentro
comunitario; todo nos dispone a abrir nuestro corazón. La escucha y
participación activa hacen posible que
la semilla que Jesús siembra germine en
nuestra vida y dé su fruto.
En
la vida agrícola, entre el momento de la sementera y el de la recolección, hay
un tiempo intermedio, lo que exige al labrador “trabajo y paciencia” hasta recoger
los frutos. De igual modo, la plegaria y la reflexión necesitan su tiempo para pensar y tomar decisiones a partir de lo que Dios
nos propone.
Dios
siembra y riega, pero nosotros no podemos quedarnos de brazos cruzados: en
nuestra tierra, que somos cada uno, hay piedras que limpiar, zarzas que
arrancar, pájaros que ahuyentar, y todo eso hay que hacerlo porque es nuestra
colaboración al proyecto de Dios sobre nosotros.
“El que tenga oídos que oiga”, dijo Jesús. Esta
advertencia vale tanto para
nosotros como para quienes la oyeron de labios de Jesús. La
vida cristiana es un esfuerzo para hacer realidad lo que Dios espera de nosotros.
No estamos solos en la tarea; Jesús nos asegura “yo estoy con vosotros cada día
hasta el final de los tiempos”. Él está en cada Eucaristía, y en este encuentro
dominical de la Comunidad.