LECTURAS
- Habacuc 1,2-3;2,2-4
- Salmo responsorial
- 2 Timoteo 1,6-8.13-14; Lc 17,5-10
- Lucas 17,5-10
Jesucristo nos enseña a confiar en Dios,
el Padre bueno que nos ama por encima de todo, que se nos manifiesta en
Jesucristo, y nos asocia a su propia vida para participar de su felicidad y
gloria como hijos en el Hijo Jesucristo. Por ello, la fe es un regalo, y como
tal, se acoge o se rechaza. El que la acoge, el que confía en Dios, cree en
Jesucristo quien, con su vida, pasando por el sufrimiento, la muerte y resurrección
nos manifiesta la voluntad salvífica de Dios, que consiste en vivir en plenitud
nuestra existencia humana junto a Dios y por siempre. Por ello, la víspera de
su muerte, en su despedida, Jesús dice a los discípulos y a nosotros: “En la
casa de mi Padre hay muchas moradas, y voy a preparar un sitio, para que donde
yo estoy, estéis también vosotros”.
La fe verdadera nos empuja a dejar
entrar en nuestra la vida y palabra de Jesús que nos ilumina y nos permite
vivir con la mirada y el corazón de Dios, dándonos fuerza para hacer lo que
tenemos que hacer que, en definitiva, es dejar a Dios ser Dios en nosotros.
“Auméntanos la fe”, piden los
apóstoles a Jesús, que es como decir: «Añádenos más fe a la que ya tenemos».
Sienten que la fe que viven desde niños es insuficiente, y que a esa fe
tradicional han de añadirle “algo más” para seguir a Jesús. Jesús les responde con un dicho un tanto
enigmático: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esta
morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar, y os obedecería”
Lo primero que necesitamos hoy los
cristianos es reavivar en nosotros una fe viva y fuerte en Jesucristo, porque es
lo mejor que tenemos en la Iglesia, y es lo mejor que podemos ofrecer y
comunicar al mundo de hoy. Y, en consecuencia, poner a Jesucristo en el centro
de nuestras parroquias y en nuestros corazones. Para ello necesitamos conocerlo de
manera más viva y concreta, comprender mejor su proyecto, captar bien su
intención de fondo, sintonizar con él. Si no es así, nuestra fe seguirá más
pequeña que “un granito de mostaza”. No “arrancará” árboles ni “plantará”
nada nuevo.
LECTIO DIVINA DE LA PARROQUIA SAN ISIDRO DE ALMANSA
Jesucristo nos enseña a confiar en Dios, el Padre bueno que nos ama por encima de todo, que se nos manifiesta en Jesucristo, y nos asocia a su propia vida para participar de su felicidad y gloria como hijos en el Hijo Jesucristo. Por ello, la fe es un regalo, y como tal, se acoge o se rechaza. El que la acoge, el que confía en Dios, cree en Jesucristo quien, con su vida, pasando por el sufrimiento, la muerte y resurrección nos manifiesta la voluntad salvífica de Dios, que consiste en vivir en plenitud nuestra existencia humana junto a Dios y por siempre. Por ello, la víspera de su muerte, en su despedida, Jesús dice a los discípulos y a nosotros: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas, y voy a preparar un sitio, para que donde yo estoy, estéis también vosotros”.
La fe verdadera nos empuja a dejar entrar en nuestra la vida y palabra de Jesús que nos ilumina y nos permite vivir con la mirada y el corazón de Dios, dándonos fuerza para hacer lo que tenemos que hacer que, en definitiva, es dejar a Dios ser Dios en nosotros.
“Auméntanos la fe”, piden los apóstoles a Jesús, que es como decir: «Añádenos más fe a la que ya tenemos». Sienten que la fe que viven desde niños es insuficiente, y que a esa fe tradicional han de añadirle “algo más” para seguir a Jesús. Jesús les responde con un dicho un tanto enigmático: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esta morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar, y os obedecería”
Lo primero que necesitamos hoy los cristianos es reavivar en nosotros una fe viva y fuerte en Jesucristo, porque es lo mejor que tenemos en la Iglesia, y es lo mejor que podemos ofrecer y comunicar al mundo de hoy. Y, en consecuencia, poner a Jesucristo en el centro de nuestras parroquias y en nuestros corazones. Para ello necesitamos conocerlo de manera más viva y concreta, comprender mejor su proyecto, captar bien su intención de fondo, sintonizar con él. Si no es así, nuestra fe seguirá más pequeña que “un granito de mostaza”. No “arrancará” árboles ni “plantará” nada nuevo.