LECTURAS
- Eclesiastés 1,2; 2,21-23
- Salmo responsorial 89, 2-6.12-13
- Colosenses 3, 1-5.9-11
- Lucas 12,13-21
El dinero tiene su función en la vida, pero para saberlo
utilizar hay que tener también otros valores: la fe, la solidaridad, la estima,
sentido del bien común.
En la parábola del evangelio hay una frase que se dice a sí
mismo el hombre rico, lleno de satisfacción:” Tienes bienes almacenados para
muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”.
Las ambiciones son
insaciables, especialmente en el mundo de las riquezas y del poder. Si hacemos
un recorrido por el mapamundi, ya vemos la de conflictos armados, países con
nombre propio en guerra, hambrunas crónicas, exterminios humanos selectivos,
millones de personas desplazadas que tienen que huir de la tierra que los vio
nacer, porque el poder político, económico, ideológico, les obliga a marcharse
como sea, o si se quedan, la opción es vivir en esclavitud permanente o morir.
El evangelio de hoy nos advierte de la debilidad de las cosas
materiales. Ante la pregunta de uno que
pide a Jesús que intervenga en su favor, Jesús no da una respuesta concreta de
qué se “debe hacer”, sino que, dirigiéndose a toda la muchedumbre, con una
parábola, muestra los criterios según Dios, criterios que miran a tener en
cuenta al hermano, no solo al hermano de sangre, sino a todo ser humano, hijos
del mismo Padre Dios. Los bienes deberían ser simplemente un instrumento para
compartir la vida y servir al bien común.
Con poco que
observemos, nos damos cuenta de que sufrimos el acoso continuo de los criterios
de este mundo, que nos propone opciones alejadas o contrarias al Evangelio.
El Evangelio no es un código que se impone desde fuera: “Di a
mi hermano que reparta la herencia conmigo”, sino una luz que habla en nuestro
interior para que cada uno despierte, y decida por su cuenta.
Por ello, San Pablo, recordando nuestra condición de
bautizados, nos aconseja: “Buscad los bienes de arriba, no los bienes de la
tierra, porque por el bautismo vuestra vida está con Cristo escondida en Dios.
En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros, para que
cuando aparezca Cristo, también aparezcáis gloriosos juntamente con él”.
LECTIO DIVINA DE LA PARROQUIA DE SAN ROQUE DE ALMANSA
El dinero tiene su función en la vida, pero para saberlo
utilizar hay que tener también otros valores: la fe, la solidaridad, la estima,
sentido del bien común.
En la parábola del evangelio hay una frase que se dice a sí
mismo el hombre rico, lleno de satisfacción:” Tienes bienes almacenados para
muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”.
Las ambiciones son
insaciables, especialmente en el mundo de las riquezas y del poder. Si hacemos
un recorrido por el mapamundi, ya vemos la de conflictos armados, países con
nombre propio en guerra, hambrunas crónicas, exterminios humanos selectivos,
millones de personas desplazadas que tienen que huir de la tierra que los vio
nacer, porque el poder político, económico, ideológico, les obliga a marcharse
como sea, o si se quedan, la opción es vivir en esclavitud permanente o morir.
El evangelio de hoy nos advierte de la debilidad de las cosas
materiales. Ante la pregunta de uno que
pide a Jesús que intervenga en su favor, Jesús no da una respuesta concreta de
qué se “debe hacer”, sino que, dirigiéndose a toda la muchedumbre, con una
parábola, muestra los criterios según Dios, criterios que miran a tener en
cuenta al hermano, no solo al hermano de sangre, sino a todo ser humano, hijos
del mismo Padre Dios. Los bienes deberían ser simplemente un instrumento para
compartir la vida y servir al bien común.
Con poco que
observemos, nos damos cuenta de que sufrimos el acoso continuo de los criterios
de este mundo, que nos propone opciones alejadas o contrarias al Evangelio.
El Evangelio no es un código que se impone desde fuera: “Di a
mi hermano que reparta la herencia conmigo”, sino una luz que habla en nuestro
interior para que cada uno despierte, y decida por su cuenta.
Por ello, San Pablo, recordando nuestra condición de
bautizados, nos aconseja: “Buscad los bienes de arriba, no los bienes de la
tierra, porque por el bautismo vuestra vida está con Cristo escondida en Dios.
En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros, para que
cuando aparezca Cristo, también aparezcáis gloriosos juntamente con él”.