LECTURAS
- Génesis 9,8-15
- Salmo responsorial 24, 4bc.6-7bc.8-9
- 1 Pedro 3, 18-22
El evangelio de hoy sitúa a Jesús en el desierto, dedicado durante 40 días a prepararse a la misión de predicar la Buena Noticia a las gentes de Palestina. Pero, sobre todo, esos 40 días en el desierto es un marco dentro del cual se resume la vida terrena de Jesús, durante la cual fue probado, sintió la tentación respecto a su misión, permaneciendo fiel a la voluntad de Dios, y de ahí que se gane la cruz y la asuma con todas las consecuencias. La carta a los Hebreos lo dice así:” Jesús ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado”. El “como nosotros” nos está diciendo que Jesús es un hombre verdadero, que vive, crece, sufre, se alegra, se interroga, duda, como cualquier otro ser humano, pasando por el gran sufrimiento de la muerte en la cruz.
El “desierto”
ha sido siempre un lugar simbólico en la vida religiosa cristiana, que ha
mirado la vivencia histórica y religiosa del pueblo hebreo en sus 40 años de
estancia y paso por el desierto. Allí aprendió Moisés quién era el único Dios, Yahvé,
y cuál era la misión a la que lo llamaba: sacar al pueblo hebreo de la
esclavitud de Egipto y conducirlo a la nueva tierra, la tierra de sus
antepasados. Jesús también fue
al desierto donde, como todo ser humano, experimentó la tentación y se mostró
como aquel que ha vencido el mal. Para nosotros cristianos, la Cuaresma hoy es
un tiempo de desierto, de silencio, de oración, para ir a las raíces de nuestra
fe cristiana, que muchas veces olvidamos o no hemos descubierto todavía, de ahí
que vivamos muchas veces de manera superficial e incluso con indiferencia.
Con Jesús llegó
al “Reino de Dios” que exige conversión, porque “convertirse”, en este caso del que habla el
evangelio, implica cambiar de
mirada, darse la vuelta para iniciar un camino distinto; en eso consiste la vida
cristiana. Es encontrar en la vida de Jesús lo que Dios espera de la humanidad
y por eso nos disponernos a vivir como Él vivió, a mirar el mundo desde el horizonte
que Él lo hizo. Quienes acogen
sus palabras, acogen los valores que Jesús propone en el evangelio: reconocen y
creen en el amor misericordioso de Dios, al que responden agradecidos, y por
ello se comprometen en la transformación del mundo, de la familia, de la misma
Iglesia según los valores de Jesús; en eso consiste el “Reino de Dios”.
LECTIO DIVINA DESDE LA PARROQUIA DE SAN ROQUE DE ALMANSA
HOJA DOMINICAL DIOCESANA
El evangelio de hoy sitúa a Jesús en el desierto, dedicado durante 40 días a prepararse a la misión de predicar la Buena Noticia a las gentes de Palestina. Pero, sobre todo, esos 40 días en el desierto es un marco dentro del cual se resume la vida terrena de Jesús, durante la cual fue probado, sintió la tentación respecto a su misión, permaneciendo fiel a la voluntad de Dios, y de ahí que se gane la cruz y la asuma con todas las consecuencias. La carta a los Hebreos lo dice así:” Jesús ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado”. El “como nosotros” nos está diciendo que Jesús es un hombre verdadero, que vive, crece, sufre, se alegra, se interroga, duda, como cualquier otro ser humano, pasando por el gran sufrimiento de la muerte en la cruz.
Con Jesús llegó al “Reino de Dios” que exige conversión, porque “convertirse”, en este caso del que habla el evangelio, implica cambiar de mirada, darse la vuelta para iniciar un camino distinto; en eso consiste la vida cristiana. Es encontrar en la vida de Jesús lo que Dios espera de la humanidad y por eso nos disponernos a vivir como Él vivió, a mirar el mundo desde el horizonte que Él lo hizo. Quienes acogen sus palabras, acogen los valores que Jesús propone en el evangelio: reconocen y creen en el amor misericordioso de Dios, al que responden agradecidos, y por ello se comprometen en la transformación del mundo, de la familia, de la misma Iglesia según los valores de Jesús; en eso consiste el “Reino de Dios”.