LECTURAS
- Éxodo 22,20-28
- Salmo responsorial 17,2a-3bc-4.47.51ab
- 1Tesalonicenses 1,5c-19
- Mateo 22,34-40
La pregunta que le hace el maestro de la
ley a Jesús sobre el mandamiento más importante es lo mismo que preguntarle ¿Qué es lo esencial en
nuestra vida? Esta pregunta también vale para nosotros que vivimos agobiados por presiones sociales, actividades y
compromisos que, como decimos a veces, no tenemos tiempo ni para comer, con la
impresión de estar dispersos en muchas direcciones.
Jesús responde diciendo lo que todo buen israelita recitaba dos veces al día: “Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”, indicando
que este es el principal y primero; pero inmediatamente después, añade
que el segundo es semejante: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Que es como
si dijera: lo único importante es amar de verdad, y por tanto, que el amor es lo
que da sentido a la vida.
Fundiendo estos dos mandamientos en uno
solo, “amar a Dios y amar al prójimo”, Jesús nos está sugiriendo que es un
engaño pensar que uno vive una buena relación con Dios, si se relaciona mal con
alguien, sea quien sea.
La sociedad, la vida de familia, la vida
laboral, nos va cargando con exigencias, normas, compromisos y poco a poco nos
vemos agobiados, fatigados, con la sensación de no poder llegar a todo. Por
ello Jesús nos invita a centrarnos en lo esencial, a liberarnos de lo que nos
distrae y buscar aquello que nos construye, nos humaniza, y por ello nos
propone el amor vivido día a día con confianza y también con nuestra mente y
corazón puestos en aquel que nos ama por encima de todo y que es Dios. Por tanto, amaremos a Dios con todo
el corazón si orientamos nuestra existencia de acuerdo con su voluntad, como
Padre bueno que es y nos quiere bien. Por eso, el amor a Dios es inseparable
del amor a los demás. Y no es posible amar realmente a Dios sin escuchar el
sufrimiento de los hombres y mujeres que, como nosotros, también son hijos de
Dios.
Alguien dijo que la religión de Jesús era
«pasión por Dios y compasión por la humanidad». Así, Jesús nos señala la tarea
como discípulos suyos: amar a Dios y al prójimo como él no ama.
LECTIO DIVINA DE LA PARROQUIA SAN ISIDRO DE ALMANSA
La pregunta que le hace el maestro de la ley a Jesús sobre el mandamiento más importante es lo mismo que preguntarle ¿Qué es lo esencial en nuestra vida? Esta pregunta también vale para nosotros que vivimos agobiados por presiones sociales, actividades y compromisos que, como decimos a veces, no tenemos tiempo ni para comer, con la impresión de estar dispersos en muchas direcciones.
Jesús responde diciendo lo que todo buen israelita recitaba dos veces al día: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”, indicando que este es el principal y primero; pero inmediatamente después, añade que el segundo es semejante: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Que es como si dijera: lo único importante es amar de verdad, y por tanto, que el amor es lo que da sentido a la vida.
Fundiendo estos dos mandamientos en uno solo, “amar a Dios y amar al prójimo”, Jesús nos está sugiriendo que es un engaño pensar que uno vive una buena relación con Dios, si se relaciona mal con alguien, sea quien sea.
La sociedad, la vida de familia, la vida laboral, nos va cargando con exigencias, normas, compromisos y poco a poco nos vemos agobiados, fatigados, con la sensación de no poder llegar a todo. Por ello Jesús nos invita a centrarnos en lo esencial, a liberarnos de lo que nos distrae y buscar aquello que nos construye, nos humaniza, y por ello nos propone el amor vivido día a día con confianza y también con nuestra mente y corazón puestos en aquel que nos ama por encima de todo y que es Dios. Por tanto, amaremos a Dios con todo el corazón si orientamos nuestra existencia de acuerdo con su voluntad, como Padre bueno que es y nos quiere bien. Por eso, el amor a Dios es inseparable del amor a los demás. Y no es posible amar realmente a Dios sin escuchar el sufrimiento de los hombres y mujeres que, como nosotros, también son hijos de Dios.
Alguien dijo que la religión de Jesús era
«pasión por Dios y compasión por la humanidad». Así, Jesús nos señala la tarea
como discípulos suyos: amar a Dios y al prójimo como él no ama.