LECTURAS
- Sabiduría 12,13.16-19
- Salmo responsorial 85, 5-6.9-10.15-16a
- Romanos 8, 26-27
- Mateo 13, 24-43
La primera lectura y el Evangelio de hoy,
con la parábola de la cizaña, son una llamada de atención sobre la tentación
que podemos tener de ser jueces de los demás. ¿Cuántas veces no hemos pensado
lo mala que es esta o aquella persona y hemos dictado sentencia contra ella? ¿Cuántas veces criticamos a las personas, y
decimos de alguien lo que no es, haciendo pensar mal a otros? Eso, muchas veces,
lo hacemos por venganza, o para justificarnos.
Pues
bien, cuando hacemos estos juicios y los aventamos, estamos sembrando cizaña en
el campo del Señor: que es nuestra sociedad, nuestra parroquia, nuestra familia
o el lugar donde trabajamos. El Papa decía un domingo en el rezo del Ángelus: “El
chismorreo es una carcoma que mata la vida de una comunidad”
La suerte que tenemos es que Dios, el
Juez “justo” por antonomasia, no es así con nosotros; y lo demuestra sobre todo
porque concede el arrepentimiento a los pecadores. Esto está simbolizado con la
decisión del dueño de no arrancar la cizaña, y pacientemente esperar la
posibilidad de un cambio, de una conversión, hasta que llegue el tiempo de la
siega, es decir, el tiempo al final de la vida, porque el tiempo acaba poniendo
a cada uno en su sitio, y entonces se verá realmente quién es trigo limpio y
quién es cizaña. Mientras tanto, trigo y cizaña, bien y mal, conviven juntos en
el mundo y dentro de cada uno de nosotros.
Ha habido grandes santos, y otros santos
desconocidos, que han brillado por ser
buen trigo, y han ido creciendo en la vida cristiana adecuadamente, como el
trigo que crece y va madurando. Pero
también ha habido grandes santos, que antes fueron grandes pecadores, es decir,
“cizaña”, pero con el paso del tiempo descubrieron a Jesucristo y se convirtieron, dejaron
el mal camino y se dejaron cultivar por Dios hasta llegar a ser grandes
conversos, y en consecuencia grandes santos, es decir, trigo bueno.
LECTIO DIVINA DESDE LA PARROQUIA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA
La primera lectura y el Evangelio de hoy,
con la parábola de la cizaña, son una llamada de atención sobre la tentación
que podemos tener de ser jueces de los demás. ¿Cuántas veces no hemos pensado
lo mala que es esta o aquella persona y hemos dictado sentencia contra ella? ¿Cuántas veces criticamos a las personas, y
decimos de alguien lo que no es, haciendo pensar mal a otros? Eso, muchas veces,
lo hacemos por venganza, o para justificarnos.
Pues bien, cuando hacemos estos juicios y los aventamos, estamos sembrando cizaña en el campo del Señor: que es nuestra sociedad, nuestra parroquia, nuestra familia o el lugar donde trabajamos. El Papa decía un domingo en el rezo del Ángelus: “El chismorreo es una carcoma que mata la vida de una comunidad”
La suerte que tenemos es que Dios, el
Juez “justo” por antonomasia, no es así con nosotros; y lo demuestra sobre todo
porque concede el arrepentimiento a los pecadores. Esto está simbolizado con la
decisión del dueño de no arrancar la cizaña, y pacientemente esperar la
posibilidad de un cambio, de una conversión, hasta que llegue el tiempo de la
siega, es decir, el tiempo al final de la vida, porque el tiempo acaba poniendo
a cada uno en su sitio, y entonces se verá realmente quién es trigo limpio y
quién es cizaña. Mientras tanto, trigo y cizaña, bien y mal, conviven juntos en
el mundo y dentro de cada uno de nosotros.
Ha habido grandes santos, y otros santos
desconocidos, que han brillado por ser
buen trigo, y han ido creciendo en la vida cristiana adecuadamente, como el
trigo que crece y va madurando. Pero
también ha habido grandes santos, que antes fueron grandes pecadores, es decir,
“cizaña”, pero con el paso del tiempo descubrieron a Jesucristo y se convirtieron, dejaron
el mal camino y se dejaron cultivar por Dios hasta llegar a ser grandes
conversos, y en consecuencia grandes santos, es decir, trigo bueno.