LECTURAS
- 1 Reyes 3, 5,7-12
- Salmo responsorial 118, 57.72.76-77.127-128. 129-130
- Romanos 8, 28-30
- Mateo 13, 44-52
El domingo pasado, lo mismo que hoy, escuchamos parábolas de Jesús que comienzan diciendo: “El Reino de los cielos se parece a la siembra, … a un tesoro,…”. La expresión “Reino de Dios o de los cielos” que tanto repite Jesús, quiere expresar el esfuerzo de vivir según los valores de Dios. Jesús se pasó la vida hablando del Reino de Dios y sembrando la semilla de dicho reino, dejándonos la tarea de seguir sembrándolo como él hizo: “Como el Padre me envió así os envío yo: “id al mundo entero y anunciad el Evangelio enseñando todo lo que yo os he mandado…”.
Lo más importante en una persona es que se tome la vida en serio. Y lo más importante en la vida de una persona es aquello por lo que se está dispuesta a darlo todo, o a dejarlo todo, con tal de ganar y conservar lo que es más valioso. Por ello, es muy importante no equivocarse a la hora de elegir el “tesoro” que da sentido a la propia vida.
Ocurre que, a veces, en lugar de buscar este tesoro de gran valor, nos quedamos en baratijas, y preferimos la purpurina que brilla en lugar del auténtico tesoro, que es Jesucristo y lo que él nos ofrece: El Reino o los valores de Dios, que dan consistencia a la vida humana y nos abren a un futuro absoluto, que es participar de la vida de Dios como hijos suyos que somos. Pero con frecuencia preferimos el dinero, el poder, la vida cómoda, el consumir más y más, como si fueran los valores definitivos y consistentes.
Jesús nos enseña en el evangelio de hoy a poner en nuestro corazón el amor de Dios, de modo que todas las cosas importantes de nuestra vida, como pueden ser la familia, la profesión, la posición social, el bienestar, la salud, etc., encuentren su verdadero sentido en ese valor fundamental que es el Reino de Dios, que no es otra cosa que vivir al modo de Jesús. Como dice San Pablo en la segunda lectura: “a los que aman a Dios todo les sirve para bien”.
Pidamos a Dios que nos conceda la auténtica sabiduría para saber descubrir qué es lo que está bien y lo que está mal y, por tanto, cuál es la voluntad de Dios.