sábado, 4 de febrero de 2023

Día 5 febrero de 2023. Domingo VI del Tiempo Ordinario.

 LECTURAS

  • Isaías 58,7-10
  • Salmo responsorial
  • 1 Corintios 2,1-5
  • Mateo 5,13-16


En el evangelio de hoy Jesús nos enseña a partir de  imágenes tan sencillas como la luz y la sal, transmitiéndonos un mensaje muy profundo.

En efecto, si una vela está encendida, necesariamente tiene que iluminar. El mensaje del evangelio va por ahí: todo el que ha alcanzado la iluminación, ilumina. Pero ¿qué queremos decir que una persona está iluminada? Está claro que no nos referimos a ninguna clase de luz material. Nos referimos más bien a un ser humano que ha despertado, es decir que ha desplegado todas sus posibilidades de ser humano. Estaríamos hablando del ideal de ser humano. Esto es precisamente lo que nos está diciendo el evangelio: que el verdadero discípulo de Jesús está iluminado, porque en él se refleja Jesús y, en consecuencia, es capaz  de iluminar a los demás. 

Hay un aspecto en el que la sal y la luz coinciden.  La sal sola, solo es útil cuando acompaña a los alimentos para sazonarlos o conservarlos. La sal, para salar, tiene que deshacerse, disolverse, dejar de ser lo que era. Lo mismo, la luz brilla en la oscuridad.

 La lámpara o la vela producen luz, pero el aceite o la cera se consumen. ¿Qué quiere decir esto aplicado al cristiano? Quiere decir que “mi existencia” solo tendrá sentido en la medida que me consuma en beneficio de los demás.

La sal actúa desde el anonimato. ¡Veamos! Si un alimento tiene la cantidad precisa, pasa desapercibida, nadie se acuerda de la sal. Cuando a un alimento le falta sal o tiene demasiada, entonces nos acordamos de ella. Lo que importa no es la sal, sino la comida sazonada.

Jesús nos dice: “sois la sal, sois la luz”. El artículo determinado nos advierte que no hay otra sal, que no hay otra luz. Con ello, nos deja claro que el mundo de los cristianos no es un mundo cerrado y aparte. La salvación que propone Jesús es la salvación para todos. La única historia, el único mundo que existe tiene que quedar sazonado e iluminado por la vida de los que siguen a Jesús.

 Los cristianos tenemos el peligro de pensar que lo somos sólo cuando estamos en la iglesia, y no es así. En la Misa del domingo Jesús nos carga las pilas, nos da su espíritu y vida, pero al terminar la Misa, nos envía a la calle, donde vivimos y nos movemos, y allí ser sus testigos con palabras y obras, como indica al final del evangelio: “Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre”. Toda obra hecha desde el amor y la compasión es luz y sal.


LECTIO DIVINA DESDE LA PARROQUIA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA

HOJA DOMINICAL DIOCESANA