domingo, 15 de enero de 2023

Día 15. Domingo 2º del Tiempo Ordinario.

 



LECTURAS

  • Isaías 49,3.5-6
  • Salmo responsorial 39,2.4ab.7-8a.8b-9.10
  • 1 Corintios 1,1-3
  • Juan 1,29-34

       Al presentar el Bautista a Jesús diciendo  que es el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, está indicando que arranca el pecado allí donde está instalado, como  en las estructuras de la sociedad  y en el interior de nuestros corazones. 
       Pero ¿qué es el pecado del mundo? En el evangelio de Jn, el “pecado del mundo” tiene un significado muy preciso: es la mentalidad opuesta al proyecto de Dios, y que se manifiesta en la opresión que ejerce un ser humano sobre otro y que le impide desarrollarse como persona; por tanto, siempre que hay pecado hay opresor y víctima.
       Así pues, el pecado es todo lo que amenaza la vida dentro y fuera de nosotros, cuyos frutos son los cientos de millones de personas forzadas a vivir en la miseria y el hambre a causa de una injusta  distribución de la riqueza, resultado de la avaricia de multinacionales y países poderosos, el comercio de armas, que favorece las guerras en tantos puntos de la tierra, el tráfico de drogas que esclaviza  y deshumaniza a millones de personas, especialmente jóvenes, las escaladas de violencia terrorista por motivos económico, políticos o religiosos, las leyes que deterioran la vida humana, y más, las que están puestas para suprimirla como es el caso del aborto, el drama de los  refugiados  por motivos políticos y religiosos y de los inmigrantes que buscan mejor vida. 

     Pero también, es pecado del mundo nuestras hostilidades, que hacen difíciles las relaciones humanas, las relaciones familiares, nuestras pequeñas o grandes ambiciones, que nos hacen mirar a los demás por encima del hombro porque no los aceptamos o consideramos enemigos, y en vez de vivir relaciones de comunión y colaboración vivimos actitudes de desconfianza, distancia, indiferencia, incluso rencor y odio. El pecado del mundo es, ante todo, ausencia de amor e indiferencia ante las otras personas, con nombres y apellidos.
    Juan Bautista dice que Jesús “quita” el pecado. Pero ¿cómo lo “quita”? Jesús lo quita escogiendo el camino del servicio, de la humildad, de la entrega total hasta la muerte. Esa actitud anula toda forma de dominio, y así abrió el camino de la salvación, ayudando a los oprimidos a salir de la opresión. Ese es el camino para ser auténticamente humano.

     Jesús nos libra del pecado siendo una luz para que no tropecemos en las trampas de la vida. Los seres humanos somos propensos a equivocarnos, a tropezar, y Jesús nos presta su luz para mostrarnos el camino.  Así, Jesús nos abre el camino contra el pecado, y esto significa que seguir a Jesús es no sólo dejar de causar sufrimiento a otros sino ofrecer cauces para liberar al que sufre. Jesús nos enseña que sufrir la injusticia es más humano que cometerla, por eso, prefirió que lo mataran antes que imponerse a los demás.


LECTIO DIVINA DESDE LA PARROQUIA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA

HOJA DOMINICAL DIOCESANA