LECTURAS
- Isaías 49,3.5-6
- Salmo responsorial 39,2.4ab.7-8a.8b-9.10
- 1 Corintios 1,1-3
- Juan 1,29-34
Al presentar el Bautista a Jesús diciendo que es el “Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo”, está indicando que arranca el pecado allí donde está
instalado, como en las estructuras de la
sociedad y en el interior de nuestros
corazones.
Pero ¿qué es el pecado del mundo? En el
evangelio de Jn, el “pecado del mundo” tiene un significado muy preciso: es la mentalidad
opuesta al proyecto de Dios, y que se manifiesta en la opresión que ejerce un
ser humano sobre otro y que le impide desarrollarse como persona; por tanto,
siempre que hay pecado hay opresor y víctima.
Así pues, el pecado es todo lo que
amenaza la vida dentro y fuera de nosotros, cuyos frutos son los cientos de
millones de personas forzadas a vivir en la miseria y el hambre a causa de una
injusta distribución de la riqueza, resultado
de la avaricia de multinacionales y países poderosos, el comercio de armas, que
favorece las guerras en tantos puntos de la tierra, el tráfico de drogas que
esclaviza y deshumaniza a millones de
personas, especialmente jóvenes, las escaladas de violencia terrorista por
motivos económico, políticos o religiosos, las leyes que deterioran la vida
humana, y más, las que están puestas para suprimirla como es el caso del aborto,
el drama de los refugiados por motivos políticos y religiosos y de los
inmigrantes que buscan mejor vida.
Pero también, es pecado del mundo
nuestras hostilidades, que hacen difíciles las relaciones humanas, las relaciones
familiares, nuestras pequeñas o grandes ambiciones, que nos hacen mirar a los
demás por encima del hombro porque no los aceptamos o consideramos enemigos, y en
vez de vivir relaciones de comunión y colaboración vivimos actitudes de
desconfianza, distancia, indiferencia, incluso rencor y odio. El pecado del mundo
es, ante todo, ausencia de amor e indiferencia ante las otras personas, con
nombres y apellidos. Juan Bautista dice que Jesús “quita”
el pecado. Pero ¿cómo lo “quita”? Jesús lo quita escogiendo el camino del servicio,
de la humildad, de la entrega total hasta la muerte. Esa actitud anula toda
forma de dominio, y así abrió el camino de la salvación, ayudando a los oprimidos
a salir de la opresión. Ese es el camino para ser auténticamente humano.
Jesús nos libra del pecado siendo
una luz para que no tropecemos en las trampas de la vida. Los seres humanos
somos propensos a equivocarnos, a tropezar, y Jesús nos presta su luz para
mostrarnos el camino. Así, Jesús nos
abre el camino contra el pecado, y esto significa que seguir a Jesús es no sólo
dejar de causar sufrimiento a otros sino ofrecer cauces para liberar al que
sufre. Jesús nos enseña que sufrir la injusticia es más humano que cometerla,
por eso, prefirió que lo mataran antes que imponerse a los demás.
LECTIO DIVINA DESDE LA PARROQUIA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA
HOJA DOMINICAL DIOCESANA