LECTURAS
- Isaías 6,1-2a.3-8
- Salmo responsorial
- 1 Corintios 15,1-11
- Lucas 5,1-11
Hoy, la Palabra de Dios, en las tres
lecturas, nos habla de las llamadas de Dios. Así, en la primera, se trata de la
llamada al profeta Isaías: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?,
pregunta Dios; y contestó Isaías: “Aquí estoy, ¡envíame!”. En
el evangelio, Jesús dirigiéndose a Pedro, admirado por la gran redada obtenida, le dice: “No temas, desde ahora serás
pescador de hombres”.. Y Pablo nos cuenta, cómo de modo tardío, Jesús lo
llamó también a él, y sintiéndose el más
pequeño e indigno de ser apóstol, porque fue perseguidor de los cristianos, sin
embargo por gracia de Dios fue llamado y
enviado a predicar a Jesucristo.
Todo bautizado, cuando empieza a ser consciente de su condición de discípulo de
Jesús, lo propio es que se pregunte cada día cómo escucha y responde a
Jesús, y es así como va madurando su fe; en la medida que
hagamos esto, se puede decir que vivimos
la vida como vocación, porque la
vocación cristiana es el modo de vivir propio del cristiano convencido y
convertido, adoptando el estilo de vida
de Jesús, llevando una vida moral de
acuerdo con el evangelio.
La
vocación cristiana en cada persona tiene sus formas propias o específicas de
vivirla. Así por ejemplo, está la vocación al matrimonio o vida en familia, la vida consagrada o vida religiosa, el
ministerio ordenado (sacerdotes), servicios y voluntariado dentro o fuera de la
Iglesia, dedicación a los pobres, a los
enfermos, marginados, etc. Dios
es el que atrae y va sugiriendo a cada uno
el modo propio de vivir la llamada, como hemos visto en Isaías, en Pedro y compañeros así como en el caso de Pablo.
Hay que tener en cuenta que en
toda vocación, la persona llamada tiene
sus dudas, sus miedos, ve sus limitaciones. Isaías se siente impuro, Pablo se siente indigno por su pasado de perseguidor de la Iglesia, Pedro se
siente pecador. Pero es la palabra de Dios, la palabra de Jesús la que les da
fuerza, les ilumina el camino y les permite dar la respuesta.
Seguir
a Jesús es decisión personal, pero se vive en comunión con los demás, nos complementamos unos a
otros, “caminamos juntos”, pues formamos parte de una Iglesia sinodal.
HOJA DOMINICAL DIOCESANA
Hoy, la Palabra de Dios, en las tres lecturas, nos habla de las llamadas de Dios. Así, en la primera, se trata de la llamada al profeta Isaías: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?, pregunta Dios; y contestó Isaías: “Aquí estoy, ¡envíame!”. En el evangelio, Jesús dirigiéndose a Pedro, admirado por la gran redada obtenida, le dice: “No temas, desde ahora serás pescador de hombres”.. Y Pablo nos cuenta, cómo de modo tardío, Jesús lo llamó también a él, y sintiéndose el más pequeño e indigno de ser apóstol, porque fue perseguidor de los cristianos, sin embargo por gracia de Dios fue llamado y enviado a predicar a Jesucristo.
La vocación cristiana en cada persona tiene sus formas propias o específicas de vivirla. Así por ejemplo, está la vocación al matrimonio o vida en familia, la vida consagrada o vida religiosa, el ministerio ordenado (sacerdotes), servicios y voluntariado dentro o fuera de la Iglesia, dedicación a los pobres, a los enfermos, marginados, etc. Dios es el que atrae y va sugiriendo a cada uno el modo propio de vivir la llamada, como hemos visto en Isaías, en Pedro y compañeros así como en el caso de Pablo.
Hay que tener en cuenta que en toda vocación, la persona llamada tiene sus dudas, sus miedos, ve sus limitaciones. Isaías se siente impuro, Pablo se siente indigno por su pasado de perseguidor de la Iglesia, Pedro se siente pecador. Pero es la palabra de Dios, la palabra de Jesús la que les da fuerza, les ilumina el camino y les permite dar la respuesta.
Seguir a Jesús es decisión personal, pero se vive en comunión con los demás, nos complementamos unos a otros, “caminamos juntos”, pues formamos parte de una Iglesia sinodal.