JORNADA DE MANOS UNIDAS
LECTURAS
- Jeremías 17,5-8
- Salmo responsorial 1,1-2.3.4.6
- 1 Corintios 15,12.16-20
- Lucas 6,17.20-26
El evangelio de hoy nos lleva a mirar nuestra vida
de cada día, que tiene un recorrido histórico y que apunta al estado definitivo
de realización humana, que Jesús llama
reino de Dios. Así, nos podemos preguntar ¿quién será feliz según el
criterio de Jesús? Ciertamente los criterios que Jesús nos propone no son los criterios del mundo que siguen
muchos para ser felices.
Si recordamos la parábola del rico Epulón,
allí al rico no se le acusa de ningún crimen, ni de que haya conseguido las
riquezas injustamente. El problema era que él se dedicada a la buena vida, y
nunca se enteró que en la puerta de su casa estaba sentado el
pobre Lázaro, que pasaba hambre día tras día.
La parábola del rico Epulón viene como anillo al dedo a quienes vivimos en la “sociedad del bienestar”. Según Manos Unidas, unos 811 millones de personas pasan hambre, y mueren o tienen corta vida a causa
del hambre. Y resulta que, a quienes vivimos en una sociedad consumista y hedonista como es la nuestra, no nos preocupa la suerte
de quienes no tienen un pedazo de pan
para evitar la muerte. Cuántas veces nos
justificamos diciendo: “Yo no puedo hacer nada por evitar el hambre”.
No se nos
pide hacerlo todo, no se nos pide eliminar la injusticia en el mundo, pero cada
uno sí podemos salir de la injusticia, y
no ser causa de mal para otros.
Manos
unidas nos hace presente la actitud compasiva de Jesús que se acercaba a
los pobres, enfermos y marginados
liberándolos de sus males, inspirando a
sus discípulos este mismo espíritu, razón de la preocupación de la Iglesia
desde siempre por los pobres, enfermos y marginados.
Por instinto tenemos tendencia a buscar nuestras seguridades, y si
me sobra, ya doy algo al que lo necesita. Tal vez no sea suficiente, si lo que damos son las sobras o migajas. Si damos de comer al pobre le salvamos la
vida, pero si salimos de nuestro egoísmo, salvamos la vida al pobre y crecemos en humanidad.
El mensaje de las bienaventuranzas es llamada a
vivir una actitud vital interior del Reino de Dios, de modo que Dios sea el fundamento de toda mi persona y vida, depositando nuestra confianza en él y no en las cosas, que son
necesarias, pero no son el absoluto.
El evangelio de hoy nos lleva a mirar nuestra vida de cada día, que tiene un recorrido histórico y que apunta al estado definitivo de realización humana, que Jesús llama reino de Dios. Así, nos podemos preguntar ¿quién será feliz según el criterio de Jesús? Ciertamente los criterios que Jesús nos propone no son los criterios del mundo que siguen muchos para ser felices.
Si recordamos la parábola del rico Epulón, allí al rico no se le acusa de ningún crimen, ni de que haya conseguido las riquezas injustamente. El problema era que él se dedicada a la buena vida, y nunca se enteró que en la puerta de su casa estaba sentado el pobre Lázaro, que pasaba hambre día tras día.
La parábola del rico Epulón viene como anillo al dedo a quienes vivimos en la “sociedad del bienestar”. Según Manos Unidas, unos 811 millones de personas pasan hambre, y mueren o tienen corta vida a causa
del hambre. Y resulta que, a quienes vivimos en una sociedad consumista y hedonista como es la nuestra, no nos preocupa la suerte
de quienes no tienen un pedazo de pan
para evitar la muerte. Cuántas veces nos
justificamos diciendo: “Yo no puedo hacer nada por evitar el hambre”.
No se nos
pide hacerlo todo, no se nos pide eliminar la injusticia en el mundo, pero cada
uno sí podemos salir de la injusticia, y
no ser causa de mal para otros.
Manos unidas nos hace presente la actitud compasiva de Jesús que se acercaba a los pobres, enfermos y marginados liberándolos de sus males, inspirando a sus discípulos este mismo espíritu, razón de la preocupación de la Iglesia desde siempre por los pobres, enfermos y marginados.
Por instinto tenemos tendencia a buscar nuestras seguridades, y si me sobra, ya doy algo al que lo necesita. Tal vez no sea suficiente, si lo que damos son las sobras o migajas. Si damos de comer al pobre le salvamos la vida, pero si salimos de nuestro egoísmo, salvamos la vida al pobre y crecemos en humanidad.
El mensaje de las bienaventuranzas es llamada a
vivir una actitud vital interior del Reino de Dios, de modo que Dios sea el fundamento de toda mi persona y vida, depositando nuestra confianza en él y no en las cosas, que son
necesarias, pero no son el absoluto.