LECTURAS
- Isaías 61,1-2a.10-11
- Salmo responsorial
- 1 Tesalonicenses 5,16-24
- Juan 1,6-8.19-28
“Estad siempre alegres”, nos dice san Pablo en la carta a los Tesalonicenses
(2ª lectura), y la razón de esta alegría
es que el Señor viene, o mejor dicho, ya
está con nosotros, si le dejamos entrar en nuestra vida. A
este domingo se le llama el domingo de la “alegría”, y es que el cristiano es la persona que tiene motivos para vivir con alegría, por lo que Dios hace: ser hijos de Dios, y por lo que hará: herederos de la vida eterna, como nos decía san
Pablo en la 2ª lectura en el día de la
Inmaculada.
La alegría no son carcajadas forzadas, ni tampoco algo que se compra en el mercado, aunque, en
verdad, vivimos en una cultura en la que
se tiene que inventar mil cosas para divertirse y pasarlo bien. El
Papa Francisco dice que la alegría es como la respiración del cristiano, el
modo de expresarse el cristiano. Y añade: la alegría será auténtica y
sostenible si se apoya en dos pilares:
la memoria y reconocimiento de la salvación que Jesús nos ha concedido por su
muerte y resurrección y que se hace efectiva por el bautismo, y la esperanza de
que se cumplirá lo prometido por él: “Me voy a prepararos lugar, para que donde
yo estoy, estéis también vosotros”.
Así pues, a
alegría cristiana no es un sentimiento superficial, sino fruto de la fe en
Jesucristo, y por tanto, es algo interior que da serenidad y paz, que se
manifiesta en la vida, crea lazos de solidaridad y una fuerza que sostiene en
las dificultades.
Hagamos
nuestras las actitudes que nos ha propuesta san Pablo (2ª lectura): “Estad
siempre alegres en el Señor; sed constantes en la oración, dad gracias en toda
ocasión; quedaos con lo bueno, y guardaos de toda clase de mal”. Quien procede así, se prepara y
acoge al Señor, y puede decir con alegría y paz las palabras que proclamamos en
cada celebración de la Eucaristía: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu
resurrección: “¡Ven, Señor Jesús1".
“Estad siempre alegres”, nos dice san Pablo en la carta a los Tesalonicenses (2ª lectura), y la razón de esta alegría es que el Señor viene, o mejor dicho, ya está con nosotros, si le dejamos entrar en nuestra vida. A este domingo se le llama el domingo de la “alegría”, y es que el cristiano es la persona que tiene motivos para vivir con alegría, por lo que Dios hace: ser hijos de Dios, y por lo que hará: herederos de la vida eterna, como nos decía san Pablo en la 2ª lectura en el día de la Inmaculada.
La alegría no son carcajadas forzadas, ni tampoco algo que se compra en el mercado, aunque, en verdad, vivimos en una cultura en la que se tiene que inventar mil cosas para divertirse y pasarlo bien. El Papa Francisco dice que la alegría es como la respiración del cristiano, el modo de expresarse el cristiano. Y añade: la alegría será auténtica y sostenible si se apoya en dos pilares: la memoria y reconocimiento de la salvación que Jesús nos ha concedido por su muerte y resurrección y que se hace efectiva por el bautismo, y la esperanza de que se cumplirá lo prometido por él: “Me voy a prepararos lugar, para que donde yo estoy, estéis también vosotros”.
Así pues, a alegría cristiana no es un sentimiento superficial, sino fruto de la fe en Jesucristo, y por tanto, es algo interior que da serenidad y paz, que se manifiesta en la vida, crea lazos de solidaridad y una fuerza que sostiene en las dificultades.
Hagamos nuestras las actitudes que nos ha propuesta san Pablo (2ª lectura): “Estad siempre alegres en el Señor; sed constantes en la oración, dad gracias en toda ocasión; quedaos con lo bueno, y guardaos de toda clase de mal”. Quien procede así, se prepara y acoge al Señor, y puede decir con alegría y paz las palabras que proclamamos en cada celebración de la Eucaristía: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección: “¡Ven, Señor Jesús1".