LECTURAS
- Jeremías 20,7-9
- Salmo responsorial
- Romanos 12,1-2
- Mateo 16,21-27
Contemplando la vida terrena de Jesús, vemos que no pasó por el mundo como
quien no pisa tierra, sino que, como cualquier otra persona, su vida fue un
viaje hacia la muerte. De ello da cuenta el mismo Jesús, como hoy que, por
cuarta vez, anuncia que va a sufrir y morir en Jerusalén; pero también anuncia “y resucitar al tercer día”.
Pedro,
aunque discípulo de Jesús, no acepta ese destino del maestro, y por eso
quiere corregirlo diciéndole: “Señor,
ese no es el camino”. Ante la tentación de Pedro, Jesús se encuentra en el
cruce de dos caminos: el camino de retirarse y huir, o el camino de continuar y
dar la cara, aceptando las dificultades, incluso la muerte. Jesús optó por este
camino, el de cumplir la misión encomendada por Dios. Jesús no vino a sufrir,
pero la misión le hizo tener que soportar
el sufrimiento.
Lo mismo que Pedro, los cristianos de todas las épocas, seguro que no hubiéramos
querido ese camino para Jesús. Y es que
lo mismo que Pedro, también nosotros “pensamos
como los hombres, no como Dios”. Para cualquier judío,
y lo mismo para Pedro y compañeros
discípulos, era inconcebible que el Mesías sufriera y menos que lo mataran, Por por eso, Jesús, de inmediato, muestra también cuál ha
de ser el camino de quien quiere seguirlo: “Si alguno quiere venir en pos de
mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz
y me siga”.
Seguir
a Jesús implica ser como Dios quiere, y
esto lo vemos en el modo de vivir de Jesús, donde prevalece la entrega a los
demás sin buscar el poder y la gloria, la renuncia
al egoísmo y a la ambición
personal. Tomar
la cruz es aceptar la oposición del
mundo, que funciona según intereses
ideológicos, económicos, y políticos, dando lugar, muchas veces, a un mundo
inhumano, injusto y de muerte. Se trata de tomar la cruz que otras personas, amigas o enemigas, puede que carguen sobre
nuestras espaldas, como le ocurrió al profeta Jeremías (1ª lectura), que por
decir la verdad de Dios al pueblo fue rechazado, torturado y llevado casi a la muerte, o como tantos cristianos,
mártires en distintas partes del mundo, en épocas pasadas y en las actuales, que por ser
fieles a Dios han sido y son perseguidos.
Jesús nos muestra el camino que Dios
quiere porque es el que nos lleva a ser más humanos, aunque a veces nos cueste.
Todo lo que tiene valor, cuesta. Por
eso Jesús habla de “salvar la vida” y
“perder la vida”. En el lenguaje de Jesús,
“salvar la vida” es mirar egoístamente por uno mismo; y “perder la vida”
es entregarla en favor de los demás, como el grano de trigo que cae en tierra y
muere y da mucho fruto.
LECTIO DIVINA DESDE LA PARROQUIA DE SAN ROQUE DE HELLÍN: CAMINO A SEGUIR
Contemplando la vida terrena de Jesús, vemos que no pasó por el mundo como
quien no pisa tierra, sino que, como cualquier otra persona, su vida fue un
viaje hacia la muerte. De ello da cuenta el mismo Jesús, como hoy que, por
cuarta vez, anuncia que va a sufrir y morir en Jerusalén; pero también anuncia “y resucitar al tercer día”.
Pedro, aunque discípulo de Jesús, no acepta ese destino del maestro, y por eso quiere corregirlo diciéndole: “Señor, ese no es el camino”. Ante la tentación de Pedro, Jesús se encuentra en el cruce de dos caminos: el camino de retirarse y huir, o el camino de continuar y dar la cara, aceptando las dificultades, incluso la muerte. Jesús optó por este camino, el de cumplir la misión encomendada por Dios. Jesús no vino a sufrir, pero la misión le hizo tener que soportar el sufrimiento.
Lo mismo que Pedro, los cristianos de todas las épocas, seguro que no hubiéramos querido ese camino para Jesús. Y es que lo mismo que Pedro, también nosotros “pensamos como los hombres, no como Dios”. Para cualquier judío, y lo mismo para Pedro y compañeros discípulos, era inconcebible que el Mesías sufriera y menos que lo mataran, Por por eso, Jesús, de inmediato, muestra también cuál ha de ser el camino de quien quiere seguirlo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga”.
Seguir a Jesús implica ser como Dios quiere, y esto lo vemos en el modo de vivir de Jesús, donde prevalece la entrega a los demás sin buscar el poder y la gloria, la renuncia al egoísmo y a la ambición personal. Tomar la cruz es aceptar la oposición del mundo, que funciona según intereses ideológicos, económicos, y políticos, dando lugar, muchas veces, a un mundo inhumano, injusto y de muerte. Se trata de tomar la cruz que otras personas, amigas o enemigas, puede que carguen sobre nuestras espaldas, como le ocurrió al profeta Jeremías (1ª lectura), que por decir la verdad de Dios al pueblo fue rechazado, torturado y llevado casi a la muerte, o como tantos cristianos, mártires en distintas partes del mundo, en épocas pasadas y en las actuales, que por ser fieles a Dios han sido y son perseguidos.
Jesús nos muestra el camino que Dios quiere porque es el que nos lleva a ser más humanos, aunque a veces nos cueste. Todo lo que tiene valor, cuesta. Por eso Jesús habla de “salvar la vida” y “perder la vida”. En el lenguaje de Jesús, “salvar la vida” es mirar egoístamente por uno mismo; y “perder la vida” es entregarla en favor de los demás, como el grano de trigo que cae en tierra y muere y da mucho fruto.
LECTIO DIVINA DESDE LA PARROQUIA DE SAN ROQUE DE HELLÍN: CAMINO A SEGUIR