La gente que veía a Jesús, quedaba impresionada por su coherencia de vida, por su enseñanza y por su empeño de lucha contra el mal, y se preguntaba si no sería el Mesías. De ahí que ante la pregunta de Jesús a los discípulos, Pedro salta espontáneamente afirmando "Tú eres el Mesías" (el "ungido de Dios"). Pedro tiene fe en Jesús, pero una fe imperfecta, porque pensaba en un "mesianismo" humano y triunfante, como lo entienden los hombres, no como lo entiende Dios. Por ello, Jesús, de inmediato, muestra la otra cara de su mesianismo: "El hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado, ejecutado y resucitar al tercer día".
Pedro y compañeros, discípulos de Jesús, no entendieron que el camino de Jesús tenía que pasar por el sufrimiento. Y es que Dios se hizo hombre en Jesús con todos sus consecuencias, participando de las alegrías y esperanzas de los hombres y mujeres de su tiempo, y asumiendo las responsabilidades y exigencias que la vida le iban marcando, sufriendo incluso incomprensión e injusticias que le llevaron a la muerte, antes de la resurrección.
Conocer y seguir a Jesús, hoy, también lleva consigo aceptar el camino de nuestra vida con las cruces que vamos encontrando, unas en razón de nuestra limitación humana, y otras que los demás cargan sobre nuestras espaldas, fruto de torpezas o injusticias.
"Tomar la cruz y negarse a sí mismos", que dice Jesús, no es resignación, sino poner la responsabilidad y coherencia por encima de nuestros propios intereses egoístas, y eso, a veces, comporta cruces y sufrimiento.