LECTURAS
- 2 Reyes 5,14-17
- Salmo responsorial 97, 1,2-3ab.3cd-4
- 2 Timoteo 2, 8-13
- Lucas 17, 11-19

En la Palestina del tiempo de Jesús, la
lepra era una enfermedad bastante corriente, y en la tradición bíblica
significaba una especial marca de maldición. Por eso los leprosos eran
expulsados de las ciudades y pueblos, no se permitía trato alguno con ellos y,
si se curaban, debían presentarse a los sacerdotes para que certificaran la
curación y les declarasen legalmente puros.
El evangelio nos presenta a un Jesús
peregrino a quien, de camino hacia Jerusalén, salen a su encuentro diez
hombres, enfermos de lepra que, de lejos, le gritaban: “¡Jesús, Maestro, ¡ten
compasión de nosotros!” Cuando Jesús los vio, les dijo: “Id a presentaros a los
sacerdotes. Y mientras iban, quedaron limpios de su enfermedad”.
De entre los diez leprosos curados por
Jesús, sólo uno, al verse limpio,
“regresó alabando a Dios a grandes voces, y se arrodilló delante de Jesús,
inclinándose hasta el suelo para darle gracias. Este hombre era de Samaria”. Jesús se extrañó de que solo volviese
uno, y preguntó: “¿Dónde están los otros nueve? ¿Únicamente este extranjero ha
vuelto para alabar a Dios?” El evangelio quiere destacar que precisamente los
extranjeros, los que eran considerados marginados por el pueblo judío, son los
que reconocen con mayor facilidad las gracias que reciben.
Todos conocemos el refrán popular:
“ser agradecidos es de bien nacidos”. Esta es una de las primeras cosas que
padres y madres enseñan con mucha insistencia a sus hijos e hijas: “¿Cómo se
dice?”, preguntan a sus hijos cuando reciben algún regalo o son objeto de
alguna obra buena; y los niños y niñas, antes de saber pronunciar muy bien la
palabra, balbucean, diciendo: “gracias”. Tal vez esta es la enseñanza más importante
del pasaje que nos trae el evangelio de este domingo: ser agradecidos con Dios
y con los demás, que tanto bien nos hacen.
- LECTIO DIVINA SAN ISIDRO DE ALMANSA

En la Palestina del tiempo de Jesús, la
lepra era una enfermedad bastante corriente, y en la tradición bíblica
significaba una especial marca de maldición. Por eso los leprosos eran
expulsados de las ciudades y pueblos, no se permitía trato alguno con ellos y,
si se curaban, debían presentarse a los sacerdotes para que certificaran la
curación y les declarasen legalmente puros.
El evangelio nos presenta a un Jesús
peregrino a quien, de camino hacia Jerusalén, salen a su encuentro diez
hombres, enfermos de lepra que, de lejos, le gritaban: “¡Jesús, Maestro, ¡ten
compasión de nosotros!” Cuando Jesús los vio, les dijo: “Id a presentaros a los
sacerdotes. Y mientras iban, quedaron limpios de su enfermedad”.
De entre los diez leprosos curados por Jesús, sólo uno, al verse limpio, “regresó alabando a Dios a grandes voces, y se arrodilló delante de Jesús, inclinándose hasta el suelo para darle gracias. Este hombre era de Samaria”. Jesús se extrañó de que solo volviese uno, y preguntó: “¿Dónde están los otros nueve? ¿Únicamente este extranjero ha vuelto para alabar a Dios?” El evangelio quiere destacar que precisamente los extranjeros, los que eran considerados marginados por el pueblo judío, son los que reconocen con mayor facilidad las gracias que reciben.