LECTURAS
- Eclesiástico 35,12-14.16-19a
- Salmo responsorial 33, 2-3.17-19.23
- 2 Timoteo 4,6-8
- Lucas 18,9-14
En el relato evangélico de hoy, el fariseo sube al
templo y se presenta a sí mismo ante Dios, vanagloriándose de cumplir más de lo
debido, lo que lo hace considerarse mucho mejor que los demás, incluso se
atreve a despreciar a otros que no son como él, caso del publicano. El
publicano, por el contrario, reconoce que es un pecador y ni siquiera es capaz
de levantar los ojos al cielo.
Como en toda parábola, Jesús nos
interpela a través de los personajes descritos. El publicano que solo se mostró
pecador ante Dios y no pidió nada, obtuvo la misericordia de Dios. Así, la
conclusión de la enseñanza de Jesús es tajante: “El que se ensalza será
humillado y el que se humilla será enaltecido”. Por ello, nos preguntamos ¿qué es lo
fundamental que nos enseña el evangelio de hoy? No son los méritos
propios, ni los muchos cumplimientos de normas, sino la actitud humilde de
quien intenta amar y servir, sabiendo que siempre podríamos hacerlo mejor. La
humildad es una virtud evangélica que nos capacita para aceptarnos como somos y
reconocer la necesidad que tenemos de los otros y de Dios.
La humildad es el lugar existencial
para relacionarnos con Dios, reconociendo nuestra condición de seres creados. San
Agustín decía que “la oración es una disposición necesaria, que nos capacita
para reconocer nuestra pobreza, nuestra condición mortal, y pedir el remedio al
único que es capaz de solucionarlo: Dios”. Algo de esto hemos escuchado en el
Eclesiástico (1ª lectura):”La oración del humilde, atraviesa las nubes y no se
detiene hasta que alcanza su destino, no desiste hasta que el Altísimo lo
atiende y no tardará en hacerle justicia”. Hay una antigua enseñanza de los
monjes cristianos de los primeros tiempos que dice así: “Dichoso el monje que, después
de Dios, considera a todos los hombres y mujeres como Dios”. Y también: “Quien
adora a Dios, ama a sus hijos. Quien respeta a Dios, respeta a los seres
humanos”.
LECTIO DIVINA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA
En el relato evangélico de hoy, el fariseo sube al
templo y se presenta a sí mismo ante Dios, vanagloriándose de cumplir más de lo
debido, lo que lo hace considerarse mucho mejor que los demás, incluso se
atreve a despreciar a otros que no son como él, caso del publicano. El
publicano, por el contrario, reconoce que es un pecador y ni siquiera es capaz
de levantar los ojos al cielo.
Como en toda parábola, Jesús nos interpela a través de los personajes descritos. El publicano que solo se mostró pecador ante Dios y no pidió nada, obtuvo la misericordia de Dios. Así, la conclusión de la enseñanza de Jesús es tajante: “El que se ensalza será humillado y el que se humilla será enaltecido”. Por ello, nos preguntamos ¿qué es lo fundamental que nos enseña el evangelio de hoy? No son los méritos propios, ni los muchos cumplimientos de normas, sino la actitud humilde de quien intenta amar y servir, sabiendo que siempre podríamos hacerlo mejor. La humildad es una virtud evangélica que nos capacita para aceptarnos como somos y reconocer la necesidad que tenemos de los otros y de Dios.




