LECTURAS
- Sabiduría 7,7-11
- Salmo responsorial 89, 12-13.14-15.16-17
- Hebreos 4,12-13
- Marcos 10,17-30
Llama la
atención el individuo del evangelio, un joven según el evangelio de Mateo, que tiene todo
lo que hoy se requiere para ser feliz (juventud, riqueza, estatus social), sin embargo,
siente un vacío en su vida, y se acerca a Jesús de Nazaret, de quien espera una
respuesta que calme su angustia. No parece preocuparle la vida terrena, que la
tiene resuelta; él pregunta dónde encontrar una vida plena y llena de sentido.
Jesús le
contesta: “¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno, más que Dios”, lo que
significa que: solo Dios es el último fundamento de todo. Sin Dios el ser
humano no sabe a dónde va; solo Dios da sentido a nuestra vida y plenitud para
siempre. La respuesta de
Jesús al joven: “cumple los mandamientos”, es también la propuesta que nos hace Jesús a
nosotros hoy, posiblemente en estos términos: ahí tenéis mi Palabra, que es el evangelio, léelo
y medítalo; ahí tienes mi familia según la fe, la Iglesia, que te ayuda a
conocerme; ahí tienes los sacramentos, momentos del encuentro más personal con
Dios mientras caminamos por este mundo.
Hay un gesto
en el evangelio con mucho contenido: la mirada de Jesús. Si el evangelista pone
de relieve la “mirada” de Jesús es porque debió ser algo que impresionó a los
testigos de la escena. Jesús comienza a
mirar a aquel joven de un modo nuevo. Se diría que, mirándolo, Jesús descubre
quién es ese joven en su interior. Es la mirada de Dios sobre todo ser humano, porque
Dios por encima de todo nos ama, pero debemos corresponder, dejando que esa
mirada de amor entre en nosotros, es decir, que nos sintamos queridos por Dios.
Un “cristiano”
es el que sigue a Cristo, escucha su Palabra, conoce su vida, y se esfuerza por
vivir como Cristo vivió. Un cristiano
así es distinto de un simple “bautizado”, porque podemos estar bautizados, pero
no seguir ni cumplir lo que Cristo nos propone como modo de ser feliz en lo que
somos y hacemos ahora, y feliz plenamente en la vida del Reino de Dios o vida
eterna.
Nosotros no
carecemos de nada, o de casi nada, y, sin embargo, a pesar de tenerlo todo, se
nos ve tristes, no somos felices. ¿Por qué no tenemos la alegría del Evangelio?
Tal vez, porque vivimos una búsqueda desenfrenada de bienestar material,
tentados por una publicidad que nos ciega, a la que respondemos muchas veces
inconscientemente, una sociedad que nos invita a lo superficial, al consumismo,
a disfrutar el momento presente, sin mirar hacia la meta final.
Quien no lee el
Evangelio, quien no celebra y participa cada domingo de la Eucaristía, quien no
celebra los sacramentos, difícilmente puede encontrarse con Jesucristo, que
está siempre a la espera para mirarnos con amor y decirnos “ven y sígueme”.
LECTIO DIVINA DE LA PARROQUIA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA
Llama la
atención el individuo del evangelio, un joven según el evangelio de Mateo, que tiene todo
lo que hoy se requiere para ser feliz (juventud, riqueza, estatus social), sin embargo,
siente un vacío en su vida, y se acerca a Jesús de Nazaret, de quien espera una
respuesta que calme su angustia. No parece preocuparle la vida terrena, que la
tiene resuelta; él pregunta dónde encontrar una vida plena y llena de sentido.
Hay un gesto en el evangelio con mucho contenido: la mirada de Jesús. Si el evangelista pone de relieve la “mirada” de Jesús es porque debió ser algo que impresionó a los testigos de la escena. Jesús comienza a mirar a aquel joven de un modo nuevo. Se diría que, mirándolo, Jesús descubre quién es ese joven en su interior. Es la mirada de Dios sobre todo ser humano, porque Dios por encima de todo nos ama, pero debemos corresponder, dejando que esa mirada de amor entre en nosotros, es decir, que nos sintamos queridos por Dios.
Un “cristiano” es el que sigue a Cristo, escucha su Palabra, conoce su vida, y se esfuerza por vivir como Cristo vivió. Un cristiano así es distinto de un simple “bautizado”, porque podemos estar bautizados, pero no seguir ni cumplir lo que Cristo nos propone como modo de ser feliz en lo que somos y hacemos ahora, y feliz plenamente en la vida del Reino de Dios o vida eterna.
Nosotros no
carecemos de nada, o de casi nada, y, sin embargo, a pesar de tenerlo todo, se
nos ve tristes, no somos felices. ¿Por qué no tenemos la alegría del Evangelio?
Tal vez, porque vivimos una búsqueda desenfrenada de bienestar material,
tentados por una publicidad que nos ciega, a la que respondemos muchas veces
inconscientemente, una sociedad que nos invita a lo superficial, al consumismo,
a disfrutar el momento presente, sin mirar hacia la meta final.
Quien no lee el
Evangelio, quien no celebra y participa cada domingo de la Eucaristía, quien no
celebra los sacramentos, difícilmente puede encontrarse con Jesucristo, que
está siempre a la espera para mirarnos con amor y decirnos “ven y sígueme”.